Pocos cronistas rememoraron el nombre de las mujeres que compartieron con ellos tempestades, hambrunas y epidemias durante el largo viaje desde la Península hasta América, ni las recordaron cuando engrosaron las filas de los expedicionarios, ni tras desbrozar selvas, atravesar cordilleras y desiertos o navegar por los grandes ríos americanos junto a sus compañeros españoles. Tampoco cuando ayudaron, incluso con su patrimonio, a levantar ciudades, conventos y hospitales.