Los bifaces achelenses o hachas de mano se han convertido en un emblema de las actividades humanas durante la prehistoria. Estas herramientas de piedra tallada, creadas por homínidos hace más de medio millón de años, forman parte del repertorio más duradero y universal de la humanidad. Sin embargo, su historia social —es decir, su percepción, uso y significado en las épocas históricas posteriores— parecía comenzar recién en el siglo XVII, cuando los naturalistas y los anticuarios empezaron a coleccionarlos y a debatir sobre su origen humano. Un reciente estudio multidisciplinar, publicado en 2024 en la revista Cambridge Archaeological Journal, cambia esta cronología de manera radical.
La investigación demuestra que en el Díptico de Melun, una pintura ejecutada hacia 1455 por el maestro francés Jean Fouquet, aparece representado un objeto que cumple con todas las características de un bifaz achelense. Esto supone que ya en pleno siglo XV, en el marco del Renacimiento temprano, estas herramientas prehistóricas ya se percibían como dotadas de un valor simbólico o cultural relevante. El enigma arqueológico sobre el momento en el que los bifaces entraron en el imaginario cultural europeo parece haberse resuelto gracias a un cuadro religioso.

El contexto histórico del hallazgo
El Díptico de Melun y su comitente
El Díptico de Melun fue una obra encargada por Étienne Chevalier, el tesorero de Carlos VII de Francia. La tabla, que estaba destinada a su capilla funeraria en la colegiata de Notre-Dame de Melun, constaba de dos paneles. A la izquierda, Chevalier aparece acompañado de su patrón, san Esteban, primer mártir cristiano; a la derecha, la Virgen entronizada con el Niño. En la actualidad, el panel con el donante se conserva en la Gemäldegalerie de Berlín, mientras que la tabla mariana se encuentra en Amberes.
Considerado el más importante pintor francés de su tiempo, Jean Fouquet fue capaz de combinar un realismo minucioso —gracias a la recién adoptada técnica al óleo— con una idealización espiritual. Sus obras se distinguen por la atención en los detalles materiales, los ropajes, las joyas, los mármoles y, en este caso, un objeto, en apariencia, secundario que se revela de enorme trascendencia.
El atributo insólito de san Esteban
En la iconografía cristiana, san Esteban suele representarse acompañado de piedras, símbolo de su martirio. En la tabla de Fouquet, sin embargo, este elemento muestra una dimensión nueva. El santo sostiene un objeto grande, afilado, con punta, base globular y superficie facetada: se trata, pues, de un bifaz en toda regla. La pintura, además, resalta su color rojizo, con reflejos luminosos, mientras que su textura recuerda las marcas derivadas de la talla del sílex.
Hasta ahora, los historiadores del arte lo habían descrito de forma genérica como una piedra o un gran canto. El nuevo estudio, en cambio, lo identifica con un hacha achelense, lo que adelanta en dos siglos la primera representación inequívoca en la Europa moderna de estos utensilios.

La investigación científica
Análisis de la forma, el color y las marcas de elaboración
Para analizar el díptico, los autores del estudio aplicaron tres vías de análisis. Primero, compararon el contorno bidimensional del objeto pintado con conjuntos de bifaces hallados en los yacimientos achelenses de Europa y el Mediterráneo. Los resultados mostraron que la silueta pintada entra dentro de los parámetros típicos de los bifaces franceses, en particular, de los hallados en lugares como Saint-Acheul o La Noira.
En segundo lugar, realizaron un muestreo digital de los colores de la pintura y lo contrastaron con la gama cromática presente en las hachas de sílex recuperadas en el norte de Francia. El espectro compuesto por el amarillo, el marrón y el rojo coincidía estrechamente con los tonos habituales de estos materiales, cuya apariencia cromática suele verse alterada por la pátina y el paso del tiempo.
Por último, los investigadores contabilizaron los posibles negativos de lascado que Fouquet había representado en la superficie del objeto. El promedio de marcas visibles coincidía casi exactamente con el que presentan las piezas auténticas. La precisión pictórica, por tanto, sugiere que el artista observó un ejemplar real y lo reprodujo con notable fidelidad.

La disponibilidad de bifaces en el siglo XV
¿Cómo pudo Fouquet acceder a un bifaz achelense? Los investigadores recuerdan que en la Francia medieval los cantos tallados emergían con frecuencia en las terrazas fluviales y en las canteras de gravas, como las que se emplazan en las cercanías de Tours y Melun. Estos objetos, conocidos como ceraunia o “piedras de rayo”, se interpretaban como formaciones naturales caídas del cielo durante las tormentas. Sin embargo, su rareza y aspecto singular debieron llamar la atención del artista. No es descabellado pensar que el pintor, o alguien de su entorno, hubiese encontrado un ejemplar y lo hubiese utilizado como modelo para representar la piedra del martirio.

Implicaciones para la historia de la arqueología
Una cronología adelantada
Hasta ahora, los primeros testimonios claros de bifaces en contextos históricos provenían de textos del siglo XVII, cuando anticuarios como William Dugdale (1656) empezaron a describirlos. Su reconocimiento como artefactos producidos por los humanos no llegaría hasta fines del XVIII y XIX. El hallazgo de Fouquet, por tanto, adelanta al menos dos siglos la biografía cultural de estas herramientas y prueba que ya circulaban en el siglo XV.
Significado simbólico y religioso
La elección de un bifaz como atributo de san Esteban puede interpretarse de varias maneras. Quizás se trataba de un objeto extraño, visto como una maravilla natural con connotaciones divinas. O bien pudo responder a algún tipo de tradición local que atribuía a las piedras de formas peculiares algún tipo de poder. Sea como fuere, su inclusión en un retablo de prestigio revela que, probablemente, se consideraba una piedra de naturaleza excepcional.
La iconografía de san Esteban en el siglo XV suele mostrarlo acompañado de piedras pulidas y sin rasgos distintivos. Solo en contadas ocasiones —como en una miniatura también de Fouquet o en una escultura de Hans Leinberger (c. 1525)— se advierten formas talladas. Ninguna, sin embargo, alcanza el nivel de detalle del Díptico de Melun. Esto lo convierte en la primera representación convincente de un bifaz paleolítico en el arte europeo.

Entre arte, arqueología y memoria cultural
El hallazgo plantea preguntas sobre la relación entre objetos prehistóricos y sociedades históricas. ¿Se transmitieron ciertas memorias materiales a lo largo de los siglos, asociadas a piedras de factura peculiar encontradas en los campos? ¿Se percibieron como reliquias naturales, como restos de un pasado mítico o como vestigios humanos? El estudio no ofrece respuestas definitivas, pero abre una nueva línea de investigación sobre la “vida social” de los objetos arqueológicos antes de que se fundase la arqueología científica.
Además, el estudio demuestra la capacidad del arte medieval para conservar, de manera inadvertida, un testimonio del mundo prehistórico. La minuciosidad de Fouquet, al representar el bifaz con el mismo cuidado que los mármoles y las joyas, ha permitido que, cinco siglos más tarde, podamos reconocerlo como tal.
Referencias
- Key, A., J. Clark, J. DeSilva y S. Kangas. 2024. "Acheulean Handaxes in Medieval France: An Earlier ‘Modern’ Social History for Palaeolithic Bifaces". Cambridge Archaeological Journal, 34.2: 253-269. DOI: 10.1017/S0959774323000252