El papel de Marco Polo y su familia en las cruzadas del siglo XIII

Marco Polo y su familiares Niccolò y Maffeo, en el desarrollo de sus viajes por Oriente, entablaron relaciones estratégicas en el desarrollo de las cruzadas de la época 
El papel de Marco Polo y su familia en las cruzadas del siglo XIII
El papel de Marco Polo y su familia en las cruzadas del siglo XIII.

Cuando a mediados del siglo XIII los hermanos Niccolò y Maffeo, padre y tío de Marco Polo, comienzan el viaje que desde Italia los llevará a recorrer medio mundo, el espíritu de la cruzada no pasaba por sus mejores momentos. Hacía años que la ciudad de Jerusalén había sido recuperada por los musulmanes y nada en el horizonte presagiaba un cambio de manos. Los colonos latinos en Tierra Santa se concentraban en unas pocas ciudades, la principal Acre, donde los conflictos entre ellos, por muy vergonzosos que fueran a los ojos de la cristiandad entera, no hacían sino enconarse. Los mismos señores de los pequeños reinos latinos creados tras siglo y medio de cruzadas en Palestina, a las alturas de 1261 se habían distanciado del ideal de cruzada hasta el punto de establecer alianzas con el mismísimo sultán de El Cairo.

Jerusalén tomada por los barones franceses, en Crónicas de las cruzadas, por Jean de Dreux (s. XV). Foto: Album.

El motivo de tan insólito pacto era contener el avance de los mongoles. El imperio de pastores nómadas que desde las lejanas estepas del noreste habían conquistado ya Corea, Tíbet, el norte de China, toda Asia Central, Persia, Mesopotamia, Anatolia, los reinos caucásicos, cumanos, rusos y buena parte de la Europa eslava, cruzaba ahora el Éufrates en dirección a Siria, Palestina y Egipto. El apoyo de los latinos a las tropas del sultán mameluco fue pequeño, pero sorprendentemente se logró lo imposible y los mongoles conocieron su primera gran derrota en el campo de batalla, viéndose obligados a replegarse de nuevo en el Éufrates. No obstante, a pesar del retroceso de los nómadas y el pánico que suscitaron inicialmente en los latinos, la entrada en escena de los mongoles alteró profundamente el destino de la cruzada, contribuyendo decisivamente a su consolidación como proyecto de acción colectiva de largo recorrido y mayor sofisticación institucional.

Los mensajeros de Kan

Los hermanos Polo jugaron un importante papel en esta transmutación. Alentados por la rivalidad contra los genoveses y sus acuerdos con bizantinos y mongoles de la Horda Dorada, Niccolò y Maffeo apostaron por una insólita extensión del circuito comercial veneciano aún más al este, hacia el corazón del imperio del Gran Kan. No es fácil explicar la osadía de los hermanos. Quizá habían oído hablar del gusto, casi supersticioso, de los mongoles por la movilidad (el qubi, el movimiento que energiza el universo) y su manifestación en el comercio de largo recorrido, la diplomacia, el intercambio cultural, la poliglotía y el mestizaje. El caso es que Kublai Kan, el señor más poderoso sobre la faz de la tierra, los recibió, aceptó el trato propuesto por los venecianos y extendió a reyes y papas la invitación a intercambiar embajadas y todo tipo de personal cualificado, científicos, artistas, músicos, poetas, astrónomos, ingenieros, etc. Los propios hermanos Polo serían los encargados de trasladar al papa la amigable propuesta de Kublai.

Niccolò y Maffeo Polo ante el papa Gregorio X en Acre, en 1271. Manuscrito iluminado francés. Foto: AGE.

A su regreso al Mediterráneo los Polo se encuentran con el papa recién muerto y tres largos años de interregno hasta que los cardenales se pusieron de acuerdo sobre la sucesión. La espera, sin embargo, mereció la pena. El elegido, Gregorio X, pertenecía al sector más identificado con los intereses de la cruzada y había participado en el primer intento de alianza militar entre mongoles y latinos en el marco de la fallida novena cruzada. La estrategia de atacar al sultán de Egipto de manera coordinada con los latinos había sido propuesta por los mongoles y convenció al nuevo papa de la necesidad de información precisa tanto del enemigo como, sobre todo, de los posibles aliados en la retaguardia del islam.

Gregorio X atendió de inmediato la embajada de los hermanos Polo, empleándolos nuevamente para llevar respuesta a Kublai y escoltar un grupo de frailes dominicos hasta la presencia del Gran Kan. El joven Marco Polo se incorpora en este punto a la aventura familiar. Sin embargo, algo no esclarecido aún sucede y los Polo siguen adelante sin los dominicos. Kublai los recibe en Pekín en 1275, pero ya no los vuelve a emplear como embajadores a las cortes europeas. En el otro extremo del mundo, tampoco la iniciativa de Gregorio X tiene continuidad; su temprana muerte en 1276 sacó del tablero a los partidarios de la alianza con los mongoles. Como era de temer, la victoria de los tradicionalistas no consiguió detener las luchas intestinas entre cristianos, que a menudo y por debajo recurren a aliados griegos y musulmanes para atacar a sus correligionarios. En pocos años sucede lo inevitable y en 1291 los mamelucos conquistan Acre, la última posesión de los cruzados, poniendo fin a dos siglos de presencia latina en tierras palestinas.

Caballeros cruzados en una página de los Estatutos de la Orden del Santo Espíritu (s. XV). Foto: Album.

