Este es el proceso invisible que renueva tu piel cada 45 días (y por qué se ralentiza con los años)

Cada 45 días tu piel se regenera por completo en silencio, pero con el paso del tiempo este milagro natural empieza a ralentizarse.
La piel se renueva constantemente desde el interior, en un proceso celular que dura unos 45 días y determina cómo envejecemos por fuera
La piel se renueva constantemente desde el interior, en un proceso celular que dura unos 45 días y determina cómo envejecemos por fuera. Foto: Istock / Christian Pérez (composición)

Nos miramos al espejo cada mañana. A veces con prisas, otras con atención. Notamos un granito que ayer no estaba, una arruga más marcada, un tono apagado que antes brillaba. Pero pocas veces nos preguntamos: ¿qué está ocurriendo ahí, justo bajo la superficie?

Lo cierto es que la piel, ese órgano que damos por sentado, es mucho más que una envoltura. Es un sistema vivo, dinámico, en constante transformación. Y una de sus funciones más fascinantes —y menos conocidas— es su capacidad de autorrenovarse por completo cada mes y medio, aproximadamente. Un proceso silencioso, minucioso y perfectamente orquestado, que empieza en lo más profundo de la epidermis y culmina en la capa exterior que vemos y tocamos.

Todo comienza en el estrato basal, la base de la epidermis, donde viven unas células madre especializadas. Estas células se dividen con precisión, generando nuevas células llamadas queratinocitos, que emprenden un viaje ascendente hacia la superficie. A medida que avanzan, estas células sufren una transformación radical: cambian su estructura, pierden el núcleo, se llenan de queratina y finalmente se convierten en corneocitos, células muertas que forman el estrato córneo, esa barrera externa que protege nuestro cuerpo del mundo exterior.

Este ciclo de renovación completa tarda unos 45 días en condiciones normales. Es un equilibrio delicado: si se acelera, pueden surgir problemas como psoriasis o descamaciones; si se ralentiza, la piel pierde luminosidad, elasticidad y capacidad de defensa.

¿Y qué hace que este proceso se ralentice con los años? La edad, sí, pero también múltiples factores internos y externos: la exposición solar, la contaminación, el estrés crónico, la falta de sueño, el tabaquismo... y, muy especialmente, la alimentación.

Con el tiempo, los fibroblastos que habitan en la dermis —responsables de producir colágeno y elastina— pierden actividad. La renovación celular se hace más lenta, el film hidrolipídico se deteriora, la función barrera se debilita. Y lo que vemos en el espejo son los signos visibles de un órgano que ya no se regenera con la misma eficacia: arrugas, flacidez, tono apagado, manchas.

Entender este proceso es crucial no solo para saber cómo envejece nuestra piel, sino también para aprender a cuidarla desde dentro. Porque aunque el paso del tiempo es inevitable, la forma en que envejecemos está llena de matices y decisiones. Una de ellas —y quizá la más poderosa— tiene que ver con lo que comemos.

Y aquí es donde entra en juego un enfoque que está revolucionando la cosmética desde dentro: el proaging, que no busca frenar el tiempo, sino abrazarlo con inteligencia y salud. Alimentar la piel desde dentro, optimizar la función celular, reducir la inflamación crónica de bajo grado y apoyar los mecanismos naturales de reparación es mucho más efectivo que cualquier crema milagrosa.

Por eso, a continuación, te dejamos en exclusiva con un fragmento de Rejuvenece comiendo, el nuevo libro de la nutricionista y farmacéutica María José Cachafeiro, publicado por Hestia. Una obra reveladora que une ciencia, nutrición y salud cutánea con un mensaje claro: la belleza se cultiva desde dentro y está al alcance de tu plato.

