La rutina en Mesopotamia: un recorrido por el día a día en la cuna de la civilización

Desde la agitación de los mercados hasta las intrigas en los palacios reales, descubre cómo la gente común y los gobernantes compartían sus días en esta cuna de la civilización. A través de relatos fascinantes y descubrimientos arqueológicos, te invitamos a explorar el vibrante tejido de la vida diaria que dio forma a la historia de Mesopotamia.
Reconstrucción ideal de la gran ciudad de Babilonia en su momento de máximo esplendor

Imaginemos qué sencillo sería poder venderle al vecino una habitación que te sobra porque tu hijo se ha casado y se muda, o tener un nuevo miembro en la familia y poder comprar espacio a tu vecino para hacer una habitación nueva. En las ciudades de Mesopotamia desde el ii milenio a. C. esto se convertiría en una práctica común que permitía adaptar la casa al crecimiento o decrecimiento de la familia.

Las casas se construían normalmente con barro sobre el suelo. Podían tener o no un segundo piso, pero cuando lo tenían esto no le añadía mucho más valor a la vivienda, pues solía ser pequeña (no llegaba a cubrir la planta completa, para facilitar la entrada de luz en la planta baja). 

Muchas veces se usaban como terraza para dormir en verano o para secar productos. En los repartos de herencias este segundo piso no aparece, pero sí las habitaciones, que son fuente constante de contratos de venta y textos de herencia. Las casas podían tener dinteles, una o varias puertas, o incluso carecer de ellas. Todas estas características, así como el espacio útil, daba un valor económico diferente a la casa y por tanto eran un símbolo del estatus socioeconómico de la familia que la habitaba.

En un principio se pensó que el tamaño de las casas tenía correlación con el de las familias que vivían en ellas, pero los textos y los hallazgos arqueológicos han demostrado que en una casa grande podía vivir una familia del mismo tamaño que en una pequeña. La media de habitantes por casa se estima en ocho, incluyendo esclavos. 

Los esclavos formaban parte de la comunidad doméstica, por ello, aunque el tamaño de la familia fuera similar en una casa grande y una pequeña, el número total de habitantes podía cambiar en función del número de esclavos, ya que a mayor riqueza de la familia, mayor sería la casa y más esclavos tendrían, incrementándose el número de habitantes por casa. 

Las ciudades se organizaban en barrios o vecindades conocidos como bābtum (que deriva de bābum, que significa «puerta »), que reunían a los vecinos que vivían próximos a las puertas de entrada a la ciudad. Estos bābtum tenían un papel institucional en los procedimientos judiciales y labores policiales de carácter menor. 

Juguete de arcilla cocida con forma de animal y ruedas, encontrado en la ciudad de Ur. Foto: ASC

Algunos autores han sugerido que estas agrupaciones vecinales no se creaban solo en función de la distribución espacial de los barrios, sino también según la vinculación a una misma familia. Había casas sin salida directa a la calle, cuyo derecho de paso, que viene recogido en los textos, se realizaba a través de otras casas. 

Del mismo modo los muros medianeros son fuente constante de disputas entre vecinos y familiares, pero también de ventas y repartos de herencia. Estos muros medianeros y derechos de paso dan muestra de la gran flexibilidad arquitectónica que ofrecían las casas para adaptarse al ciclo de vida de las familias. 

A pesar de que se ha hablado mucho de la existencia de las familias extensas en la antigüedad, a partir del ii milenio a. C., este tipo de familia no tiene cabida en la ciudad. Por mucho que se empleara este tipo de recursos para adaptar el espacio, este seguía siendo limitado, lo que llevaba a que las estructuras familiares de las ciudades no fueran extensas. Así, el espacio de la ciudad determinaba su crecimiento y su formación.

La estructura familiar solía ser nuclear (formada por un hombre, su esposa e hijos), troncal (formada por un hombre, su esposa, sus hijos, su padre y/o su madre), y fraterna (formada por dos hermanos, con sus esposas e hijos). En una proporción muy limitada también había familias polígamas, en las que un hombre convivía con sus esposas y los hijos habidos en ambos matrimonios.

