¿Sabías que las mujeres fueron el motor de las fábricas durante las dos guerras mundiales?

El hecho de que los hombres tuvieran que partir al frente de batalla hizo que las mujeres se convirtieran en el pilar productor de la economía de guerra de sus respectivos países durante la Primera y, especialmente, la Segunda Guerra Mundial
Mujeres alemanas haciendo uniformes

La primera mitad del siglo XX se caracterizó por ser una época llena de catástrofes de índole bélica, donde la guerra marcó el quehacer del mundo occidental, sobre todo en los países directamente involucrados en los conflictos armados. Si bien es verdad que la incorporación de la mujer al esfuerzo de guerra económico y social resultó fundamental durante la Gran Guerra, en el contexto de la Europa de entreguerras, marcada por la Gran Depresión, el retroceso del trabajo remunerado para la mujer fue muy evidente. Los estudios económicos que se han ocupado de esta cuestión hablan de la masculinización que se produjo en el mercado de trabajo generado alrededor de las industrias de bienes de equipo, especialmente en Alemania, Francia y el Reino Unido, así como la feminización de aquellas actividades y ocupaciones relacionadas con el sector de los servicios y las industrias ligeras de consumo, ubicadas en la periferia de las grandes capitales.

Imagen de propaganda nazi que muestra a mujeres alemanas en una fábrica de máquinas de coser Adler haciendo uniformes en 1943. Foto: Getty.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, las mujeres engrosaron el ejército de reserva del trabajo asalariado, porque constituían una oferta laboral abundante y barata. Hay muchos testimonios tanto de obreros y sindicalistas como de los propios reformistas de aquel tiempo, que confirman los bajos salarios retribuidos a las mujeres respecto a los varones. De ahí que las grandes reformas sociales del primer tercio del siglo XX estuvieran encaminadas a sustituir las bases sobre las que descansaba la tradicional familia obrera, en la que el empleo femenino solo tenía un carácter subsidiario respecto al trabajo masculino, hasta que llegaron los nuevos tiempos a fuerza del belicismo. La exaltación de las virtudes femeninas como esposa y madre, que condicionaba la actitud hacia el trabajo extradoméstico de las mujeres de las clases altas y medias —en la medida que significaba el abandono de sus valores y tradiciones—, cambió de repente con la incorporación masiva de las mujeres al mantenimiento de los servicios públicos y las industrias, sustituyendo a los varones que reclutaban los ejércitos para acudir a los frentes de guerra.

La Gran Guerra

La Primera Guerra Mundial ocasionó el primer trauma global de la sociedad industrial occidental que nació a mediados del siglo XIX. La Gran Guerra obligó a las potencias europeas a un tremendo esfuerzo bélico y envió a las trincheras a lo más granado de su población masculina —alrededor de 75 millones de hombres—, cuya aportación como fuerza de trabajo había sido hasta entonces uno de los principales combustibles de la Revolución Industrial. Fue en ese momento cuando las mujeres dieron un paso adelante y tuvieron un mayor protagonismo en el mercado laboral.

La economía bélica tuvo que encontrar recursos para abastecer al mercado y con ello la reconversión de la industria se orientó a todo lo que los ejércitos necesitaban, dedicándose así la industria textil casi por completo a la masiva confección de uniformes, mientras que la industria metalúrgica pasó en exclusiva a la fabricación de armamento y munición. Recordemos que empresas alemanas como la Krupp o la Thyssen fueron de las que más se enriquecieron con la Gran Guerra. 

En la imagen, la fábrica de munición Krupp de Essen, antes de los bombardeos de la RAF en noviembre de 1941. En ella, en 1918, el 40 % de la plantilla eran mujeres. Foto: Getty.

La incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar alcanzó unas cifras antes nunca vistas, asumiendo trabajos tan dispares como enfermeras, deshollinadoras, conductoras de autobuses y camiones, secretarias u obreras en las fábricas de armas. Solo entre Francia y el Reino Unido, más de un millón y medio de mujeres se emplearon en las industrias de guerra, mientras que en Alemania, el 40% de la plantilla de la Krupp estaba compuesta por mujeres en 1918. En Francia, alrededor de 600.000 mujeres trabajaron produciendo el armamento, y en el Reino Unido superaron las 900.000.

