Pasará a la Historia como el último presidente de la II República, si bien desempeñó tal dignidad desde el exilio, con un contenido meramente simbólico. Natural de Sevilla, donde nació en noviembre de 1883, Diego Martínez Barrio se ganó la vida como tipógrafo antes de descubrir su vocación política, actividad a la que iba a dedicar toda su vida.

Su puesta de largo se produjo enrolado en las filas de la Juventud Republicana de Sevilla, antes de afiliarse al Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, pero entre tanto cultivaba con gran dedicación su otra gran pasión: el periodismo. Fundó, de hecho, su propio periódico, El Pueblo, convertido en uno de los principales altavoces mediáticos del republicanismo en su Andalucía natal. Su entrega a la causa era total, y en 1910 desempeñó su primer cargo político: concejal del Ayuntamiento de Sevilla.
Masón, republicano y conciliador
Poco a poco Barrio fue cuajando como uno de los políticos más influyentes de la región, actividad que compaginaba con su militancia masónica. En 1908 entró a formar parte de la logia La Fe de Sevilla, llegando a desempeñar el cargo de Gran Maestre del Gran Oriente Español. Su ascenso en la jerarquía política continuaba imparable y en 1930 fue uno de los integrantes del Comité Revolucionario resultante del Pacto de San Sebastián. Su firme apoyo a la causa republicana, no obstante, le costó caro, y acabó por tener que exiliarse en Francia, al igual que otros destacados políticos de la época.
Aún se encontraba en el país vecino cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República, e inmediatamente emprendió su triunfal camino de regreso en compañía de Prieto y otros republicanos víctimas del ostracismo, en un viaje en ferrocarril convertido en un homenaje entusiasta a los exiliados, recibidos como héroes en cada pueblo hasta llegar a destino.

De regreso en España, fue nombrado ministro de Comunicaciones. Dos años después, en 1933, gracias a su talante moderado y negociador, obtuvo el cargo de presidente del Gobierno que debía liderar la nación hasta la celebración de las elecciones ese mismo año. Ejerció como ministro de la Gobernación hasta que, cada vez más alejado de las tesis y los planes de Lerroux, decidió abandonar el PRR para fundar su propio partido, la Unión Republicana, formación que se integró en el Frente Popular de cara a las elecciones del 16 de febrero de 1936. Por un breve período de poco más de un mes, ejerció fugazmente como presidente de la República en funciones tras la destitución de Alcalá-Zamora.
Desde el exilio
Ante el inicio de la sublevación, el 19 de julio de 1936 Azaña le encargó formar gobierno tras la dimisión de Casares Quiroga. Tras el fallido intento de consensuar un gabinete de conciliación, Barrio desistió de la tarea apenas unas horas después de su nombramiento; había estallado la Guerra Civil. Siguió sirviendo a la causa hasta la caída de la República, convertido en uno de los asesores de confianza de Azaña. Optó por el exilio en Francia, en primera instancia, y posteriormente marchó a México, donde ejerció de presidente de la República en el exilio desde 1946 hasta su muerte en París, el 1 de enero de 1962.
Un funeral tardío, pero en su tierra
Martínez Barrio murió en el exilio, en la capital francesa, y fue enterrado en un país extraño. Una de sus últimas voluntades fue pedir que, “si algún día fuera posible, decorosamente”, sus restos mortales fueran repatriados para ser depositados en su Sevilla natal. Hubieron de pasar nada menos que treinta y ocho años hasta que finalmente las gestiones de la Asociación de Abogados Progresistas tuvieron éxito y el político republicano pudo regresar a casa.

El funeral se ofició el 15 de enero del año 2000 en el cementerio de San Fernando, tras permanecer expuesto el féretro en el Ayuntamiento de la capital andaluza para ser debidamente homenajeado. Fue enterrado al lado de su primera y segunda esposa en un funeral al que asistieron cerca de tres mil personas y que fue oficiado al son del Himno de Riego, envuelto el féretro en banderas tricolores. Casi cuatro décadas después, finalmente Martínez Barrio pudo así regresar del exilio.