Uno de los elementos más populares de la visita a la catedral de Burgos es, sin lugar a dudas, su entrañable Papamoscas. Se trata de un antiguo reloj con un autómata de “inocente encanto”, en palabras de Benito Pérez Galdós, que hace las delicias de la infancia pero también del público adulto.
Cuando las manecillas del reloj marcan las horas en punto, se activan los mecanismos de este gracioso ingenio, testigo del paso inexorable del tiempo. Es entonces cuando la figura articulada abre la boca, como si se sorprendiese al vernos pasar, y mueve uno de los brazos para tocar una campana. Contemplarlo en acción es todo un espectáculo y, para ello, solo tenemos que alzar la vista, pues se encuentra a unos 15 metros sobre el suelo.
Este divertido y mecanizado guardián del tiempo con forma humana nos da la bienvenida a la catedral de Burgos, pues se encuentra emplazado en el primer tramo de la nave mayor, próximo al gran rosetón de la fachada principal. Se presenta encaramado a uno de los arcos que albergan las ventanas de la catedral y parece, de hecho, estar asomado al mismo. Lleva la cabeza cubierta con un gorro y viste una casaca de una tonalidad rojiza que se cierra mediante botones dorados. Completan su atuendo sendos detalles en color verde en el cuello y los puños, a juego con el tono del cinturón que le ciñe.

El reloj que se encuentra bajo esta figura también llama nuestra atención. Es un elegante ejemplar con una esfera blanca de lava esmaltada, que tiene marcadas las horas en números romanos pintados en color azul y cuyo diseño imita los óculos cuadrilobulados de las tracerías góticas que decoran la catedral. Tras estos relojes con autómatas, a los que se denomina comúnmente “tardones”, nos encontramos toda una complicada maquinaria que se oculta a la nave de la catedral y que, con las obras de rehabilitación integral, se ha modernizado.
El trabajo de los contrapesos del reloj, al que antes había que dar cuerda manualmente, ahora se realiza a través de una instalación eléctrica, pero los mecanismos originales siguen emplazados en el mismo lugar. Es interesante explicar brevemente el mecanismo de escape de este reloj, que es lo que permite la frecuencia constante y rítmica para evitar aceleraciones o deceleraciones. Presenta un sistema de áncora propio del siglo XVII que, como su propio nombre indica, tiene forma de ancla, permite controlar las oscilaciones del péndulo del reloj y presenta incrustaciones en piedra de ágata.
Próximo al Papamoscas se encuentra su compañero de faena, el Martinillo, otro ingenio animado encargado de dar los cuartos. Emplazado en un pequeño balcón y a menor altura, se trata de una figura de menor tamaño y semblante serio que aparece de cuerpo entero, vistiendo una especie de coraza en tonos rojos y dorados a juego con sus zapatos. La primera mención de este es ligeramente anterior a la del Papamoscas, en el año 1632. Las fuentes insinúan que entonces se movía aún más, pues desde el siglo XIX se mantiene estático, activando solo las extremidades superiores para tañer las campanas (el mecanismo que le hacía moverse ligeramente por el balcón y abrir y cerrar unas puertas dejó de funcionar).
Historia de los autómatas de la catedral de Burgos
Pero, antes de continuar desvelando curiosidades sobre estos simpáticos ingenios, vamos a introducir la historia de estos inventos. En la catedral de Burgos conocemos la presencia de un primer reloj medieval que estuvo situado en la torre norte, que dataría del siglo XIV, aunque fue reformado en numerosas ocasiones y renovado completamente en el siglo XVIII. Una fotografía de Charles Clifford es el testimonio que nos queda de la localización de esta esfera en la torre, ya que fue eliminado a finales del XIX.