Nutrición y piel: proaging. Escrito por María José Cachafeiro

¿Te has preguntado alguna vez, tras mirarte en el espejo, por qué tu piel va perdiendo su vitalidad con el tiempo? ¿Has sufrido problemas como acné, rosácea o dermatitis sin encontrar soluciones tan eficaces como te gustaría? ¿Te has comparado en ocasiones con otras personas de tu misma edad y ves que existen enormes diferencias en su aspecto y en la edad que aparentan? La respuesta, en gran parte, puede estar en lo que pones en tu plato. La relación entre la nutrición y la salud de la piel es innegable y profunda.

La piel es un marcador visible de tu salud general. Con frecuencia, los signos de envejecimiento prematuro, la inflamación o la glicación que vemos en la superficie son un reflejo de lo que está sucediendo dentro de nuestro cuerpo. En este libro, si me acompañas, te llevaré de viaje a través del emocionante mundo de la nutrición y la piel, desglosando cómo los alimentos que consumimos pueden afectar no solo a la apariencia externa, sino también a nuestro estado general de salud.

La piel, el órgano más grande del cuerpo humano, es una maravilla de la naturaleza que desempeña un papel esencial en la salud y el bienestar. A menudo, se la describe como un manto protector que nos separa del exterior, pero su importancia va mucho más allá de ser una simple barrera física. Es una estructura compleja compuesta por varias capas, cada una con sus propias células y componentes especializados. Los diversos componentes cutáneos desempeñan un papel único y crucial en las diferentes funciones de la piel y, a su vez, se interrelacionan con los demás, de modo que trabajan en conjunto para actuar como un sistema complejo y eficiente que nos protege y nos permite experimentar el mundo que nos rodea.

Cada capa de la piel cumple una función vital: protección, sensibilidad, regeneración... y todas juntas reflejan el estado de nuestra salud interna
Cada capa de la piel cumple una función vital: protección, sensibilidad, regeneración… y todas juntas reflejan el estado de nuestra salud interna. Foto: Istock / Christian Pérez

Funciones de la piel

Una barrera vital

La piel actúa como una barrera entre nuestro cuerpo y el entorno. Desde el momento en que nacemos, se convierte en nuestro escudo defensivo, protegiéndonos contra amenazas o agresiones externas: mecánicas, físicas, químicas y biológicas. Esta barrera cutánea es esencial para mantener la homeostasis, es decir, el equilibrio interno del cuerpo, y para actuar como un guardián, impidiendo que los invasores penetren en el cuerpo. No obstante, la piel también es permeable y permite que ciertas sustancias la atraviesen. Como si de un funcionario de aduanas se tratase, impide o consiente la entrada de algunas sustancias del exterior al interior o, en sentido inverso, la salida del interior hacia el exterior.

La piel impide la pérdida de agua y de iones para poder mantener la correcta hidratación y asegurar así que las demás funciones de la barrera cutánea se cumplan de manera adecuada.

Regulación de la temperatura

Uno de los roles más críticos de la piel es regular la temperatura del cuerpo. Cuando tenemos calor, los vasos sanguíneos 13 en la piel se dilatan para permitir la liberación de calor y enfriar el cuerpo. Por otro lado, cuando tenemos frío, esos vasos se contraen, conservando el calor y manteniendo una temperatura corporal adecuada. Esta regulación térmica es vital para nuestro funcionamiento interno y nuestra comodidad.

Alianza con los sentidos

La piel es un órgano sensorial sorprendentemente versátil. Cada centímetro cuadrado contiene miles de receptores sensoriales que nos informan sobre el calor, el frío, el dolor y el placer, permitiéndonos interactuar con nuestro entorno de manera consciente y segura. Además, en ella se encuentran los corpúsculos de Pacini, responsables de detectar la presión, y los corpúsculos de Meissner, que responden a estímulos de contacto ligero. Estos y otros receptores táctiles nos permiten experimentar el tacto en todo su esplendor, experimentar el mundo y disfrutar de la caricia de una brisa suave, la calidez de un abrazo o la satisfacción de un apretón de manos.

