Inscripciones árabes de la Alhambra: los epígrafes

Las inscripciones árabes de la Alhambra son epígrafes que describen la historia y la misión del conjunto monumental; fragmentos del pasado que nos invitan a conocer la cultura, religión y tradiciones de aquellos musulmanes que una vez habitaron la Alhambra.
iscripciones-alhambra

La Alhambra no fue obra de un monarca ni empresa de unos cuantos sultanes. Hasta convertirse en el Conjunto Histórico que hoy admiramos, el conjunto monumental tuvo que pasar por un largo proceso cuyos inicios se remontan a 1237, cuando Muhammad I (1232-1273), el fundador de la dinastía nazarí, llegó a Granada dispuesto a hacer de la Alhambra la capital de un reino que echaba entonces a andar.

A él cabe atribuir la iniciativa de crear una ciudad palatina en una elevación natural conocida con el nombre de la Sabika, avanzada de tal forma hacia la urbe granadina que constituía por sí sola un emplazamiento estratégicamente ideal para controlar a su población.

Función de los epígrafes en la Alhambra

Casi un siglo más tarde, ya en tiempos de Muhammad III (1302-1309), debió de quedar claramente establecida su estructura: una alcazaba en su extremo oeste, un área residencial, comercial y artesanal en la vertiente sur y el lado este y una zona palatina en la ladera norte de la colina.

En todos los palacios fueron levantándose columnas, bóvedas, fuentes y arcos en los que era difícil encontrar espacios desnudos de decoración. Aún hoy pervive mucha de aquella ornamentación, de tal modo que un recorrido visual por todos los elementos arquitectónicos nos permite disfrutar de una hábil combinación de motivos geométricos, vegetales y epigráficos.

Los fustes de las columnas del Patio de los Leones se identifican con troncos de árboles, los arcos con ramas, y los paños de sebka calada con hojas que dejan pasar la luz entre ellas. FOTO: SHUTTERSTOCK.

En el caso de las paredes, si practicamos sobre ellas un barrido ascendente observaremos un esquema que suele repetirse: a la superficie alicatada que parte del suelo le sigue un revestimiento de yesería que linda con la madera del arrocabe o del techo. En estos espacios es posible pasar de un complejo entramado de perímetros entrecruzados a trozos de paramento en los que proliferan las palmetas y las piñas. Y, en igual medida, es habitual que, de una sofisticada red de rombos se llegue a paños de lienzo en los que destacan las hojas de vid o de acanto.

A lo largo y ancho de tan insólita travesía, uno se topa irremediablemente con epígrafes que suscitan cierta expectación en quienes se detienen a examinarlos, provocando sensaciones muy distintas según los casos: curiosidad si no ven en ellos más que una suma de trazos ininteligibles, desconcierto si no atinan a distinguirlos de otros componentes decorativos y puede que cierto ensimismamiento, si además de saber unir los caracteres de las letras y sus prolongaciones aciertan a leer el contenido y los mensajes que encierran. A estos últimos debe presuponérseles un buen conocimiento del árabe clásico, una correcta preparación para identificar aleyas y suras coránicas, una notable agudeza para asimilar correctamente las metáforas que esconden algunos enunciados y, cómo no, una sólida competencia para reconocer un tipo de escritura, la árabe, de características muy peculiares.

La epigrafía árabe de la Alhambra tuvo una función ornamental, pues vino a suplir en la medida de lo posible a las artes plásticas, poco promovidas por el islam. Se utilizó también para dar fe de obediencia a Allah, pero sirvió, además, para hacer patente la generosidad del monarca que mandaba edificar al tiempo que se le elogiaba mediante una larga enumeración de sus méritos y cualidades. A propósito de esto, tengamos en cuenta que nuestros antepasados no contaban con los recursos publicitarios de que disponemos hoy y, por tanto, no era extraño que se valiesen del grabado en la piedra, el estuco o la madera como fórmula decorativa para legar a la posteridad el testimonio de gestas, conquistas u obras constructivas emprendidas por sus mandatarios.

