La dictadura del miedo: Stalin y el terror que consolidó su poder en la URSS

Durante casi dos décadas, el georgiano más temido de la URSS fue Iósif Stalin, en el poder desde la muerte de Lenin en 1924. Gobernó con mano de hierro y sometió a su país a purgas que sembraron el terror.
Iósif Stalin

El sueño revolucionario de Lenin acabó con la autarquía de la casa Romanov, pero derivó en poco tiempo en una auténtica sangría. La Revolución, la guerra civil, las enfermedades y la hambruna causaron diez millones de muertos entre 1917 y 1922.

Pese a todo, los revolucionarios fueron capaces de levantar los pilares de una nueva nación. Cuando tenía todo el poder en sus manos, el líder de los bolcheviques propuso al georgiano Iósif Stalin como secretario general del Partido Comunista en 1921.

Aquella medida, que pretendía frenar la progresiva influencia de León Trotski en la nomenklatura (las élites del partido), iba a abrir las puertas al estalinismo. “De la autocracia del zar se pasó en apenas tres años a la consolidación de la primera dictadura moderna del siglo XX”, recuerda el historiador español Julián Casanova.

Meses después, tras sufrir varios ataques de hemiplejía, Lenin se arrepintió de su decisión y recomendó a los dirigentes bolcheviques que prescindieran de Stalin porque era muy ambicioso y demasiado grosero.

Iósif Stalin llamó a todos los rusos a defender el país en julio de 1941. La Operación Barbarroja, la ocupación alemana de la Unión Soviética, comenzó el 22 de julio de 1941.  - Getty Images

Sustituto del zar del pueblo

Pero ya era tarde. Desde su nuevo cargo, el georgiano tejió una intrincada red de alianzas que le situó en el primer puesto de la lista de candidatos a suceder a Lenin en el Kremlin. El que fue llamado el “Zar del pueblo” falleció en Nizhni Nóvgorod, cerca de Moscú, el 21 de enero de 1924.

“Cuando Lenin, el hombre, murió, nación Lenin el Dios”, afirma el historiador británico Orlando Figes. En ese momento comenzó en la URSS el culto a la personalidad de sus líderes, una peculiaridad del régimen soviético que el georgiano cultivó con gran destreza.

Los grandiosos funerales de Estado fueron organizados por Stalin, lo que le consolidó definitivamente como el mejor situado para presidir la Unión Soviética. El georgiano formó una troika junto a Kámenev y Zinoviev para dejar a un lado a Trotski, cuya estrategia era difundir la revolución mundial, una postura que chocaba frontalmente con la que defendía Stalin, que apoyaba la idea del socialismo en un solo país.

Poco después, Kámenec y Zinóviez se aliaron con la viuda de Lenin para frenar la creciente ambición del “hombre de acero”. Pero sus planes se vinieron abajo ante la rápida reacción de su astuto contrincante. Durante el XV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Stalin y sus acólitos maniobraron en la sombra para que Kámenev perdiera su puesto en el Comité Central. Los dardos envenenados del georgiano también alcanzaron a Zinóviev, que fue expulsado del partido y a Trotski, que fue desterrado.

El zar rojo: Así se autodenominó el dictador soviético Stalin, que en la década de los años treinta convirtió a la URSS en un Estado totalitario - Getty Images

El régimen estalinista se levantó sobre el terror que se impuso en Rusia durante la Revolución y la guerra civil. Una de sus características fue la introducción de un modelo de planificación económica centralizada a través de los planes quinquenales, que decidían cómo se debían utilizar los recursos disponibles, los productos que había que producir y cuándo y cómo poner en marcha esos objetivos.

Otro de los elementos claves del nuevo régimen fuela colectivización del campo, que afectó directamente a los campesinos prósperos (kuláks), cuyas tierras fueron requisadas. El proceso de expropiación de los kuláks, que tuvo lugar entre 1932 y 1933, y las incompetencias administrativas del nuevo régimen causaron una gran hambruna y la muerte de unos cuatro o cinco millones de personas.

Uno de los principales objetivos del Primer Plan Quinquenal fue incrementar la producción industrial en un 180% y ampliar la mano de obra industrial en un 39%. La idea de Stalin era superar a los países capitalistas avanzados. La producción bruta industrial creció espectacularmente, pero la economía quedó debilitada por la baja producción agrícola.