Las mujeres fueron las primeras que se movilizaron reclamando una igualación salarial por ley para evitar esta discriminación. El Gobierno francés fue de los primeros que abordó el tema y, en 1915, estableció un salario mínimo para las obreras que trabajaban en la industria textil. El regreso de los hombres del frente supuso su reincorporación al mercado laboral y el desplazamiento de las mujeres, incrementándose la diferencia salarial entre ambos géneros. Todo ello se vio beneficiado por la escasez de derechos políticos reales de las mujeres. El sufragio universal todavía no existía, pese a las reivindicaciones de los incipientes movimientos feministas, y solo las pérdidas humanas o el regreso de soldados cuya capacidad de trabajo ya era nula, impidieron que esa puerta volviera a cerrarse. Las mujeres asumieron además puestos laborales que muchos hombres despreciaban, demostrando su capacidad y espíritu de sacrificio. Poco a poco, las principales democracias instauraron el sufragio universal, algo que significó un avance social fundamental.

Las mujeres suponían una mano de obra útil y barata en la industria y en los servicios públicos para sustituir a los hombres que habían sido alistados. Foto: Getty.

La Segunda Guerra Mundial

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 14.600.000 mujeres alemanas de 16 a 60 años trabajaban fuera de sus hogares, con un 51% de ellas empleadas en los sectores de servicios e industrial. Casi seis millones estaban realizando labores agrícolas, porque la economía agraria de Alemania estaba dominada por las pequeñas explotaciones familiares, pero 2.700.000 mujeres trabajaban exclusivamente en la industria nacional. Cuando se movilizó la economía alemana para la guerra, paradójicamente, causó una caída en el empleo femenino, alcanzando un mínimo del 41% antes de volver a subir, gradualmente, a más del 50%. Estos datos resultan casi paralelos a la situación de la mujer en el Reino Unido, con tasas de ocupación muy parecidas en 1944, al tiempo que en Estados Unidos también alcanzaban un 40% de la población.

Las dificultades que el Tercer Reich enfrentó para el aumento del tamaño de su fuerza de trabajo fue mitigado mediante la reasignación de mano de obra femenina para los empleos que apoyaban el esfuerzo de guerra. Los altos salarios en las industrias de armamento atrajeron a cientos de miles de mujeres, liberando a los hombres para sus deberes militares. Pero como todos sabemos, los alemanes también emplearon a prisioneros de guerra como peones en las tareas más duras o peligrosas, liberando así a las mujeres para otras labores más cualificadas.

Mujeres por la victoria

Cuando el Reino Unido entró en guerra, las oportunidades de trabajo volvieron a reabrirse para las mujeres, empleadas en las fábricas para producir las armas que se necesitaban en el campo de batalla. Este empleo industrial levantó de forma considerable la autoestima de las mujeres y les permitió desarrollar todo su potencial, contribuyendo a procurar la victoria de su país. La propaganda que se emitió durante la guerra intentó convencer a este colectivo de que, manteniendo el rol doméstico, ellas también podían asumir un papel político y ayudar a la derrota del nazismo. El Gobierno británico luchó por alentar a las mujeres en esa dirección, y un intento de reclutarlas para la fuerza laboral fue el cortometraje My Father’s Daughter. En esta película propagandística, la hija del dueño de una fábrica quiere trabajar en ella, pero su padre piensa que las mujeres son incapaces de afrontar el trabajo pesado. Cuando un capataz le presenta a su hija como uno de sus trabajadores más valiosos y eficientes, se eliminan los prejuicios del padre.

El papel de las británicas asumiendo responsabilidades y ejerciendo trabajos peligrosos en la industria provocó cambios profundos y significativos en la estructura social y laboral del Imperio británico. Con la llegada de las mujeres a las fábricas, anteriormente dominadas por los hombres, la segregación de las mujeres comenzó por fin a disminuir. La escasez de trabajadores forzó la incorporación femenina a la fuerza laboral. A título de ejemplo, la cantidad de mujeres australianas con empleo asalariado aumentó de 644.000, en 1939, a 855.000, en 1944. El Gobierno australiano amplió sus poderes con el fin de organizar el esfuerzo de guerra y distribuir mejor los recursos naturales y humanos, recurriendo a la ley del National Security Act de 1939. Esta norma permitió al Gobierno introducir el reclutamiento obligatorio y tanto hombres como mujeres recibieron la orden de incorporarse a las industrias esenciales. En 1940, se introdujo el racionamiento que fue ampliado en 1942. 

