A pesar de los ocho siglos transcurridos desde el inicio de la la catedral de Burgos, el paso del tiempo no ha borrado su papel como seña de identidad de la ciudad castellana. La sociedad que vio nacer a las catedrales góticas ya era consciente del papel simbólico que jugaban estos edificios como emblemas urbanos.
En aquella época, estos templos eran mucho más que lugares donde realizar ritos litúrgicos. En su interior se celebraban importantes ceremonias políticas y ciudadanas, se enterraba a los más poderosos, se reunían los mercaderes –antes de que se difundiese la construcción de las lonjas–, se tomaban decisiones políticas e incluso se organizaba la recaudación de impuestos. En sus puertas se administraba justicia, y a su alrededor surgieron las primeras universidades, hospitales e instituciones de caridad administradas por los cabildos catedralicios, encargados también del gobierno de las diócesis.

En definitiva, las catedrales eran el corazón de la urbe, lugares vivos, cotidianos y en constante transformación, que en nada se asemejaban a los espacios museísticos en que las hemos convertido.
En los siglos del gótico, todas las ciudades europeas entraron en una competición, de claros tintes políticos, por hacer de su catedral el edificio más alto, grande y hermoso. Para ello, no se dudó en invertir enormes sumas de dinero y en contratar a los mejores artistas.
En algunos casos, como el de la catedral de Sevilla, la documentación ha dejado por escrito las intenciones megalómanas del cabildo, que pretendía construir “el templo más grande que haya en nuestros reinos”. Los documentos de la catedral de Burgos no son tan explícitos, pero el propio edificio puede darnos respuestas si le hacemos las preguntas adecuadas.
La huella de Juan de Colonia en la catedral de Burgos
La fachada principal del templo, conocida como Fachada Real o de Santa María, se encuentra ligada a uno de los promotores más audaces de la diócesis burgalesa, el obispo Alfonso de Cartagena (1384-1456), que contrató a Juan de Colonia (hacia 1410-1479) para unir su nombre al del arquitecto y dejar su huella en la catedral.
En 1431, el prelado fue nombrado por Juan II (1406-1454) como representante de Castilla para acudir al Concilio de Basilea. Allí pudo ver las grandes flechas con las que se remataban las torres de catedrales como las de Friburgo, Basilea o Estrasburgo, cuyas obras ya se encontraban prácticamente terminadas en ese momento.

No sabemos si fue en Europa donde conoció a Juan de Colonia, o si este ya había decidido trasladarse antes a la península ibérica, pues sus orígenes y formación siguen siendo desconocidos. Lo cierto es que este maestro coincidió en Burgos con Alfonso de Cartagena.
Desde entonces, el edificio, que hasta aquel momento había seguido de forma canónica la arquitectura propia del gótico francés, comenzó a presumir de contribuir de forma decisiva a la renovación de las formas edilicias que se estaba produciendo en Castilla, seguidora de los nuevos aires constructivos que soplaban en Flandes y Alemania, caracterizados por el uso de arcos lobulados, una decoración abundante a base de motivos vegetales, geométricos y figurativos y el recurso a flechas y pináculos.
La llegada del tardogótico a Castilla
Desde finales del siglo XIX, muchos autores vieron en la figura de Juan de Colonia el eslabón perdido que permitiría explicar la renovación artística del tardogótico castellano y, en consecuencia, estuvo llamado a monopolizar todas las empresas constructivas que se acometieron en aquel momento en la catedral de Burgos.
De esta forma se le ha atribuido la capilla de la Visitación, el primer gran espacio funerario de patrocinio personal que se construyó en el templo, destinado al enterramiento de Alfonso de Cartagena y de sus allegados.
Pero, en realidad, no se conoce ningún documento que vincule a este arquitecto con el diseño de la capilla y la única relación que puede establecerse se basa en una coincidencia cronológica, así como en el hecho de que el propio Juan de Colonia recibió sepultura en dicha capilla de la catedral de Burgos en el año 1481.
Lo cierto es que las últimas investigaciones han puesto en evidencia que la renovación de las formas artísticas en Castilla ya se venía produciendo desde, al menos, la segunda mitad de la década de 1420, cuando maestros extranjeros como Ysambart y Pere Jalopa se documentan en Palencia y Tordesillas, siendo muy posible que las nuevas formas ya se conocieran en Burgos antes de la llegada de Juan de Colonia.
Obras en la fachada de la catedral de Burgos
En cualquier caso, lo que queda fuera de toda duda es que la conclusión de la fachada principal tuvo ocupado a nuestro maestro entre 1442 y 1458. En consecuencia, Alfonso de Cartagena, que murió en 1456, nunca pudo ver concluido el proyecto, que se terminó durante el gobierno de su sucesor, el obispo Luis de Acuña y Osorio (1456-1495).
Esta obra llevó a Juan de Colonia a conseguir uno de los honores más altos a los que podía optar un arquitecto, el de desempeñar el cargo de maestro mayor de una catedral, algo que consiguió hacia 1449 y que ostentó hasta el final de sus días. El maestro mayor era el encargado de diseñar las trazas y dirigir las obras, coordinar el trabajo de todos los artífices y administrar la fábrica.
Cuando Alfonso de Cartagena se puso al frente de la diócesis de Burgos, la fachada ya se encontraba rematada por dos grandes torres que sobresalían por encima del muro y que habían sido levantadas en el siglo XIII. Estos campanarios se corresponderían con los dos primeros cuerpos por encima de las portadas y estarían rematados con una terraza, pero su altura exacta no se conoce, dado que Juan de Colonia modificó su remate.