La dictadura del miedo: Stalin y el terror que consolidó su poder en la URSS - Getty Images

El Segundo Plan Quinquenal se centró en el dominio de la tecnología e introdujo la responsabilidad y el prestigio del personal técnico cualificado, lo que acabó con el igualitarismo social. El mayor ejemplo de este nuevo trabajador fue Alekséi Stajánov, un minero que durante una noche fue capaz de extraer catorce veces más carbón de lo que marcaba la norma laboral del momento.

El mito del “estajanovismo” marcó otro de los objetivos del estalinismo. Los obreros tenían que superarse a sí mismos y seguir el ejemplo de los mejores. La burocracia puso en marcha el proceso de industrialización sin tener en cuenta las propias características del país, muy atrasado y pegado a la agricultura.

Sin duda, aquel proceso contribuyó al crecimiento de las industrias, pero dejó de lado las necesidades sociales de los trabajadores. Esa gran transformación industrial y agrícola también afectó a la cultura, cuyas élites iban a ser sustituidas por obreros-proletarios.

Exterminio de posibles traidores

El “Gran Terror” comenzó en diciembre de 1934 cuando Stalin ordenó asesinar al secretario general del Partido Comunista de Leningrado, Sergéi Kírov. Un año después, Kámenev y Zinóviev fueron detenidos por traidores y complicidad en el asesinato de Kírov, por lo que fueron ejecutados en agosto de 1936.

A continuación, se desató una campaña de terror sin precedentes que llegó a su momento culminante en los años 1937 y 1938. Aquella siniestra etapa estuvo marcada por la represión a bolcheviques, obreros, campesinos, militares e intelectuales. Ni siquiera sus allegados estuvieron a salvo de la quema. Durante casi dos años, a Stalin no le tembló el pulso cuando firmó las órdenes de ejecución de miles y miles de compatriotas.

Ni tampoco cuando ordenó fusilar a amigos y familiares, como el marido de María Svanidze, familiar de su primera mujer, Kete- van Svanidze, o cuando condenó al exilio a su sobrina Kira Allilúeva, que recordaba a Stalin meciéndola sobre las rodillas y cantándole sus tonadas preferidas. En mayo de 1937 el todopoderoso dictador ordenó eliminar a los antiestalinistas españoles agrupados en el POUM.

Su líder, Andreu Nin, antiguo secretario de Trotski, podría haber sido asesinado por agentes de los servicios secretos soviéticos en España dirigidos por Alexander Orlov, general de la NKVD (policía secreta bolchevique precursora del KGB), según afirman algunos historiadores.

Para sostener su dictadura

Pero, ¿cómo pudo aquel paranoico permanecer tantos años al mando de la nación? Los historiadores coinciden en señalar que se sostuvo en el poder gracias al miedo visceral que sentían los hombres que le rodeaban. Un pavor que se apoyaba en un poderoso aparato de terror.

“Además, aquel poder ilimitado se intensificaba gracias a la existencia de una verdadera devoción de las masas hacia su líder, que se veía alentada y alimentada por una red propagandística omnímoda”, afirman los historiadores rusos Zhores y Roy Medvedev en su libro El Stalin desconocido.

El fabuloso esfuerzo propagandístico del que hablan los hermanos Medvedev alimentó el culto a la personalidad del líder soviético. Aquella propaganda que le convirtió en el venerado padre de la patria hizo posible que su furia exterminadora no tuviera límites. Durante el “Gran Terror”, la maquinaria represora requirió la participación activa de guardias, verdugos, torturadores, administrativos y soplones. El miedo atenazó a los disidentes. Los trenes transportaban a los prisioneros del Gulag (red de prisiones y campos de trabajo) a Siberia o a Kazajastán en vagones de ganado.

El destacado político bolchevique Serguéi Kírov fue asesinado por orden de Stalin (ante el féretro de su camarada), - AGE

La purga en el ámbito militar dejó sin mandos al Ejército Rojo, lo que supuso un grave problema pocos años después cuando los nazis invadieron Rusia. “En junio de 1937 fue ejecutado el mariscal Mijaíl Tujachevski y otros altos mando de alto rango fueron acusados de espiar para Alemania y Japón, y de planificar una organización trotskista contrarrevolucionaria”, señala la serbia Mira Milosevich en su libro Breve historia de la Revolución rusa.

A finales de 1938, 35.000 oficiales del Ejército Rojo habían sido detenidos y encarcelados (nueve de cada diez generales, cuatro de cada cinco coroneles). La lista de depurados y asesinados incluyó a campesinos, obreros, intelectuales, minorías étnicas y también a amigos y familiares del dictador.

