La suya es “la biografía más grande jamás contada”, pero al mismo tiempo la más misteriosa. Ningún personaje es tan conocido universalmente −ni, por supuesto, tan seguido− como Jesucristo. Sin embargo, su propia existencia ha llegado a ponerse en duda, sobre todo en el siglo pasado, por quienes no consideraban los Evangelios documentos fiables, aunque hoy se tiende a admitir como suficiente el testimonio, ajeno a estos textos sagrados, de dos historiadores reconocidos muy cercanos a él en el tiempo: Flavio Josefo, que era judío, y Tácito, romano.

A continuación, vamos a ir analizando los mayores enigmas en torno al mayor de los personajes, Jesús de Nazaret (¿o deberíamos decir Belén?), y a la religión por él instituida.
El lugar y la fecha de su nacimiento
Ya en vida del propio Jesús, había discusiones sobre cuál era su patria chica −como refleja el Evangelio de San Juan hasta en dos ocasiones−, así que hay escasas expectativas de dar carpetazo a este enigma. El problema no era baladí, ya que Nazaret estaba en la provincia o región de Galilea, en el norte de Palestina, mientras que Belén pertenecía a la de Judea, en el sur, a 473 km de distancia. En la época, los judíos esperaban que el Mesías fuese un descendiente de la Casa de David, como habían predicho los profetas, y ese rey había nacido en Belén.

Ni el citado San Juan ni otro de los evangelistas, Marcos, se explayaron sobre la biografía temprana de Jesús, al que siempre llaman “de Nazaret”. En cambio, Lucas sí abunda en esta parte de su vida y sitúa el natalicio en Belén. Da una razón para ello: el padre del Mesías, José, tenía que empadronarse en su localidad de nacimiento, tal y como ordenaba un edicto del emperador Augusto para la realización de un censo general. El problema es que en fuentes romanas no aparece ni rastro de tal censo.
El texto de Lucas da más detalles y menciona que todo ocurrió siendo Cirino gobernador romano de Siria. Pero esto suma nuevos enigmas, que tienen que ver con la fecha de nacimiento de Jesús, ya que el legado romano –en realidad llamado Publio Sulpicio Quirinio– realizó un censo de Judea pero hacia el año 6-7 después de Cristo, cuando Roma decidió pasar a gobernar directamente esta región y para ello prescindió del último de sus reyes, Herodes Arquelao; quien, por cierto, no es el mismo Herodes al que alude el evangelista Lucas en este episodio, el Grande, perpetrador de la “matanza de los inocentes”.
Este también ordenó un censo en los últimos años de su reinado, hacia el 7-6 a.C., y ello podría compadecerse bastante con la fecha de nacimiento aceptada para Jesús. Esto es porque hoy sabemos que, cuando en la Edad Media se calculó el inicio de la era cristiana, se cometió un error: el monje que lo hizo contó hacia atrás el número de años de reinado de cada emperador romano y una de sus equivocaciones fue “olvidarse” de cuatro años en los que Augusto había reinado como Octavio. Además, también omitió el año 0. Por ello, parece demostrado que Jesús nació antes de Cristo, por decirlo con un juego de palabras.
Aún hay más asuntos relacionados con la fecha no tan claros: ¿vino al mundo realmente en Navidad? No hay datos concretos en el Evangelio de Lucas, así que debemos fijarnos en detalles colaterales que cita: por ejemplo, que los pastores velaban sus rebaños aquella noche, algo que parece muy improbable en pleno invierno, dado que las temperaturas son muy bajas. También es extraño que un censo se realizara en esa época del año, ya que hacía trasladarse a mucha gente y los viajes requerían de buen clima para emprenderlos, algo que puede aplicarse también a la larga peregrinación de los Reyes Magos para adorarle.

