Capilla de la Concepción, una obra maestra en la catedral de Burgos

La catedral de Burgos atesora una de las obras maestras del gótico isabelino: la capilla de la Concepción, construida durante el último cuarto del siglo XV por Gil de Siloé.
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Luis de Acuña fue obispo de Burgos durante casi cuarenta años, entre 1456 y 1495. Durante ese largo episcopado, además de implantar reformas religiosas en la diócesis, tuvo la oportunidad de realizar numerosos encargos para embellecer la catedral de Burgos.

Siguiendo la estela de otros prelados castellanos durante el siglo XV, el más destacado fue la fundación de su capilla funeraria: la capilla de la Concepción. Con ella, Acuña no solo buscaba ennoblecer el templo y perpetuar su memoria, sino también plasmar su devoción mariana mediante la dedicación de la capilla a la Concepción Inmaculada de María, un tema que será el protagonista del retablo principal.

La construcción fue propuesta al cabildo en 1477 a través de una carta en la que el obispo indicaba que, dada su edad, quería fabricar una capilla para su sepultura, habiendo elegido hacerla tras las capillas de Santa Ana y San Antolín, que fueron cedidas por el cabildo. Ubicadas en el transepto norte de la catedral de Burgos, esta elección podría entenderse como un gesto para emular la actuación de su antecesor, Alonso de Cartagena, cuya capilla funeraria se ubicaba en un lugar simétrico en el transepto sur.

Una capilla grande y hermosa para la catedral

Las obras en la catedral de Burgos fueron iniciadas por Juan de Colonia y continuadas por su hijo, Simón de Colonia, a partir de 1481. Las dos capillas preexistentes se organizan en un espacio cuadrangular cubierto por una bóveda de terceletes y ligaduras rectas con sus nervios decorados con caireles.

Pretendía ser una capilla suntuosa y bien iluminada, a pesar de que la posterior reconstrucción de la capilla de Santa Tecla cegó el rosetón que habría sido el foco lumínico más intenso, dejando hoy un espacio relativamente oscuro.

Los arcos de ingreso se cierran por dos magníficas rejas de Luis de Paredes, para cuya realización se montó una fragua en la claustra vieja en 1485. La capilla quedó instituida, finalmente, en septiembre del año 1488. Si bien, algunos años después, el obispo Acuña aún destacaba las grandes cantidades de dinero que había invertido en la construcción y ennoblecimiento de una capilla “grande y hermosa con un rico retablo”, que contribuyó a embellecer la catedral de Burgos. El autor del costoso retablo fue el escultor Gil de Siloé, uno de los más brillantes del periodo de los Reyes Católicos.

Interior de la capilla de la Concepción, catedral de Burgos, patrimonio de la Humanidad por la Unesco. FOTO: RUDOLF ERNST/ISTOCK

Son pocos los datos que se conocen acerca de este artista, considerado de origen flamenco (Amberes) o incluso francés (Orléans), aunque residente en Burgos al menos desde 1480. Yarza propuso su pertenencia a la categoría de artistas de segunda generación que, como Juan Guas o Simón de Colonia, habría recibido una formación nórdica –de los Países Bajos o Alemania− en tierras castellanas, más concretamente, en los talleres burgaleses de la mano de artistas extranjeros.

Acompañado del pintor Diego de la Cruz, realizó sus principales obras en el entorno burgalés: el retablo de la Concepción en la capilla de Luis de Acuña, en la catedral de Burgos (1483-1488), y el conjunto de retablo y monumento funerario de la Cartuja de Miraflores, en Burgos (1486- 1496). Su obra evidencia una formación técnica precisa y un trabajo meticuloso y cuidadoso en los detalles, así como una gran capacidad de innovación, reflejada en sus experimentales propuestas.

La joya de la capilla de la Concepción

Encargado por Luis de Acuña, el retablo de la Concepción es de gran exuberancia ornamental y fue realizado entre 1483 y 1486 por Guil de Siloé con la colaboración en la pintura de Diego de la Cruz.

La importancia de esta creación se debe a que, cuando el artista recibió la misión de fabricar la gran masa de retablo, no existía ninguna otra construcción semejante en madera policromada en Castilla. Sí conocemos magníficos retablos de grandes dimensiones de pintura sobre tabla, como el de la catedral de León o el de la catedral Vieja de Salamanca, pero ninguna otra composición escultórica como esta.

Prueba del carácter novedoso y experimental de esta obra para la catedral de Burgos es el dispositivo que Guil de Siloé diseñó para aportar estabilidad al conjunto, consistente en la fijación sobre la cabecera plana, tanto de las esculturas como de los elementos de adorno, con grandes clavos que soportaban cada escena, eludiendo cualquier problema estructural. Un sistema que no repitió en obras posteriores.