La espiral de violencia acabó con la carrera de eminentes profesionales, como el ingeniero aeronáutico Andréi Túpolev. Ajenos a tanta violencia y represión, los burócratasde los partidos comunistas de Occidente siguieron alabando las virtudes del paraíso soviético.

A finales de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado, sólo unos pocos intelectuales que habían profesado su adhesión al comunismo, como Arthur Koestler, André Gide, George Orwell o John Dos Passos, se atrevieron a denunciar la dictadura criminal de Stalin.

Eliminación del adversario

Una de sus grandes obsesiones fue acabar con Trotski, su enemigo mortal, que tuvo que escapar de la Unión Soviética en 1929.Tras peregrinar por media Europa y Turquía, el disidente soviético halló refugio en Coyoacán, Ciudad de México. Nueve años más tarde, Stalin encargó a Lavrenti Beria que buscara profesionales entre los espías de la NKVD para asesinarlo.

El elegido fue el español Ramón Mercader, que logró enamorar a la trotskista americana Sylvia Ageloff, cuya hermana era una estrecha colaboradora del político exiliado, lo que le permitió introducirse en el refugio de Coyoacán y acabar con Trotski clavándole un piolet en la cabeza.

Mercader fue detenido y pasó veinte años en la prisión mexicana de Lecumberri. Del mismo modo que mandaba asesinara un disidente en el extranjero o a un colaborador suyo en Moscú, Stalin estaba dispuesto a negociar con cualquiera para lograr sus objetivos, tal y como demostró la alianza que firmó con Berlín poco antes de que estallara la II Guerra Mundial.

Sólo otro gran mentiroso como Hitler fue capaz de engañar al astuto dictador soviético. Su acuerdo de no agresión saltó porlos aires el 22 de junio de 1941, cuando el ejército nazi inició el ataque a la Unión Soviética. Stalin era un paranoico de libro. En abril de 1941, cuando Winston Churchill le dijo que los alemanes estaban a punto de atacar su país, el líder soviético no le creyó.

En su lógica, los ingleses le estaban engañando, ya que el objetivo principal del Reino Unido era acabar con los bolcheviques. Y qué mejor manera de lograrlo que empujar a la Unión Soviética a declarar la guerra a Alemania. La información más fidedigna que llegó a Moscú anticipando la invasión alemana provenía del agente Richard Sorge, que operaba en Tokio, y de la “La Orquesta Roja”.

Uno de los agentes de esa red de inteligencia soviética mandó a Moscú un documento en el que avisaba del inminente ataque de la Wehrmacht a Rusia. El jefe de información se lo pasó al dictador soviético, quien escribió al margen: “dile a tu informador que le den por culo a su madre”. El georgiano despreciaba a todo aquel que no entrara en su lógica. Gente inteligente del entorno más próximo de Stalin sabía que su mal juicio podía llevarlos al desastre, pero ninguno se atrevió a contradecirlo.

En enero de 1937, Trotski y su esposa Natalia arribaron al puerto de Ciudad de México, donde fueron acogidos por la pareja mexicana de artistas compuesta por Frida Kahlo y Diego Rivera en el comienzo de su nueva vida como exiliados. - Álbum

Al llegar los alemanes a Moscú, el pánico se adueñó de la ciudad. Mientras se levantaban barricadas y todo tipo defensas, las autoridades organizaron la evacuación del Gobierno. Fue en aquel momento cuando Stalin, que en un primer momento quedó en estado de shock ante la invasión, reaccionó y se puso al frente de la defensa de Moscú. El dictador envió un mensaje en el que pedía a la población que resistiera a ultranza a los nazis. Más al norte, las tropas alemanas sitiaron y bombardearon la ciudad de Leningrado, abocándola a la hambruna y la muerte.

Comienza la contienda

Admirador de Iván el Terrible, Stalin se proclamó el nuevo “Zar rojo”, el único que podía conducir los destinos de la patria amenazada. En las primeras semanas de guerra, tres millones de soldados soviéticos fueron hechos prisioneros por la Wehrmacht por la imprevisión de Stalin.

Entre ellos su hijo Yákov, que en aquel entonces era piloto del Ejército Rojo. Los alemanes se ofrecieron para intercambiarlo por uno de sus principales generales, capturado por las tropas soviéticas. Pero el soberbio georgiano rechazó la propuesta.

El 5 de diciembre de 1941, el mariscal Georgy Zhúkov lanzó un contraataque contra el ejército alemán, que estaba situado a unos 40 kilómetros de Moscú. Meses antes, los soviéticos habían estado transfiriendo fuerzas frescas y bien equipadas desde Siberia y el Extremo Oriente ruso hasta la capital.