Según el historiador de las religiones Mircea Eliade y otros, todo indica que en los primeros tiempos de institucionalización del cristianismo (siglo IV) se decidió celebrar el nacimiento de Jesús en la fecha del solsticio de invierno, para facilitar el culto a la nueva divinidad manteniendo las viejas costumbres. En las religiones mediterráneas orientales se festejaba el solsticio de invierno como fecha de nacimiento de las divinidades solares y los romanos ya se habían mostrado continuistas al fijar en esta fecha sus fiestas saturnales, que representaban el triunfo del Sol sobre las tinieblas.
La familia numerosa del Hijo de Dios
Aunque pueda resultar chocante a los creyentes, hoy pocos expertos en la historia bíblica dudan de que Jesús tuvo hermanos y hermanas. Los citan los Evangelios en múltiples ocasiones, algo que en épocas pasadas molestaba a la ortodoxia eclesiástica ya que chocaba con el carácter virginal de María. Así, la explicación que se solía favorecer es la de que la expresión “hermanos” era metafórica, o referida a los apóstoles, o incluso una forma común de Jesús para dirigirse a sus congéneres acentuando su amor fraternal hacia toda la humanidad.
Pero lo cierto es que hay pasajes que no dejan lugar a dudas, como el de San Juan cuando, tras relatar el episodio de las bodas de Canaán, detalla que, a continuación de la celebración, Jesús “bajó a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos”. Aquí se distingue perfectamente entre aquellos que formaban parte de su círculo religioso y los que a todas luces tenían que ser sus hermanos en sentido literal. Hay más referencias a ellos ajenas a los Evangelios, tanto en fuentes cristianas como judías.

Cabría por tanto dar credibilidad a que Jesús tenía cuatro hermanos, cuyos nombres aparecen citados en otro Evangelio, el de San Marcos: eran Santiago, José, Judas y Simón. De las hermanas no se ofrecen nombres ni número exacto aunque, por el uso del plural al referirse a ellas, es evidente que como mínimo había dos. Así que la familia de José y María habría tenido nada menos que siete vástagos, contando al propio Jesús. Según varios Evangelios apócrifos y escritos de autores orientales cercanos a los hechos, los hermanos pudieron ser hijos de un primer matrimonio de José, del cual habría enviudado.
Los años perdidos
Jesús fue formado por su padre José en el mismo oficio que él ejercía, el de carpintero. Era una profesión cualificada, que le daba a José una posición singular dentro de Nazaret, ya que lo más probable es que fuera el único en ejercerla en el pueblo. Posiblemente tuvo que hacerse cargo del taller de su padre a una edad temprana, ya que la última vez en que se nombra directamente a este es cuando Jesús tiene doce años y José y María viajan con él hasta Jerusalén para ir al Templo. Luego ya no volvemos a saber nada más de su destino.
Ese episodio, en el que un muy joven Jesús se queda en el Templo aprendiendo y haciendo preguntas e impresiona a los doctores de la ley con sus conocimientos, es también el último en el que obtenemos informaciones sobre él hasta dieciocho años después (a los 30).

Se han pergeñado todo tipo de teorías sobre lo que pudo hacer Jesús en ese tiempo, especulándose con que lo utilizara para viajar y conocer otras culturas y religiones. A finales del siglo XIX, un periodista ruso extendió la idea de un posible viaje a la India, donde habría entrado en contacto con el budismo, pero más tarde se reveló como una superchería.
Así pues, lo más probable es que Jesús no se moviera de su pequeño pueblo de Galilea, trabajando allí como carpintero y también como herrero, profesión a la que aluden algunas referencias bíblicas; dualidad provocada seguramente porque el término griego para su oficio, tekton, podía abarcar ambas destrezas.
La hipótesis de su continuidad en Nazaret viene avalada por la reacción de sus convecinos cuando lleva a cabo sus primeras predicaciones en la sinagoga del pueblo: “La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros? »”. La identificación como “el carpintero” le sitúa como alguien próximo y conocido para sus paisanos.
Así, la explicación de que no hiciese acto de presencia antes podría estar relacionada con las costumbres judías de aquella época, conocida como Período del Segundo Templo. Los niños dejaban de serlo a los doce años, cuando celebraban el bar mitzvah, pero no era hasta los 30 cuando se les consideraba preparados para ser sacerdotes.
La Magdalena y su relación con Cristo
La famosa prostituta del Evangelio, a la cual Jesús le habría sacado “siete demonios”, se ha convertido en un personaje cada vez más significativo y enigmático a los ojos de nuestra sociedad, aunque su fama se deba a la historia urdida por el escritor Dan Brown en 2003 para su novela El código Da Vinci, en torno a su relación con Jesucristo y un hipotético matrimonio. De esto no hay la más mínima mención en las fuentes antiguas (un fragmento de un presunto Evangelio apócrifo aparecido en 2012 en que Jesús diría “mi esposa” ha sido considerado falso). Pero sí que los textos tanto canónicos como apócrifos muestran que esta mujer salvada por Jesús fue un personaje importante entre sus seguidores.
En dos de los Evangelios apócrifos, el de Tomás y el de Felipe (siglos I a III), se menciona a María Magdalena como una discípula cercana a Jesús y que le seguía igual que los apóstoles. En el Evangelio de Felipe se alude a “tres” mujeres que “caminaban continuamente con el Señor”: su madre María, la hermana de esta y Magdalena, a la que se alude con el término griego que significa “compañera”.

