El camino hacia la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial

El Desembarco de Normandía y la batalla de las Árdenas influyeron de manera determinante en el desenlace final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque siempre se ha destacado el protagonismo del ejército estadounidense en las operaciones exitosas del frente occidental, los británicos también jugaron un papel destacado
El camino hacia la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial

Yo digo que, durante muchos años en el porvenir, no solo el pueblo de esta isla, sino de todo el mundo, donde el pájaro de la libertad cante en los corazones, contemplarán lo que hemos hecho y dirán: “No hay que desesperar ni someterse a la violencia y la tiranía”. Hay que marchar adelante y morir, si es preciso, pero sin ser jamás conquistado».

Celebración del Día de la Victoria en las calles de Londres, el 8 de mayo de 1945. Foto: Getty.

El 8 de mayo de 1945, los ciudadanos británicos salían vibrantes a las calles y aclamaban a su primer ministro, Winston Churchill, que, en un discurso épico y emotivo, recordaba los sufrimientos británicos durante los seis largos años de la guerra. Pero, sobre todo, evocaba la resistencia de todo un pueblo, el suyo, que aquel día celebraba la rendición de la Alemania nazi; el Día de la Victoria en Europa.

Tras la batalla de Stalingrado, entre 1942 y 1943, las progresivas derrotas de las fuerzas de Eje acercaban cada vez más el esperado día triunfante. El Día D, el célebre Desembarco de Normandía, el éxito del asalto a la Francia ocupada, tuvo mucho de punto de inflexión psicológica. La balanza se inclinaba hacia el lado aliado.

El cine ha trasladado la idea de que aquella fue una gesta estadounidense. Y lo fue. Pero no solo. También las tropas canadienses y británicas tuvieron un papel protagonista en las costas de Normandía el Día D. También su valentía inclinó la balanza. En concreto, los soldados británicos fueron los encargados de controlar dos de las cinco áreas de desembarco en que la estrategia dictó que se distribuiría la operación: la playa de Gold y la de Sword.

Desembarco de Normandía (Día D) el 6 de junio de 1944. Foto: Getty.

Sin embargo, ese camino hacia la victoria dista mucho de concentrarse solo en uno de los acontecimientos bélicos más célebres de la historia contemporánea. Casi siempre en comunión con sus aliados estadounidenses, las fuerzas británicas se mostraron activas durante los últimos años de la contienda. Quienes hubieron de pasar duros años de defensa y obstinación, pasaban al ataque.

Más dificultades de las esperadas

El éxito logístico sin precedentes que implicó Normandía supuso, como indica Ricardo Artola en La II Guerra Mundial. De Varsovia a Berlín, «la apertura de un segundo frente, tan solicitado por Stalin durante tiempo y tan temido por Hitler». Sin embargo, el inicio del otoño de 1944 fue poco productivo en el avance de los Aliados.

La intención de las fuerzas angloestadounidenses era avanzar hacia Alemania y superar la llamada línea Sigfrido, un sistema de defensa alemán, que se extendía por 630 kilómetros entre la ciudad de Cléveris, en la frontera con los Países Bajos y la ciudad de Weil am Rhein, en la frontera con Suiza. Más de 18.000 túneles, trampas y búnkeres se repartían por dicha línea de defensa. Si bien los aliados avanzaban hacia Alemania, la resistencia alemana y los problemas de acceso a combustible y provisiones ralentizaron los progresos. También las disensiones entre los mandos norteamericanos y británicos contribuyeron a retrasarlo

En su avance imparable soldados estadounidenses se abren paso a través de la Línea Sigfrido o Muro del Oeste, penetrando en el interior del territorio alemán. Foto: ASC.

El mariscal de campo británico Bernard Law Montgomery, al mando del XXI Grupo de Ejércitos británico, abogaba por poner en marcha la llamada Operación Cometa, que debía significar una acometida casi concluyente al territorio alemán y la superación de la línea Sigfrido. Iba a consistir en un asalto que llevarían a cabo unidades aerotransportadas con el apoyo de fuerzas de tierra. Para Montgomery, la operación sería el golpe definitivo que ayudaría a dar por terminada la guerra en Europa. Sin embargo, las vacilaciones del general estadounidense Ike Eisenhower impidieron que se llevara a cabo con la presteza que deseaba el mariscal británico. Sin embargo, finalmente se apostó por poner en marcha un plan aún más ambicioso: la Operación Market Garden.