Estas tropas estaban mucho más preparadas para soportar el intenso frío invernal que las alemanas, que en enero de 1942 fueron obligadas a retroceder unos 200 kilómetros. La derrota alemana en Stalingrado en febrero de 1943 marcó un punto de inflexión en la guerra.

Luego se produjo el contraataque del Ejército Rojo, que de forma progresiva fue haciendo retroceder a la Wehrmacht. Tras la batalla de Kursk, los oficiales alemanes más lúcidos sabían que habían perdido la guerra. El imperio milenario y universal con el que soñaba el Führer pronto iba a quedar reducido a un perímetro de apenas dos kilómetros en el centro de Berlín.

En su delirio, el comandante supremo del Reich pensaba que los mejores alemanes habían muerto en los campos de batalla. El resto, los que todavía vivían y le habían fallado, sólo merecían morir. Lo mismo que el resto del pueblo alemán. Si él sucumbía, también lo haría toda Alemania.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el hijo de Stalin, Yákov Dzhugashvili (abajo, junto a oficiales alemanes) fue hecho prisionero por los nazis en las primeras fases de la invasión alemana - Getty Images

Una vez sobrepasada la defensa alemana en Prusia Oriental, el líder soviético aleccionó a sus generales para que se dirigieran de inmediato a Berlín. El 2 de mayo de 1945 un soldado del Ejército Rojo izó la bandera soviética sobre las ruinas del Reichstag.

El atroz régimen impuesto por los nazis había concluido. Fue el mejor momento del estalinismo, cuando obtuvo legitimidad por su decisiva contribución a la derrota del Tercer Reich. Veinte millones de soviéticos perdieron la vida durante el conflicto bélico.

Preludio de la Guerra Fría

Una vez concluyó la guerra en Europa, los aliados se reunieron en la ciudad de Potsdam, cercana a Berlín, donde el presidente estadounidense Harry Truman le confesó al líder soviético que su ejército poseía un arma secreta de una potencia aterradora, una confidencia que no pareció impresionar a Stalin, ya que tenía información de ese poderoso y letal ingenio bélico a través de sus espías. Era cuestión de tiempo que la Unión Soviética fabricara su propia bomba nuclear, y Stalin puso todo su empeño en cumplir ese objetivo.

En una entrevista publicada en MUY HISTORIA (N.º 45), el historiador británico Antony Beevor desvelaba que “gracias a sus redes de espionaje, Stalin sabía que necesitaba uranio para la construcción de una bomba atómica similar a la americana y también sabía que podía obtenerlo en el Instituto de Física Kaiser Wilhelm de Berlín”.

Esa fue una de las razones por las que Stalin presionó a sus generales para que entraran en Berlín antes que los estadounidenses. Una vez tomaron la capital alemana, los soviéticos encontraron pequeñas cantidades de uranio que trasladaron a Moscú.

Tras la derrota de Japón, el Ejército Rojo era el más poderoso del mundo y Estados Unidos la primera potencia mundial y la única que poseía la temible bomba nuclear. En su contraataque contra las tropas alemanas, los soviéticos fueron ocupando grandes territorios en Europa Central y del Este.

En 1948, mujeres del Berlín Oeste ante el escaparate de una tienda de ropa llegada de Inglaterra - Getty Images

En las conferencias de Yalta (febrero de 1945), Potsdam (julio-agosto de 1945) y Londres (septiembre de 1945), la Unión soviética obtuvo grandes beneficios territoriales.

Por su parte, Estados Unidos y el Reino Unido marcaron sus propias zonas de influencia en el Pacífico, el Mediterráneo y Oriente Medio. Fue entonces cuando los antiguos aliados en la lucha contra el Tercer Reich colisionaron por sus profundas diferencias ideológicas.

Las democracias occidentales mostraron su rechazo a la política de Moscú de crear naciones satélites como Rumanía, Hungría, Polonia, Checoslovaquia o Yugoslavia, así como sus incesantes presiones sobre Turquía para controlar el paso de los Dardanelos.

En 1946, Stalin acusó a los países occidentales por sus regímenes capitalistas y sus ínfulas imperiales. El 5 de marzo de 1946, Churchill pronunció el famoso discurso en la Universidad de Fulton (Misuri), donde denunció que Moscú había creado una Cortina de Hierro (el Telón de Acero) que iba del Báltico al Adriático.