Tipos de escritura árabe: kufi, nasji y mixta

Para cualquiera que ignore los más básicos rudimentos de la escritura árabe es fácil visitar los Palacios Nazaríes de la Alhambra sin reparar en las nueve mil inscripciones existentes en sus dependencias. Tal es así que capiteles, dovelas o mocárabes no son más que algunas de las piezas representativas de cuantas dan soporte a los más variados textos que los decoran. Precisamente, la profusión de leyendas epigráficas y la fascinación que estas han despertado desde siempre han hecho de este conjunto arquitectónico «un maravilloso libro abierto».

La escritura árabe ofrece una rica diversidad de formas. No obstante, si practicamos un ejercicio de simplificación y nos centramos en la Alhambra, podemos distinguir dos tipos fundamentales: el kufi o cúfico y el nasji o cursivo. Sumémosles, además, un tercero que solemos denominar mixto, resultado de combinar los dos anteriores.

Las inscripciones epigráficas de la Alhambra están escritas en árabe clásico, por lo que son difíciles de leer para un lector árabe actual. FOTO: SHUTTERSTOCK.

La forma de escritura llamada kufiyya o cúfica debe su nombre al lugar donde nació: Kufa. A raíz de su fundación en el siglo VII, la ciudad se vio poblada de colectivos que se sirvieron de este modelo de letra para fijar los textos del Corán. Comenzó a tener, desde entonces, la consideración de sagrada; toda vez que mediante copias de elegante caligrafía se difundía la palabra de Allah entre los fieles musulmanes. Destacan en ella unos rasgos geométricos predominantemente rectilíneos junto con unos trazos que se prolongan hasta conformar ingeniosas obras artísticas. En el caso de Granada, los artesanos nazaríes alcanzaron tal grado de madurez creativa que llevaron hasta límites inimaginables el llamado cúfico geométrico, un tipo de escritura que despierta profunda admiración entre los visitantes del conjunto monumental, sea cual sea su lugar de procedencia. No en vano, nos hallamos ante una de las producciones estéticas más acertadas y significativas de cuantas aportaron los andalusíes al arte islámico.

La segunda de ellas, la denominada nasji o escritura de copistas, vino a reemplazar a la anterior, una vez transcurridos los siglos de expansión araboislámica. Sus trazos, redondeados y más sueltos, se corresponden con una caligrafía que se asemeja a la manuscrita. Fue en los Palacios Nazaríes donde el nasji logró su más alto nivel de desarrollo, algo constatable si se analizan los armoniosos rasgos con que fueron grabados los versos de los tres grandes poetas de la Alhambra: Ibn al-Yayyab, Ibn al-Jatib e Ibn Zamrak. Si tenemos en cuenta que, técnicamente, el cúfico se caracterizaba por carecer de los puntos diacríticos por los que se distinguen algunas letras árabes de otras, se comprenderá que el tipo nasji o cursivo, reuniendo en torno a sus trazos todos esos elementos, haya llegado a nuestros días desempeñando un papel fundamental al ayudar a entender con claridad y a pronunciar con corrección, no ya los textos coránicos sino otros muchos de distinta naturaleza.

Recordemos, en este sentido, que el empleo del cúfico no solo estuvo restringido a la confección de ejemplares del Corán. Ya en la misma época en que gozó del privilegio de ser utilizado para tan sagrado fin, comenzó a dar cuerpo a toda suerte de inscripciones, desde las más humildes, estampadas sobre objetos textiles, de cerámica o carpintería, hasta las más significativas, concebidas para perpetuar el nombre de monarcas y poderosos en construcciones religiosas y civiles.

Significado de los epígrafes de la Alhambra

Cualquiera de los tres tipos de letra —kufi, nasji o mixto— sirve en la Alhambra para dar forma a inscripciones de contenido diferente. La leyenda que más abunda en los palacios se corresponde con el lema dinástico de los nazaríes: «No hay más vencedor que Allah». Atendiendo a la frecuencia con que se repiten, predominan en segundo lugar las inscripciones de tipo jaculatorio, denominación que reservamos para los epígrafes que se fundamentan en impetraciones a Allah. Sirvan de ejemplo las tres siguientes: «Alabado sea Allah por el beneficio del islam», «La gloria es de Allah», «Gratitud a Allah».