Para encontrar familias extensas tendremos que remontarnos al iii milenio a. C., donde este tipo de familias basaban su economía y sus medios de subsistencia en los medios de producción de la tierra, y su reparto en sucesivas porciones de herencia tras diversas generaciones hubiera supuesto no solo la desintegración de la familia, sino la imposibilidad de sobrevivir. 

Por ello, este tipo de familias perdurará y será la forma característica en el campo, donde el espacio, sea cual sea la época en la que nos fijemos, permitía el crecimiento y la viabilidad económica de las familias extensas. Estas podían llegar a formar clanes o comunidades, e incluían varias generaciones bajo un jefe del clan o patriarca que protegía a los miembros de su comunidad, e incluso los representaba en asuntos legales. 

En algunos lugares estas comunidades de familias extensas funcionaban como unidades económicas y administrativas, y su importancia era tal que tenían obligaciones con el estado como proveedoras de suministro y personal para el ejército.

Los Fundamentos de la economía doméstica en Mesopotamia

Las familias se comportaban como una unidad económica en la que todos los miembros participaban en el trabajo que aseguraba los recursos necesarios para su subsistencia, incluidos los niños, que desde corta edad llevaban un pequeño jornal o trabajaban junto a los demás miembros de la unidad doméstica. 

El sistema de raciones fue la regla desde el inicio de Mesopotamia, a través de los periodos de Fara, presargónico, sargónico y Ur III, momento en el que las fuerzas productivas eran concentradas y controladas por el palacio y el templo, y los trabajadores debían trabajar a cambio de raciones. Sin embargo, en el periodo paleobabilónico ocurrió un cambio debido al aumento de la urbanización, y por tanto de la industria, que incrementó el número de artesanos que eran libres de trabajar por sueldos. 

Esto, unido a la redistribución de la tierra como resultado de las invasiones amorreas, llevó a la creación de una nueva clase de pequeños campesinos que pagaban tasas y servicio adeudado al palacio, lo que condujo directamente a la desaparición del sistema de raciones o asignaciones, que se fue extinguiendo en Babilonia a través del periodo de forma paulatina, aunque aún continuó en las regiones periféricas como Mari y Chagar Bazar. Aunque volvió a utilizarse durante el periodo kasita, este sistema parece haber muerto en Mesopotamia hacia finales del ii mileno.

Juego Real de Ur. Procedente de las Tumbas Reales de Ur. Foto: ASC

Las raciones y los sueldos consistían en unas cantidades fijas de cebada, aceite y lana, que se asignaban en función de profesiones, sexo o rango. Normalmente las categorías mejor remuneradas recibían mayor pago, los hombres recibían mayor cantidad que las mujeres, y los adultos más que los niños. 

Por ejemplo, en la lista Ki 1056, en la que se asignan cantidades a trabajadores y que está ordenada excepcionalmente por familias, se puede ver que el hombre recibía 1 PI 3 bán (medida para el grano), la mujer 3 bán, los hijos e hijas 2 bán, los bebés 1 bán 5 sila; en las familias donde hay una concubina, esta cobraba 2 bán y sus hijos 1 bán.

Las personas mayores no tenían ya la misma capacidad de trabajar y, por ello, asegurar su sustento era un tema de importancia capital. Tener hijos era una manera de, al menos en teoría, tener la tranquilidad de recibir los cuidados y la estabilidad económica necesarios en la vejez, y también en el más allá, ya que ellos se encargaban del cuidado de los ancestros. 

Aquellos que no tenían hijos, o cuyas relaciones con ellos no eran buenas, tenían la opción de adoptar. Y no solo se hacía con niños. Era habitual adoptar a adultos, porque ambas partes salían ganando: los adoptados, que podían ser esclavos, heredarían tras la muerte del nuevo padre o madre, y el adoptante tenía asegurados los cuidados necesarios en la vejez. El no cumplimiento del acuerdo llevaba a la anulación del mismo, e incluso podía conllevar castigos.

