Una ola de calor es un período de varios días en los que las temperaturas de una región geográfica más o menos extensa son demasiado elevadas, lo suficiente como para considerarlo una anomalía. Por supuesto, en España no es lo mismo 35 °C estivales en Sevilla que en Asturias, de ahí que el umbral de las temperaturas a partir de las cuales se considera ola de calor es distinto según el punto geográfico. El estándar de la Agencia Española de Meteorología (AEMET) es que la temperatura supere el 5 % de las más elevadas de la serie histórica entre los años 1971 y 2000, durante al menos tres días consecutivos, y en al menos el 10 % de las estaciones de medición del territorio.

Los riesgos de las olas de calor
Este tipo de eventos meteorológicos son muy peligrosos para los ecosistemas —incrementan la sequía, aumentan el riesgo y la peligrosidad de los incendios y favorecen la desertificación—. Así mismo, ponen en riesgo la salud de las personas, especialmente en entornos urbanos, por el efecto de isla de calor de las ciudades.
Este efecto está causado por varios motivos: por un lado, el asfalto y las estructuras de cemento retienen mucho más calor que el entorno silvestre; por otro lado, la misma actividad urbana, sobre todo el transporte, genera calor; y finalmente, la contaminación atmosférica que se desprende de las ciudades, especialmente en periodos anticiclónicos, se acumula sobre ellas creando la conocida como ‘boina de polución’, que incrementa localmente el efecto invernadero.
Cuando el efecto de isla de calor se suma a las olas de calor, se generan condiciones extremas que ponen en peligro el bienestar y, en algunos casos, la vida de sus habitantes. Se ha confirmado que la mortalidad en estos períodos aumenta de forma preocupante en las ciudades españolas. Una situación que puede empeorar con los efectos, cada vez más evidentes y extremos, del cambio climático.

El avance preocupante de las olas de calor
Según un informe de la AEMET del año 2022, del global de la serie histórica —desde 1971—, ocho veranos destacan por sus olas de calor extremas. 1989, 1991, 2003, 2015, 2016, 2017, 2018 y 2022.
El año 2022 fue el año con más días de ola de calor, 41 días a lo largo del verano, repartidos en tres episodios. El siguiente año en duración fue 2015, con 29 días, y le sigue 2017, con 25 días. En 2022 también tuvo lugar la calificada como peor ola de calor de toda la serie histórica en España. Sucedió entre el 9 y el 26 de julio y afectó a 44 provincias, con una anomalía de hasta 4,5 °C, también la mayor desde que hay registros, superando en casi medio grado el récord anterior —en 2021—. Además, tras pocos días de tregua, el 30 de julio comenzó una nueva ola de calor que se extendió otros 15 días.
No es casual que de los 51 años estudiados, seis de las ocho olas más intensas de calor hayan ocurrido en la segunda mitad, y cinco en los últimos 7 años. Tampoco es casual que las olas de calor más recientes tiendan a ser las más graves. De hecho, la investigación de los fenómenos de ola de calor es un tema candente en la investigación sobre cambio climático.
El aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, además de provocar un incremento en la temperatura global, también actúa localmente en sinergia, aumentando el riesgo de nuevas olas de calor. Con el cambio de los regímenes de lluvias causado por el cambio climático, estas olas de calor, que en otras condiciones podrían verse parcialmente atenuadas, se ven incrementadas. El cambio climático antropogénico, en definitiva, aumenta de forma significativa la frecuencia de las olas de calor, su duración y su gravedad.
¿Y qué podemos hacer ahora?
Evidentemente, la mejor forma de luchar contra este efecto del cambio climático, no solo indeseado sino muy peligroso, es actuar contra la raíz del problema. Reducir al mínimo las emisiones de gases de efecto invernadero y buscar formas de secuestrar y retener el carbono liberado a la atmósfera. Sin embargo, este tipo de medidas implican acciones globales y coordinadas, en las que todos los países se esfuercen en remar en la misma dirección, con una perspectiva de decrecimiento económico, donde la medida de prosperidad y progreso deje de medirse en términos monetarios y se comience a medir por el bienestar ambiental y social.
Y a pesar de las advertencias desde la comunidad científica, no parece que esa perspectiva sea acogida por la mayoría, y especialmente, por aquellos actores en los que recae la mayor responsabilidad; unos pocos países, un puñado de grandes empresas y el estilo de vida de una minoría, quienes están detrás de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Más árboles y menos asfalto
Como medida secundaria, no tanto para atajar el problema, sino más para reducir sus efectos perjudiciales —especialmente en la salud humana—, es repensar el modelo urbanístico, especialmente de las grandes ciudades. Potenciar el uso del transporte público, fomentar una movilidad sostenible, con más carriles bicis y más espacio para los peatones, desincentivar el vehículo privado y establecer zonas de bajas emisiones pueden ser medidas útiles para reducir el calor emitido y la contaminación localizada en los entornos urbanos. Medidas acordes a la iniciativa de las ciudades de 15 minutos.
Pero, probablemente, la mejor forma de reducir el efecto de isla de calor urbana sea reverdecer las ciudades. Al incorporar mayor cobertura vegetal se consiguen dos propósitos muy positivos. Por un lado, a más sombra, menos calor incidente sobre el asfalto, el cemento y otras superficies urbanas que retienen mucho calor. Y, por otro lado, la mayor evapotranspiración producida por las plantas ayuda a reducir la temperatura ambiental: el agua es una sustancia con un alto calor específico, y cuanto más agua se evapore, más se reduce la temperatura. En resumen, más árboles y menos asfalto.
Para la población, es esencial reducir al mínimo la exposición durante las horas de más calor, mantenerse bien hidratado, y si se sale a la calle, optar por zonas ajardinadas y con abundante arbolado, evitando en lo posible mantenerse en zonas asfaltadas y sin sombra.
Referencias:
- AEMET. 2022. Olas de calor en España desde 1975. AEMET.
- Chang, C.-R. et al. 2014. Effects of urban parks on the local urban thermal environment. Urban Forestry & Urban Greening, 13(4), 672-681. DOI: 10.1016/j.ufug.2014.08.001
- Chiesura, A. 2004. The role of urban parks for the sustainable city. Landscape and Urban Planning, 68(1), 129-138. DOI: 10.1016/j.landurbplan.2003.08.003
- García, D. H. 2022. Analysis of Urban Heat Island and Heat Waves Using Sentinel-3 Images: a Study of Andalusian Cities in Spain. Earth Systems and Environment, 6(1), 199-219. DOI: 10.1007/s41748-021-00268-9
- Marx, W. et al. 2021. Heat waves: a hot topic in climate change research. Theoretical and Applied Climatology, 146(1), 781-800. DOI: 10.1007/s00704-021-03758-y