Intentos de frenar el empuje de Moscú

El Berlín dividido de posguerra iba a ser el símbolo de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y las democracias occidentales. La primera etapa se desarrolló entre 1947 y 1953, el año que falleció Stalin, y su rasgo fundamental fue la expansión de los soviéticos en la Europa Central y del Este y la estrategia de contención que pusieron en práctica Estados Unidos y las demás naciones occidentales.

En un intento de frenar el empuje de Moscú, Washington financió la reconstrucción de Europa a través del Plan Marshall y creó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en abril de 1949. Moscú reaccionó años después con el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, más conocido como el Pacto de Varsovia, que fue firmado en 1955 por los países del bloque del Este y cuyo objetivo era contrarrestar la amenaza de la OTAN y el rearme de la República Federal Alemana. Como respuesta al Plan Marshall de los estadounidenses, Stalin puso en marcha el consejo de Ayuda Mutua Económica (Comecon) en 1949.

La peor pesadilla para Washington era la posibilidad de que los soviéticos accedieran a la bomba nuclear. Y fue un espía llamado Klaus Fuchs, reclutado en 1941 por Jürgen Kuczyski, agente del GRU soviético, el que pasó a Moscú información valiosísima del programa estadounidense para que los soviéticos fabricaran su propia bomba atómica.

Una vez los alemanes invadieron Rusia, este brillante físico alemán comenzó a transmitir a Moscú secretos militares británicos.

El Kremlin consigue la bomba atómica

A finales de 1943, el físico Fuchs fue invitado a trabajar en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y en agosto de 1944 fue reclutado por la División de Física Teórica del Laboratorio Nacional de Los Álamos, Nuevo México, para trabajar en el Proyecto Manhattan, cuyo objetivo era fabricar la primera bomba atómica.

Aquel mismo año, Fuchs patentó junto a John von Neumann un método para iniciar el proceso de fusión en un arma termonuclear con un disparador de implosión. Por aquel entonces, los soviéticos estaban muy impresionados y alarmados cuando Fuchs y otros agentes les comunicaron los enormes recursos económicos que los estadounidenses estaban aportando al Proyecto Manhattan.

Stalin entendió con rapidez el poder y la naturaleza transformadora de aquella arma de destrucción masiva. Es probable que en esos momentos finales de la II Guerra Mundial el joven físico alemán ya estuviera pasando a los soviéticos información sensible del Proyecto Manhattan.

Feynman trabajó en el proyecto Manhattan.  - iStock

Lo que es seguro es que, desde otoño de 1947 hasta mayo de 1949, Fuchs proporcionó a Moscú el esbozo teórico para crear una bomba de hidrógeno y los diseños preliminares para su desarrollo. Asimismo, el físico alemán envió información sobre la producción de Uranio 235 y otros datos que facilitaron a los soviéticos el cálculo del número de bombas nucleares que podían tener los estadounidenses.

Gracias al trabajo de Fuchs y de otros agentes, el 22 de agosto de 1949 la Unión Soviética detonó con éxito su primera bomba atómica en el campo de pruebas de Semipalatinks, en el noreste de Kazajistán. El Kremlin ya estaba en disposición de amenazar a Washington con el mismo tipo de armamento nuclear.

Stalin estaba satisfecho. Había logrado concluir uno de sus mayores objetivos. Pero era un hombre aislado, cuya soledad se agudizó a partir de 1949. Aunque seguía invitando a altos dignatarios del régimen a su “dacha” de Kúntsevo a las afueras de Moscú, el “hombre de acero” sentía nostalgia por los buenos años de camaradería durante la Revolución de Octubre. Según pasaba el tiempo y el dictador envejecía, sus manías iban en aumento, lo que le hacía todavía más peligroso.

En el Kremlin cundía el pánico. Todos se sentían amenazados por sus ataques de paranoia. La esposa judía de Mólotov, uno de los más fervientes seguidores de Stalin, fue arrestada y expulsada del partido en 1949 por la cálida bienvenida que dispensó a la enviada israelí Golda Meir. No podía soportar a los judíos, y todavía menos al recién creado Estado de Israel.

Aburrido, aunque siempre atento al nido de víboras que había creado a su alrededor, Stalin se recluyó en su “dacha”. Tras una noche de borrachera con algunos camaradas, el “líder de acero” dejó escapar su último aliento el 5 de marzo de 1953. Su cuerpo embalsamado fue depositado junto a la momia de Lenin en el mausoleo moscovita.

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