La profusión de leyendas epigráficas en la Alhambra la convierten en «un maravilloso libro abierto». FOTO: SHUTTERSTOCK.

Llamamos inscripciones votivas a epígrafes muy breves, la mayoría de las veces compuestos por uno o dos sustantivos, acompañados en ocasiones de algún adjetivo que los califica. Debe entenderse que, a través de ellas, se hace velada alusión a lo divino, utilizando conceptos abstractos con los que se espera que beneficios providenciales recaigan sobre el monarca que gobierna, sobre las personas que habitan en el palacio o sobre la estancia en la que están grabadas. Ejemplos de este tipo de rótulos son: «La prosperidad continua» o «bienestar eterno ». La palabra «bendición» y el vocablo «felicidad» son también muy frecuentes.

Calificamos de regias a las inscripciones que ensalzan a un monarca o ponen el acento en acontecimientos relacionados con él. Las hay del tipo:«Gloria a nuestro señor el sultán». O más explícitas; tal es el caso de: «Gloria a nuestro señor Abu Abd Allah».

Las inscripciones coránicas se corresponden con aleyas o suras de mayor o menor extensión extraídas del Libro sagrado de los musulmanes. Sirvan de ejemplo las si- guientes: «No tenéis ningún beneficio que no venga de Allah» (Corán: XVI, 53), «No tengo otro auxilio sino de Allah, en Él confío y hacia Él me vuelvo» (Corán: XI, 88) y«La victoria no viene sino de Allah, el Poderoso, el Sabio» (Corán: III, 126).

Las leyendas poéticas se muestran bajo rasgos cursivos. Se corresponden con versos compuestos ex profeso para el lugar, o bien entresacados, a veces, de largas casidas atribuidas a poetas que trabajaban a las órdenes de los monarcas en la Secretaría de Redacción de la corte nazarí. Sirvan como modelo las dos siguientes: «¡Oh aquel que ve a los leones agachados, intimidados por el respeto que les inspira!», décimo verso de los doce grabados en la Fuente de los Leones y «Jamás vimos un jardín tan verde y hermoso, de lugares tan fragantes, de frutos tan dulces», vigésimo verso de los veinticuatro estampados en la Sala de Dos Hermanas. Tanto el primero, esculpido en el borde de una taza, como el segundo, encerrado en una cartela redonda, están tomados de una casida atribuida al poeta Ibn Zamrak.

Inscripciones epigráficas en el interior de la Alhambra. FOTO: SHUTTERSTOCK.

En las paredes de la Alhambra también hay otro tipo de inscripciones que, por su contenido aforístico, pueden entenderse a modo de máximas. Una dice: «Alégrate en el bien, pues es Allah quien ayuda». Bello mensaje transmite la que reza: «Quien emplea buenas palabras merece respeto» o «Sé parco en palabras y saldrás en paz».

Mención aparte merecen las inscripciones fundacionales y funerarias. Las primeras, que hacen alusión a la fecha de edificación de alguna construcción y al sultán responsable de haberla levantado, pueden admirarse en la fachada este de la Puerta de la Justicia, donde está grabada una que remonta al reinado de Yusuf I (1333-1354), así como en la fachada oeste de la Puerta del Vino, donde queda a la vista otra datada durante el gobierno de Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391).

Por lo que respecta a las inscripciones funerarias, esculpidas en lápidas sepulcrales, se hallan expuestas en el Museo de la Alhambra. Sirven de ejemplo de estas últimas el epitafio de Yusuf III (1408-1417) o el de Muhammad III (1302-1309).

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

Recomendamos en

Los ingredientes necesarios para encontrar vida más allá de la Tierra, en un libro fascinante que no te puedes perder

Aunque cada vez descubrimos más exoplanetas, la vida no puede surgir en cualquier parte. En su nuevo libro, Miguel Ángel Sabadell nos muestra que la aparición de seres vivos depende de una compleja red de factores astronómicos, químicos y geológicos. Entenderlos no solo nos acerca a responder la gran pregunta, sino que redefine nuestra idea de lo que significa estar vivos en el universo.
  • Eugenio M. Fernández Aguilar