Desarrollo infantil en Mesopotamia

Era en el seno familiar donde los niños y jóvenes recibían su formación, y todos los miembros colaboraban en ella. Debemos distinguir aquí dos tipos de educación, por un lado, una técnica que los preparaba para el trabajo y, por otro, una educación ética. El texto escolar Edubba B dice: «Lo que Enlil ha determinado para el hombre es que el hijo debe seguir la profesión de su padre». 

El aprendizaje de oficios era, por tanto, hereditario. Existen muchos ejemplos relacionados con cargos religiosos, el ejército, los escribas y el resto de profesiones en general (desde tejedores a pastores). Cuando sus padres no podían enseñarles una profesión, podían darlos en adopción para que otras familias les enseñaran un oficio. 

Pero no se le adoptaba solo como aprendiz, sino como hijo. El no cumplimiento del requisito de instruirle en un oficio anulaba la relación legal entre adoptante y adoptado.

En cuanto a la educación ética, también se realizaba en la familia, donde los padres tenían el deber de enseñar a sus hijos las normas de conducta adecuadas o deseables para vivir en sociedad. Por ejemplo, en el texto de las Instrucciones de Šuruppak, podemos ver cómo un padre da a su hijo consejos prácticos para la vida, así como normas morales y de conducta para vivir en sociedad.

La escuela en la Antigua Mesopotamia

La escuela o é-dub-ba-a (literalmente la «casa de las tablillas») gozó de su mayor esplendor en el periodo Ur III, cuando es posible que el número de alumnos fuera mayor, ya que las escuelas del periodo —al menos dos en las ciudades de Ur y Nippur—, fueron promovidas por el estado. Sin embargo, a partir del ii milenio a. C. la educación se encontraba en manos privadas, donde el escriba ejercía como maestro de sus propios hijos, y tal vez de algún alumno más, normalmente hijo de escriba también. 

La reina Esther (1878), de Edwin Long. Aunque esta jóven judía vivió en el siglo v a. C. Foto: ASC

También se han encontrado salas habilitadas en algunos palacios, pero la gran mayoría de textos escolares se han hallado en las zonas residenciales, en las casas de los escribas que funcionaban como escuelas, donde se estima que se daba clase a un reducido número de alumnos, aproximadamente cinco.

Existe una gran cantidad de textos escolares que nos permiten conocer el día a día de los alumnos. La educación debía ser bilingüe, ya que todo escriba debía aprender sumerio, además del acadio. El curriculum escolar constaba de cuatro áreas: matemáticas y agrimensura, lengua, literatura y música.

Rutinas y costumbres: explorando la vida cotidiana en Mesopotamia

Muchos textos son testimonio de las relaciones cotidianas; en ellos podemos encontrar interesantes historias familiares, enredos, oscuras escenas de celos o tiernas cartas. La esfera humana es totalmente palpable a través de la documentación, y es en el ámbito de lo cotidiano donde más podemos reconocer los grandes temas que no dejan de sorprendernos con su cercanía y humanidad. Por ejemplo, en una carta (TCL 18 111) podemos leer cómo un hijo, Iddin-Sin, chantajea emocionalmente a su madre:

«Año tras año, las ropas de los otros mejoran, pero por ti, mis ropas se reducen año tras año. Tú te has vuelto rica con respecto tanto a la lana que se usa en nuestra casa como con el pan que se consume, pero mis ropas se reducen. El hijo de Adad-iddinam, cuyo padre es un subordinado de mi padre, tiene dos nuevos vestidos, mientras que te molestas solo por un vestido para mí. A pesar del hecho de que me pariste y su madre solo lo adoptó, su madre lo quiere, mientras que tú, tú no me quieres».