Existe también una leyenda, que ha llegado a nuestros días, que vincula el origen de las figurillas mecanizadas en la catedral con ese periodo, hecho del que no tenemos constancia documental. Por el contrario, sabemos que fue concretamente en el siglo XVI cuando la moda europea de la creación de mecanismos animados aparece por primera vez reflejada en un texto, que se conserva en el archivo catedralicio. Se trata de una propuesta formal, fechada en 1519, que plantea la posibilidad de crear dos figurillas en una escena de carácter jocoso y menos decorosa que la actual, pues aparecería un fraile que golpearía a un joven para que diera la hora. No sabemos si la proposición llegó a materializarse o no pero, como podemos comprobar, la escena descrita no se ajusta al diseño que presenta actualmente el conjunto del Papamoscas y el Martinillo. Cierto es que desde el Renacimiento se avanza mucho en la creación de este tipo de mecanismos, que van aumentando en número por toda Europa, al tiempo que el tamaño de sus engranajes disminuye.
Así, relojes y figuras articuladas proliferan cada vez más en edificios religiosos y civiles, como se pone de manifiesto precisamente en Castilla y León, que acoge dos de los ejemplares más conocidos e interesantes de España: al conjunto del Papamoscas y el Martinillo debemos añadir el decimonónico reloj de los Maragatos en la Casa Consistorial de Astorga.
¿De dónde viene el nombre de Papamoscas?
Aunque resulte extraño, procede del mundo de la ornitología. Existe un ave, de pequeño tamaño, conocida popularmente como papamoscas cerrojillo y científicamente como ficedula hypoleuca.
Al igual que sucede con nuestro autómata, el nombre de este pájaro se debe a que mantiene el pico abierto aunque con la intención de nutrirse, en este caso. Cuando el hambre asoma, el papamoscas cerrojillo espera tranquilamente a que alguna mosca despistada, que forman parte de su dieta habitual, se cuele en su pico. Por lo tanto, el repetido gesto de abrir la boca del Papamoscas de la catedral de Burgos le habría propiciado su singular apelativo.
Un interesante detalle sobre este hombrecillo artificial es que muestra una partitura en la mano derecha, la misma que sirve de sostén a la cadena de la campana que suena dando las horas. Por lo tanto, lo más probable es que se le haya representado en actitud de cantar. Se trataría entonces de un maestro cantor que trata de dirigir a su coro. En este caso, los coristas no serían otros que los visitantes que, paradójicamente, le observan normalmente en silencio.
La escena nos muestra a un Papamoscas que tiene mucho que ver con el ambiente musical de la catedral, a pesar de que la tradición popular apunta a un origen más romantizado. Si nos fijamos un poco más, la mano izquierda parece estar en actitud de dirigir, dando la entrada al silencioso coro, y la partitura imita la notación neumática medieval, un sistema de notación musical previo al desarrollo de las notas musicales como las conocemos hoy en día.

Como ya comentamos anteriormente, existen varias versiones de una misma leyenda en las que se alude a una supuesta promoción real del diseño del autómata. La tradición oral considera que la construcción del mecanismo es la consecuencia de una historia de amor fallido protagonizada por el monarca Enrique III ‘el Doliente’. El rey se habría prendado de una enigmática joven que visitaba asiduamente la catedral y que un buen día, tras una interacción con el monarca, desapareció dando un hondo gemido, casi un grito. La historia juega con la posibilidad de que fuera un espíritu y que la misteriosa mujer hubiera fallecido previamente a su encuentro con el rey por la peste.
La otra versión sitúa estos acontecimientos en un bosque. En cualquier caso, es una tradición popular que no parece tener ningún fundamento. ¿Qué hay de verdad en el asunto? En primer lugar, resulta difícil de creer que el monarca, habiendo encargado una suerte de escultura articulada a imagen y semejanza de la mujer desaparecida, solo hubiera logrado la creación de un muñeco cantor con facciones de hombre y vello facial, para mayor escarnio. La falta de pericia del diseñador de la figura habría sido el motivo de un monumental enfado del monarca, según la historia, pero de haberse ejecutado en la realidad habría que pensar que aquel proyecto no se conservó.

No obstante, hay que señalar que, aunque pudiéramos pensar que el Papamoscas sea el resultado final de las modificaciones oportunas de aquel proyecto del siglo XVI al que hemos hecho referencia anteriormente, en realidad no existe mención por escrito del autómata hasta el año 1669. Por tanto, se trata de una obra moderna que nada tendría que ver con Enrique III. Y, con ello, no hay razón para pensar que existiera uno anterior con forma de mujer, pues incluso la propuesta del siglo XVI estaba formada por figuras masculinas. Los dos autómatas habrían sido remodelados en el año 1743 por el relojero salmantino Francisco Álvarez García, al que se le encargó la reconstrucción del reloj de la torre.
Antes de concluir, es necesario señalar que el Papamoscas ha ido creciendo en popularidad con el paso del tiempo hasta convertirse en un referente de la cultura popular, los diarios de viajes e incluso la literatura. Recientemente, investigadores como Jorge Martínez o Víctor Pérez han profundizado también en el estudio de sus fuentes documentales. Varias coplas populares locales aluden a él, e incluso podemos ver una réplica en un establecimiento de restauración burgalés.
Pero, además, su alegre semblante ha trascendido al panorama internacional, siendo citado por el mexicano Manuel Eduardo de Gorostiza o el italiano Edmondo De Amicis, e incluso por el afamado novelista francés Victor Hugo, quien se quedó impresionado en su visita a Burgos con este artilugio.
También nutre la obra de escritores españoles, como las memorias de los burgaleses María Cruz Ebro y Paul Naschy o la obra de Ignacio Galaz. Destacan las menciones que el ilustre Benito Pérez Galdós le dedica en más de una obra, incluso haciendo aparición en su célebre Fortunata y Jacinta. Porque, como bien dice la copla, no es solo el Papamoscas quien hace la fiesta: “También los que estáis abajo tenéis la boca abierta”.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.