Función metabólica

La función metabólica de la piel es muy importante, ya que en ella se sintetiza la conocidísima vitamina D. Cuando nos exponemos a la radiación solar, nuestra piel es capaz de transformar un metabolito del colesterol en la provitamina D3 que, posteriormente, en el hígado, se transforma en la vitamina D3 activa.

Carta de presentación

La piel realiza una función social, estética y psicológica. Su salud y su apariencia pueden determinar, en gran parte, cómo nos relacionamos con los demás e incidir de manera directa sobre nuestra autoestima.

Estructura de la piel

Cuando te miras los brazos, las piernas, el tronco o el rostro en el espejo, eso que identificas como piel es, en realidad, solamente su parte más superficial: el llamado estrato córneo. No te preocupes si no te suena, o si te suena pero no tienes del todo claro lo que es, ya que ahora vamos a repasar la estructura y los diversos componentes presentes en la piel. Nuestra piel está compuesta por tres capas fundamentales: epidermis, dermis e hipodermis.

Epidermis

Es la capa más superficial y delgada de la piel, la que está en contacto con el exterior. Su grosor depende de la zona, desde los 0,1 mm de grosor en los párpados hasta 1,5 mm en las plantas de los pies o las palmas de las manos. Esta capa no tiene vasos sanguíneos, por lo que el aporte de nutrientes lo recibe por difusión desde la dermis.

Recubriendo la epidermis se encuentra una emulsión de agua y lípidos (grasas), que se conoce como film hidrolipídico. Esta película no solo mantiene la piel suave y flexible, sino que también actúa como una barrera adicional contra intrusos no deseados, como bacterias y hongos.

La célula principal y más abundante de esta capa es el queratinocito, que, como su nombre indica, es el encargado de producir la queratina, una proteína muy resistente que refuerza la piel. También en esta capa se encuentran las células de Langerhans, que tienen un importante papel como vigías del sistema inmunitario en la piel, detectan invasores patógenos y alertan al sistema inmune en caso de infección.

Los melanocitos, las células especializadas en producir melanina, también se encuentran en esta capa. La melanina es el pigmento responsable del color de la piel y el cabello, y nos protege de los daños causados por la radiación ultravioleta (UV) al absorber y dispersar esta radiación. Como curiosidad, te diré que un melanocito protege del daño solar a siete queratinocitos. Por otro lado, las células de Merkel se encuentran en las áreas relacionadas con el tacto y son las responsables de transmitir la información sensorial al sistema nervioso.

La epidermis se subdivide en varias subcapas o estratos que, de dentro hacia fuera, se llaman: estrato basal, estrato espinoso, estrato granuloso y estrato córneo. Vamos a imaginarlos como los estratos de una montaña para entender mejor la travesía fascinante que realiza tu piel en su proceso constante de renovación.

Comenzamos en el estrato basal, también llamado germinativo. Aquí, las células madre trabajan sin descanso, dividiéndose constantemente. Sus hijas, los queratinocitos, comienzan su desarrollo durante el ascenso hacia la superficie. A medida que los queratinocitos suben a través de los estratos, experimentan cambios en su forma y contenido. El estrato espinoso y el estrato granuloso son como estaciones en este viaje, donde los queratinocitos se van transformando de manera gradual a medida que avanzan.

Finalmente, llegamos a la cima de la montaña cutánea: el estrato córneo. Aquí, los queratinocitos han pasado por una metamorfosis completa. Se han convertido en corneocitos, células muertas, sin núcleo, llenas de queratina y envueltas en una capa protectora de proteínas y lípidos. Son como los guardianes de tu piel, listos para enfrentar el mundo.

El viaje de una célula madre epidérmica hasta convertirse en un corneocito se conoce como proceso de regeneración o renovación de la piel. Este proceso emocionante dura, en promedio, unos cuarenta y cinco días. En la infancia es más rápido, y se va realizando cada vez más lentamente según vamos cumpliendo años.