El arquitecto fue el encargado de elevar las torres hasta su altura actual y, probablemente, de añadir la decoración escultórica del segundo cuerpo. También diseñó la balaustrada que se encuentra en la parte superior de la galería de los reyes, con la leyenda “Pulcra es et decora” en el pretil, en alusión a la Virgen, y una figura de María con el Niño en brazos junto a dos ángeles, cobijados bajo doseletes, en el centro.
Las torres quedaron rematadas por unas impresionantes agujas con forma piramidal de ocho lados, con una tracería calada, cuyas formas son todas diferentes, y que rematan en una pequeña terraza en donde se encuentran los escudos de los dos prelados.
Parece que, originalmente en la parte superior de ambas se colocaron dos figuras de san Pedro y san Pablo, pero estas se deterioraron con el paso del tiempo y en el siglo XVIII fueron sustituidas por los chapiteles que los coronan en la actualidad.
Los detalles decorativos de estas dos torres, vistas de cerca, son asombrosos. La transición entre el cuerpo cuadrangular de la torre y la aguja octogonal está cuajada de esculturas de santos y multitud de estatuillas de animales y hombres, todos diferentes, junto a una prolífica decoración vegetal y geométrica. Estas figuras son de un virtuosismo y un alarde ornamental inusitado, a pesar de que los artífices que las tallaron eran conscientes de que ningún ojo humano podría apreciar los detalles a esa altura y que tan solo podrían ser admirados por un ser superior.
La catedral más alta de la Corona de Castilla
Desde el momento de la conclusión de la fachada, el nombre de Alfonso de Cartagena quedó ligado al del templo catedralicio.
Cuando las torres se culminaron, en 1458, Burgos se convirtió en la urbe con la catedral más alta de toda la Corona en ese momento, con dos extrañísimas agujas visibles desde varios kilómetros a la redonda, a pesar de que el edificio se encuentra en la parte baja de la ciudad.

El hecho de que nunca antes se hubieran construido unas formas similares en el territorio peninsular tuvo que causar un asombro notable entre los primeros hombres que las vieron. De esta forma, se puede entender la fortuna del modelo constructivo, que se emulará en las catedrales de León y Oviedo.
En la mentalidad medieval, la noción de copia carecía de las connotaciones peyorativas que tiene en la actualidad, más bien significaba todo lo contrario: al copiar se asumía el conocimiento de la obra, y esto en sí mismo ya era una garantía de calidad. A pesar de ello, todos los diseños posteriores palidecen ante la maestría y la pericia artística de la catedral de Burgos, auténtica obra maestra del tardogótico peninsular.