Pero hay otro texto apócrifo aún más significativo, que los estudiosos han bautizado como Evangelio de María Magdalena, porque ella adquiere gran protagonismo. Allí se la considera discípula de Jesús y la vemos en funciones de liderazgo, particularmente en un fragmento en el que, tras la desaparición de Jesús, los apóstoles se encuentran “entristecidos y llorando amargamente”, ya que consideran que nadie les hará caso en sus prédicas. “Entonces Mariam [Magdalena] se levantó... y dijo a sus hermanos: «No lloréis y no os entristezcáis; no vaciléis más, pues su gracia descenderá sobre todos vosotros y os protegerá...
Dicho esto, Mariam convirtió sus corazones al bien y comenzaron a comentar las palabras del Señor»”. Se interpreta que aquí María Magdalena estaba ejerciendo como abanderada de la corriente gnóstica −luego declarada herética−, que creía que un conocimiento introspectivo y místico de la divinidad traería a quienes lo practicaran esa “gracia” divina.
¿Dónde está la tumba de Jesús?
Sin duda, la tumba perdida que todo arqueólogo sueña con identificar es la de Jesús de Nazaret, lo que además tiene una doble dificultad ya que, si creemos en los Evangelios, su ocupante habría resucitado, con lo cual no se encontrarían sus restos en ella. El enigma de la última morada de Jesús, que en la Edad Media los emperadores bizantinos situaron en el enclave llamado “del Santo Sepulcro” en Jerusalén, ha adquirido una dimensión inesperada desde que en 1994 se hallase en la Ciudad Santa la llamada Tumba de Talpiot (nombre de un barrio del sudeste).
Se trata en realidad de un osario (cajas con huesos), que era la forma tradicional en que los judíos guardaban los vestigios de sus familiares muertos cuando, pasado un tiempo de su enterramiento, la carne se descomponía y solo quedaban las partes duras del cuerpo. Las cajas estaban hechas de piedra caliza y en ellas se indicaba el nombre y la filiación de la persona.

Pues bien, en el osario de Talpiot se encontraron diez cajas, que parecían pertenecer a una misma familia. Una de ellas contenía los huesos de un tal “Jesús, hijo de José”, según dice textualmente la inscripción escrita originalmente en arameo. Esto por sí solo ya hubiese causado sensación, pero las otras cajas contribuyeron a despertar aún más la expectación: una guardaba los restos de María, otra, los de Mateo, otra, los de José, e incluso una contenía lo que quedaba de “Santiago, hijo de José, hermano de Jesús”. Había otra que guardaba las reliquias de “Mariamne kai Mara”, nombre que ha sido interpretado por algunos como el de María Magdalena.
La conclusión fácil corrió como un reguero de pólvora: ese podía ser el lugar de enterramiento de toda la familia de Jesús. Aunque algunos estudiosos han echado agua al fuego al recordar que nombres como Jesús y José eran muy populares entre los judíos del siglo I, otros han valorado la coincidencia en ese osario de un elevado número de nombres que están relacionados directa o indirectamente con Jesús.
Un elemento de escepticismo lo aporta el pensar si un profeta tan venerado habría sido relegado a un osario tan pequeño como el descubierto. De hecho, la inscripción de su caja ni siquiera está escrita de la manera más formal posible en la época ni es la mejor expresión ritual, algo que parecería lógico tratándose de un líder religioso carismático. Así pues, en esto también, los enigmas de Jesucristo continúan.