La epidermis, la capa más superficial de la piel, es una barrera viva que se renueva desde dentro y nos protege del mundo exterior sin que lo notemos
La epidermis, la capa más superficial de la piel, es una barrera viva que se renueva desde dentro y nos protege del mundo exterior sin que lo notemos. Foto: Istock / Christian Pérez

Dermis

Justo debajo de la epidermis se encuentra la dermis, la capa intermedia de la piel. Es una capa más gruesa (de 1 mm a 4 mm) que contiene una red de vasos sanguíneos y fibras de colágeno y elastina, lo que la hace esencial para la elasticidad y la resistencia de la piel. La célula protagonista indiscutible de la dermis es el fibroblasto. Estas células son las artistas detrás de la creación del colágeno (mayoritariamente de los tipos I y III, aunque también de otros) y de la elastina, dos proteínas que, al organizarse en fibras, son como los bloques de construcción de la firmeza y elasticidad de tu piel. Los fibroblastos son los artífices de la regeneración de tejidos cuando tienes una lesión o una herida. Imagínalos como pequeños héroes celulares trabajando diligentemente para reparar y mantener la estructura de tu piel, asegurándose de que se mantenga fuerte, firme y elástica, lista para enfrentar el mundo día tras día.

La matriz extracelular es una sustancia acuosa de textura viscosa que envuelve todas las estructuras de la dermis, proporcionando soporte y estructura. En esta matriz, se encuentran entrelazadas las fibras de colágeno y elastina, que son los pilares que mantienen la firmeza y la elasticidad de la piel. También contiene glicoproteínas y glicosaminoglicanos, entre los que se incluye el famoso ácido hialurónico.

Los vasos sanguíneos que serpentean a través de la dermis son como pequeñas carreteras que transportan nutrientes y oxígeno hacia las células de la piel, tanto en la dermis como en la epidermis. Esta red de vasos no solo nutre a las células, sino que también contribuye al proceso de regulación de la temperatura corporal. Cuando la temperatura corporal se eleva, estos vasos se ensanchan, permitiendo que la sangre fluya hacia la superficie y te ayude a liberar calor.

En la dermis también se encuentran los folículos pilosos. En estos pequeños sacos es donde se originan los diferentes tipos de vello corporal. A medida que el cabello crece, atraviesa la epidermis y se abre paso hacia el exterior.

Las glándulas sudoríparas entran en acción cuando el calor y el estrés hacen que la temperatura de nuestro cuerpo suba. Estas pequeñas glándulas producen una mezcla mágica llamada «sudor», compuesta principalmente por agua, sal y algunas sustancias químicas adicionales. Cuando el sudor se evapora de la piel, nos proporciona un efecto de enfriamiento instantáneo. Es como si nuestro cuerpo tuviera un sistema propio de aire acondicionado, que resulta especialmente útil en días muy calurosos o cuando enfrentamos situaciones estresantes.

Las axilas y la región genital tienen unas glándulas sudoríparas especiales llamadas glándulas apocrinas, que producen un tipo diferente de sudor, es más espeso y aceitoso. Cuando este sudor se combina con las bacterias presentes en la piel, se descompone y genera ese característico olor corporal. Las glándulas sebáceas son otra parte importante de la dermis. Son como pequeñas fábricas que producen una sustancia llamada «sebo», que es una grasa que actúa como un humectante natural de la piel y como un defensor contra las sustancias extrañas. Imagínalo como una capa invisible que protege nuestra piel de elementos nocivos y que también es esencial para mantener el cabello brillante y saludable.

Hipodermis

La hipodermis, o tejido subcutáneo, es la capa más profunda y está formada por grasa y tejido conectivo. Su función principal es proporcionarnos aislamiento térmico, amortiguación y servirnos como una despensa en la que almacenar energía.

En la hipodermis hay un pequeño y sorprendente mecanismo que despierta en situaciones de frío extremo o miedo intenso: los «músculos erectores del pelo», que están conectados a los folículos pilosos. Cuando estos músculos se contraen, provocan una respuesta que todos conocemos bien: la piel de gallina.

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