Un buen número de historiadores han investigado si la población alemana era cómplice, de algún modo, del genocidio llevado a cabo por sus líderes. El principal investigador sobre este tema, el alemán Götz Aly, sostiene en su libro La utopía nazi que Adolf Hitler compró a los alemanes. Y niega que los crímenes cometidos por los nazis fueran tan solo obra de Hitler y sus secuaces.

Bienestar económico
Los datos económicos durante el periodo del Tercer Reich (1933 – 1945) demuestran cómo la población alemana de origen ario se benefició económicamente y mejoró laboralmente. Esto facilitó su tolerancia con los crímenes que se cometían en Alemania y en los países ocupados. Los alemanes arios salían ganando con la política de Hitler ya que vivían mucho mejor.
Un ejemplo fue el proyecto Fuerza a Través de la Alegría (Kraft durch Freude o KDF), que tiene como exponentes los viajes de vacaciones en cruceros como el Wilhelm Gustloff y la ciudad de vacaciones de Prora. En ella, los proletarios germanos disfrutarían de teatros, restaurantes y residencias que sumaban diez mil habitaciones con vistas al mar.
Hitler pidió que la KDF hiciera “todo lo posible para que su tiempo de ocio les proporcione el necesario descanso. Mi deseo es que el pueblo alemán sea mentalmente fuerte”. La petición del Führer era solo para los trabajadores arios. Los judíos no tenían la más mínima posibilidad de acceder a las oportunidades que ofrecía la KDF.

¿Cómo fue posible?
El milagro económico alemán de la década de 1930, logró aumentar el producto interior bruto un 50 % y reducir el desempleo en cinco años. Pasó de los más de cinco millones y medio de desempleados que había en 1932 a cifras inferiores a los 800 000 en 1936 y unos cien mil para 1939.
¿Cómo se logró? A grandes rasgos, se consiguió con la suspensión de los pagos de reparación estipulados en el Tratado de Versalles; el Programa Reinhardt, con el que se desarrollaron grandes infraestructuras públicas, como las industrias militares o las famosas Autobahn y la emisión de bonos estatales.
A esto hay que sumar que prácticamente se apartó a las mujeres del mundo laboral y los hombres ocuparon muchos de sus puestos. Según el ideario nazi, la mujer alemana debía limitarse a las tres “k” Kinder, Küche, Kirche (Niños, cocina, iglesia).
Judíos excluidos
A pesar del enorme gasto que suponía principalmente el esfuerzo bélico, Hitler preservó el nivel de vida del ario medio. Lo hizo a costa de las condiciones de vida de otros ciudadanos a los que se consideraba inferiores.
Los principales pagadores del milagro económico alemán fueron los judíos a los que se le obligó a pagar por el simple hecho de serlo. Primero, cuando por culpa de la presión a la que eran sometidos muchos se vieron obligados a abandonar Alemania. Se vieron forzados a malvender sus propiedades y supuso un ingreso para el estado de nada menos que mil millones de marcos.
Después apareció lo que se podría llamar un “impuesto judío”. Los que tenían propiedades valoradas en más de cinco mil marcos debían pagar al fisco el 20 % de su patrimonio recaudándose con ello ocho mil millones. Al comenzar el conflicto mundial aumentó hasta el 25 %. Cuando se necesitó más dinero de impuso una multa a los judíos por culpa de la Noche de los Cristales Rotos y se recaudó mil millones más. Según fue pasando el tiempo se les expropió todo.

El "Lebensraum"
Hitler ya culpaba a los judíos de los males de Alemania en su obra Mi lucha: “Si se hubiera tratado a los corruptores hebreos del pueblo con gas venenoso a principios de la Gran Guerra, no habría sido en vano el sacrificio de millones en el frente”. Incluso en una carta escrita en 1919 dijo que el “objetivo final debe ser, de una manera inquebrantable, la total eliminación de los judíos”.
La supresión de los judíos de Alemania y Europa dejaría libre el Lebensraum (espacio vital) que los germanos arios necesitaban. Un espacio que no era solo algo físico o territorial, también económico.
Saqueo de los territorios ocupados
Otras medidas de explotación económica también se aplicaron en los territorios ocupados, cuyos bancos nacionales fueron saqueados, haciéndoles pagar gastos de guerra. Igualmente, se apropiaron de sus recursos, principalmente los que beneficiaban a la industria bélica. Del mismo modo que el estado nazi y sus jerarcas se transformaron en una máquina de pillaje, los alemanes corrientes se dejaron corromper y sobornar con ese estado del bienestar. A fin de cuentas, se pensaba que “para qué queremos libertad si tenemos trabajo”.

La indiferencia colectiva
En Alemania se llama Mitläufer a los ciudadanos que, por su indiferencia, conformismo, oportunismo o ceguera, se convirtieron en cómplices de los crímenes del nazismo. Dentro de este grupo se encuentran los abuelos de la periodista franco alemana Géraldine Schwarz:
"Mi abuela no se afilió al partido nazi, pero estaba fascinada por el Führer, sentía un amor abstracto por él. Mi abuelo se aprovechó de las medidas antisemitas para comprar a precio de saldo el negocio de un judío que acabó en Auschwitz junto a su familia. Cuando tras la guerra el único descendiente de este que sobrevivió reclamó a mi abuelo, él no aceptó su responsabilidad."
Parafraseando a Schwarz, el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia colectiva. Aunque los auténticos verdugos solo son unos pocos, la indiferencia del resto mata más que los criminales. La mayoría de los alemanes estaba de acuerdo con los juicios de Núremberg. Eso reducía los culpables a tan solo un centenar de personas, lo que limpiaba de culpa al resto de la sociedad alemana.

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