Era habitual que cuando una persona tenía deudas y no podía devolver lo prestado, pusiera a trabajar a sus hijos, esposa u otro familiar para saldar dicha deuda. Si no hacía esto, el acreedor podía tomar como rehén a un miembro de su familia como medida de coacción psicológica para que el endeudado restituyera lo que debía. 

En este sentido es muy esclarecedora la carta AbB 11 106 en la que se habla de un marido que no tenía intención de recuperar a su esposa. En el texto, la acreedora se queja de que su deudor no tiene ninguna prisa por recuperar a su mujer, y no solo ve que no recuperará la cebada que le debe, sino que lleva cinco meses teniendo que hospedar y alimentar a la rehén, ante la absoluta despreocupación de su marido:

«En cuanto a la rehén sobre la que me escribieron: “Llévate un rehén. Él te enviará la cebada”. Puse a la rehén en custodia pero no me envió la cebada. Debería enviarle a la rehén, él no me enviará la cebada. Escribe a los honorables jueces, tus colegas, que han oído sobre mi caso, y que le digan a Abazi que me envíe la cebada y yo entonces le enviaré a la rehén. Le he dado comida a la rehén durante casi cinco meses, ¿debo liberar a la rehén si no me da la cebada?».

La preocupación por los hijos que no estudian no es una novedad: existe un famoso texto (Edubba B, traducción de Kramer, 1987), probablemente de carácter escolar, en el que un padre escriba reprende a su hijo por el poco interés que pone en los estudios, y le insiste en que estudie y no malgaste el tiempo. Tras preguntarle a su hijo que adónde ha ido y contestarle este que a ninguna parte, el padre comienza un largo monólogo:

«Si es verdad que no has ido a ninguna parte, ¿por qué te quedas aquí como un golfo sin hacer nada? Anda, vete a la escuela, preséntate al maestro, recita tu lección; abre tu bolsa, graba tu tablilla y deja que tu compañero mayor caligrafíe tu tablilla nueva. 

Restos arqueológicos de casas en la Ciudad antigua de Dara (Mardin, Turquía). Foto: SHUTTERSTOCK

Cuando hayas terminado tu tarea y se la hayas enseñado a tu vigilante, vuelve acá, sin rezagarte por la calle. ¿Has entendido bien lo que te he dicho? (...) Sé hombre, caramba. No pierdas el tiempo en el jardín público ni vagabundees por las calles. Cuando vayas por la calle no mires a tu alrededor. Sé sumiso y da muestras a tu monitor de que le temes. 

Si le das muestras de estar aterrorizado estará contento de ti. (...) ¿Crees que llegarás al éxito, tú que te arrastras por los jardines públicos? Piensa en las generaciones de antaño, frecuenta la escuela y sacarás un gran provecho. Piensa en las generaciones de antaño, hijo mío, infórmate de ellas. (...) Nunca te he hecho trabajar ni arar mi campo. 

Nunca te he constreñido a realizar trabajos manuales. Jamás te he dicho: “Ve a trabajar para mantenerme”. Otros muchachos como tú mantienen a sus padres con su trabajo. (...) Multiplican la cebada para su padre, le abastecen de cebada, de aceite y de lana. No obstante, tú solo eres un hombre cuando quieres llevar la contraria, pero comparado con ellos no tienes nada de hombre. 

Evidentemente, tú no trabajas como ellos, ellos son hijos de padres que hacen trabajar a sus hijos, pero yo no te hice trabajar como ellos. (...) Y yo, noche y día, me estoy torturando a causa de ti. Noche y día tú derrochas el tiempo en placeres. Tú has amontonado grandes riquezas, te has extendido lejos, te has vuelto gordo, grande, ancho, poderoso y orgulloso. Pero los tuyos esperan a que la adversidad te coja por su cuenta y entonces se alegrarán porque tú te olvidas de cultivar las cualidades humanas».

Sin duda, los textos de estas cartas ilustran magníficamente, y de primera mano, el día a día en la antigua Mesopotamia.  

Recomendamos en