En Europa se monta un revuelo tremendo. La triste noticia atraviesa todos los estamentos sociales. En los siguientes años aparecen movimientos milenaristas, masivas peregrinaciones populares, mitos como el del Jubileo o el del Santo Grial así como las novelas de caballeros andantes en su búsqueda. La urgencia se hace sentir con especial intensidad entre los líderes del Occidente latino señalados por la pérdida de la Tierra Santa. En medio de tal agitación, la opción del apoyo mongol se hace cada vez más atractiva. En los años en torno a 1300 ambos, mongoles y cruzadas, se ponen de moda: en las pinturas de Giotto, en los apasionados sermones de Ramón Llull, en los tejidos y prendas vendidos en los mejores mercados europeos, en los abrigos largos y sombreros cónicos de la emergente burguesía europea, en los nombres puestos a los recién nacidos de algunas ciudades italianas, etc.

El interés por el mítico Santo Grial se incrementó tras la pérdida de la Tierra Santa. Foto: Shutterstock.

A esta Europa regresa Marco Polo en 1295, tras casi veinticinco años en Asia, diecisiete de ellos al servicio de Kublai Kan. Tres años después es hecho prisionero por los genoveses, que lo encierran junto a un escribano profesional para que ponga por escrito su conocimiento de la Eurasia unificada por los mongoles. El resultado es un libro difícil de clasificar, con la más variada información y para todo tipo de audiencias. Es posible que la profesionalidad del escribano quedara algo desdibujada por su espíritu trovador y que ejerciera más control sobre el testimonio de Marco Polo del abiertamente reconocido. El libro no concuerda con ninguno de los géneros o tradiciones literarias medievales, pero eso no impidió que tuviera un éxito de difusión asombroso para la época. De los siglos XIV y XV han llegado decenas de copias manuscritas. No obstante, sigue sin estar claro si el propósito principal de la obra era entretener, instruir o informar. Los tres niveles están tan amalgamados en el libro de Marco Polo que muchos estudiosos consideran irresoluble la cuestión sobre su encaje en la biografía de Marco. El caso es que no sabemos qué ocurrió con el libro en la década siguiente a su creación. 

Éxito en la Corte

La primera noticia segura sobre la reaparición del libro es de 1307. Se trata de una copia entregada por el mismo Marco Polo a Thibaut de Chepoy, capitán del rey de Francia, Felipe el Hermoso, mientras negocia con el dogo de Venecia los términos de una nueva cruzada que no se concretó. Es así como el libro de Marco Polo entra en los círculos cortesanos franceses y logra un éxito espectacular. A partir de entonces se multiplican las copias, a veces en lujosos materiales ricamente ilustrados. Por lo general, es cosido junto a tratados e informes sobre cómo llevar a cabo la nueva cruzada y, a menudo, el título es cambiado por El Libro del Gran Kan.

Fray Odorico de Pordenone y su compañero de viaje James de Irlanda se despiden del papa Juan XXII, en una miniatura del Libro de las maravillas. Foto: Album.

Ya en las primeras décadas del siglo XIV la mano tendida de los mongoles ilusiona a casi todos en el Occidente latino. Con su apoyo no solo se lograría la recuperación de la Tierra Santa, sino también una mayor participación en el muy lucrativo comercio entre el Mediterráneo y las Indias, enormemente potenciado por la unificación euroasiática lograda por los mongoles, pero en su mayor parte aún bajo control del sultán de Egipto. La idea de combinar acciones geoestratégicas y mercantiles permitirá a los latinos ampliar enormemente el horizonte de su agenda política. La apertura de nuevas rutas, el control de mercancías, el establecimiento de embargos y la búsqueda de aliados en la retaguardia de los mamelucos constituyen una estrategia de largo plazo para debilitar al enemigo antes de atacar con toda la potencia disponible y lograr por fin la erradicación total del islam mediterráneo, de los mamelucos egipcios y los turcos otomanos. Solo así la recuperación de Jerusalén sería verdaderamente definitiva. 

El legado de Marco Polo

Esta nueva cruzada se basa en el mismo tipo de abstracción geográfica y racionalización del desplazamiento de largo recorrido del que se sirvieron los mongoles del siglo XIII para completar la Ruta de la Seda y unificar la casi totalidad de Eurasia. Estos patrones de acción y pensamiento tuvieron un peso enorme en la formación de los principales imperios asiáticos de la modernidad: Ming, Mogol, Safávida, Otomano o el Zarato ruso.

La Europa latina, que se libró de la dominación directa, participó del legado mongol de múltiples maneras, algunas todavía inaccesibles a los historiadores. De lo que no cabe duda es de la importancia de Marco Polo en esta cadena de transmisión. Raro es el cálculo, mapeo u opinión de geógrafo, astrónomo o navegante relacionado con la expansión del Occidente latino de los siglos XIV y XV que no tenga por fundamento la obra poliana. Pero no se trata solo de valiosos datos e información empírica. La extraordinaria experiencia vital, la emoción con que fue transmitida, la celebración de la diversidad y la relativización de los valores propios; el descubrimiento, donde antes no se conocían, de nuevas tierras con multitud de gentes de las más extrañas costumbres y opiniones; el descubrimiento también de nuevas y sofisticadas ciencias, de diferentes formas de dominación y de resistencia, de infinitas posibilidades de prosperar en medio de un mundo de diversidades interconectadas; todo esto hace del libro de Marco Polo (quién sabe si a su pesar) un ingrediente básico en la transmutación de la vieja y parroquiana idea de cruzada en el ambicioso sueño de expansión material y espiritual que subyace a los primeros proyectos imperialistas de la historia atlántica.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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