El retablo destaca especialmente por su calle central, mucho más ancha de lo habitual, que acoge una composición única en la que el tema iconográfico del Árbol de Jesé se presenta de manera monumental, envolviendo con sus ramas la escena del Abrazo ante la Puerta Dorada, para culminar en una gran imagen de la Virgen sedente con el Niño, flanqueada por las figuras de la Iglesia y la Sinagoga.

A los pies del Árbol de Jesé, en el banco, imagen de Cristo resucitado con san Juan, la Magdalena, los santos Pedro y Pablo y los cuatro evangelistas. FOTO: AGE.

El encuentro ante la Puerta Dorada de San Joaquín y Santa Ana fue, durante el gótico, el intento de crear una imagen simbólica que tradujese la idea de la Inmaculada Concepción de María, una visión solemne que alejase la idea de una concepción carnal. En los reinos hispanos, este asunto se consideró de enorme interés, generando cierta controversia desde del siglo XIV, pese a que la idea de que María hubiese sido concebida sin pecado contaba con un gran apoyo popular.

A su vez, cada lateral del retablo se divide en varios pisos con escenas complementarias, como la Expulsión de Joaquín y Ana del Templo, el Anuncio del ángel a Joaquín y el Nacimiento de la Virgen, así como el obispo Acuña con San Humberto y varios clérigos, entre los cuales también se ha retratado a su hombre de confianza, Fernando Díaz de Fuentepelayo. El último relieve representa a San Humberto cazador, una elección llamativa, dado que su devoción no era especialmente común en Castilla, pero que se ha vinculado a la condición de obispo del propio santo, igual que el promotor del retablo, y a su carácter de patrón de los cazadores, actividad a la que Acuña era aficionado.

Perpetuidad para el obispo en la catedral de Burgos

La inclusión del retrato del obispo Acuña en el retablo revela que el prelado quiso dejar huella de su memoria en la pieza más importante de la capilla de la catedral de Burgos.

Los rasgos están claramente individualizados, con la voluntad de plasmar el rostro del obispo burgalés, respondiendo a las nuevas necesidades de autorrepresentación y exhibición de la memoria personal surgidas durante el siglo XV.

Además, aparece vestido como obispo, de pontifical con ricos brocados y bordados, portando una suntuosa mitra y delicadas piezas de orfebrería, como los anillos que muestran sus manos o el báculo episcopal. Acuña se presenta arrodillado, en la actitud de donante, como promotor ubicado en situación de inferioridad respecto al personaje sagrado a quien se dirige –en este caso, la escena alusiva a la Concepción de María–, a pesar de que esto implique a su vez un carácter representativo y el firme deseo de fama o prestigio.

Detalle de la escena de Luis de Acuña arrodillado y vestido como obispo con ricos brocados y bordados, portando una mitra y delicadas piezas de orfebrería. FOTO: AGE.

Esta posición del donante ya era una realidad consolidada a finales del siglo XV hispano, especialmente en la pintura, con ejemplos como el del arzobispo Sancho de Rojas en el retablo que hoy se conserva en el Museo del Prado.

En el banco, la parte inferior, el artista optó por presentar a Cristo resucitado acompañado de san Juan, María, Magdalena y otra santa mujer, así como los santos Pedro y Pablo y los cuatro evangelistas.

Finalmente, el conjunto se remata con las armas del prelado, sobre las cuales se yergue un Crucificado que se completa con la Virgen y San Juan a ambos lados, todo ello sobre un fondo, casi teatral, en el que se representa el cielo estrellado con el sol y la luna.

De este conjunto incluído en la catedral de Burgos, destaca el minucioso tratamiento de las figuras, desde los ornamentos de los lujosos trajes que portan al exquisito cuidado con el que están trabajadas y ensambladas cada una de las piezas, tanto los profundos relieves como las figuras exentas.

La estatua yacente del sepulcro del obispo Luis de Acuña, fundador de la capilla, destaca por su delicada talla y su realismo. FOTO: ALBUM.

Ya en 1486, el retablo realizado por Guil de Siloé era todo un referente, pues en la contratación del retablo para la capilla del colegio de San Gregorio de Valladolid se indica que se hará conforme al tamaño y calidad del llevado a cabo por este artista para el obispo de la catedral de Burgos.

Respecto al sepulcro de Luis de Acuña, ubicado en el centro de la capilla de la Concepción, sabemos que la voluntad del obispo era contar con una sepultura modesta. A pesar de ello, sus testamentarios encargaron en 1519 un rico y bello sepulcro de alabastro a Diego de Siloé, hijo del autor del retablo.

El yacente, de rostro realista y revestido de sus atributos sacerdotales, descansa sobre una cama sepulcral decorada con figuras de las Virtudes. El retablo de Santa Ana, en la misma capilla, también fue contratado con Diego de Siloé.

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