El trabajo de las mujeres en las fábricas de munición también fue fundamental en la Segunda Guerra Mundial. En la imagen, una trabajadora canadiense ajusta bombas aéreas. Foto: Shutterstock.

Aún así, el Imperio británico sufrió escasez de mano de obra al necesitar un estimado de millón y medio de soldados para sus fuerzas armadas, y una población adicional de 775.000 personas para la fabricación de municiones y cubrir otros servicios a partir de 1942. Fue durante esta «hambre de trabajo» cuando se multiplicó la propaganda destinada a inducir a la gente a unirse a la fuerza laboral y contribuir al esfuerzo de guerra. Las mujeres eran el público objetivo al que iba destinada toda la propaganda, porque se les pagaba mucho menos que a los hombres. Tan solo en la industria de la ingeniería, el número de empleadas cualificadas y semicualificadas aumentó del 75 al 85 por ciento desde el año 1940 a 1942.

En 1941, con la escasez de mano de obra cualificada, la Essential Workers Order introdujo la exigencia de que todos los obreros especializados debían registrarse y permanecer en los puestos de trabajo que se consideraran esenciales para el esfuerzo de guerra. El Ministerio de Trabajo británico creó además centros de formación que dieron una amplia proyección a los empleos de ingeniería, y para 1942 el Women of Employment Order permitió a las mujeres el acceso a estas industrias. La ingeniería creció y se convirtió en una gran fuente de empleo femenino en áreas como la fabricación de aviones, vehículos de motor, electricidad e ingeniería en general. La producción de aeronaves registró la subida más grande de la ocupación femenina, aumentando del 7 por ciento en 1935 al 40 por ciento en 1944.

Una mujer trabaja en el panel de instrumentos de un avión en una fábrica de aviones en 1940. Su trabajo especializado fue alentado como clave en la victoria. Foto: Getty.

De ahí que, en el Reino Unido, las mujeres resultaron esenciales tanto en funciones civiles como militares. La contribución de los civiles al esfuerzo de guerra británico fue reconocido con el uso de las palabras Home Front, para describir las batallas que se libraban a escala nacional con el racionamiento, el reciclaje y los trabajos de guerra. Las mujeres también fueron reclutadas para trabajar en los canales, en el transporte de carbón y municiones en las barcazas que surcaban todas las vías navegables. Estas féminas llegaron a ser conocidas como las Idle Women, inicialmente un apodo derivado de las iniciales IW, que llevaban en sus insignias. Y por lo que respecta a los Estados Unidos, al final del conflicto un total de dos millones de mujeres trabajaba en las industrias bélicas. Con los hombres luchando en Europa y Asia, fueron las mujeres norteamericanas las que asumieron los trabajos en las fábricas de armamento, los astilleros y las empresas aeronáuticas.

Mujeres rusas en la guerra

También las mujeres soviéticas jugaron un papel muy relevante en su gran guerra patria. La mayoría de ellas se empleaba en la industria, los transportes y otras funciones civiles, trabajando incluso un doble turno, mientras los hombres estaban en los frentes. Al inicio de la Operación Barbarroja —la invasión alemana del 22 de junio de 1941—, la fuerza de trabajo de la URSS contaba con más de 11 millones de obreras y empleadas en fábricas e instituciones de gobierno, así como 19 millones de koljosianas —las obreras de las explotaciones agrarias—. Moscú movilizó a las mujeres en las primeras etapas de la guerra, integrándolas en las principales unidades del Ejército Rojo. Alrededor de 800.000 sirvieron en las fuerzas armadas, la mayoría destinadas en unidades de primera línea, y con millones de hombres luchando en los frentes y otros caídos, existía una grave escasez de mano de obra en las industrias, el trabajo rural y la prestación de los servicios urbanos más esenciales.

Al comenzar la guerra, Rusia movilizó a las mujeres integrándolas en el Ejército Rojo. En la imagen, entrada de las tropas alemanas en la ciudad rusa de Minsk en junio de 1941. Foto: Shutterstock.

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