Dos operaciones en una

En realidad, lo que se planteó fue una doble operación que combinaba las fuerzas aéreas con un posterior apoyo por tierra. Por un lado, la Operación Market buscaba que las fuerzas aerotransportadas estadounidenses y británicas ocupasen los principales puentes de Holanda, de manera que quedase libre el cruce del río Rin y, de este modo, las fuerzas aliadas tuviesen el paso franco hacia Alemania. Casi 35.000 paracaidistas se lanzarían sobre los puntos estratégicos y, posteriormente, defenderían estos puentes hasta la llegada de las fuerzas terrestres, principalmente compuestas por el XXX Ejército Británico. Esta acción terrestre sería la Operación Garden.

A bordo de un buque de desembarco un oficial de la US Navy sirve una taza de té a dos tanquistas norteamericanos mientras una bandera nazi capturada en Normandía sirve de mantel. Foto: Getty.

La maniobra comenzó en la madrugada del día 17 de septiembre de 1944. La imagen era espectacular. Una enorme flota aérea de alrededor de 150 km de longitud volaba en busca del objetivo. La meta estaba clara: poner las bases para atravesar el Rin, penetrar en Alemania y dar el golpe definitivo a la Alemania nazi. En un primer momento, todo salió según lo previsto. La mayor parte de los puentes se ocuparon sin demasiadas dificultades. Pasadas las 14:30 del mediodía, el general británico Brian Gwynne Horrocks, al mando de las tropas de tierra británicas, dio la orden de iniciar el avance terrestre, una vez que fue informado de que los paracaidistas habían tomado posiciones.

Sin embargo, algo falló. La 1º División Aerotransportada británica, comandada por el Mayor General Robert E. Urquhart, era la encargada de llegar al punto clave de la operación: la ciudad y los puentes de Arnhem, sobre todo el que definía el punto de entrada en Alemania. Pero la comunicación por radio se convirtió en algo imposible, lo que imposibilitó la conexión con los bombarderos británicos, que debían ayudar en el control de la zona. A ello se sumó que las áreas de aterrizaje estaban demasiado lejos del objetivo, a diez kilómetros del puente estratégico.

El mayor general Robert E. Urquhart en el cuartel general de la 1.ª División Aerotransportada británica durante los preparativos de la Operación Market Garden. Foto: ASC.

La resistencia alemana tuvo tiempo de frenar la ofensiva británica e impedir que se aproximaran al objetivo de Arnhem. Las acometidas británicas fueron detenidas por las fuerzas alemanas, que lograron avanzar en la recuperación del terreno perdido. Tras unos días infernales, el 25 de septiembre Urquhart recibió la orden de retirada. La carnicería fue espantosa. En apenas unos días, de los 10.000 hombres que formaban parte de la 1ª División Aerotransportada tan solo unos 2.000 regresaron con vida. En total, el número de bajas aliadas superó al del Desembarco de Normandía.

Años después, en sus Memorias, Montgomery asumía parte de la culpa, pero apuntaba otras razones para el fracaso: «si la Operación hubiera sido respaldada desde su concepción y provista con las aeronaves, fuerzas terrestres y recursos necesarios, habría tenido éxito, a pesar de mis errores, del clima adverso o de la presencia de las Waffen SS en Arnhem», señaló. La Operación Market Garden fue una decepción que detuvo los avances aliados sobre Alemania.

El frente occidental quedó estabilizado en el otoño de 1944, si bien las tropas estadounidenses tuvieron un papel activo en diferentes acometidas bélicas, como en la conocida como campaña de Lorena (iniciada el 1 de septiembre) o en la lucha en ciudad alemana de Aquisgrán (que fue finalmente cercada por los alemanes el 21 de octubre).

El engreído general Bernard Montgomery contempla el campo de batalla desde la torreta de un carro de combate durante la campaña del Norte de África. Foto: ASC.

Las Árdenas, una batalla para la historia

Pese al fracaso de la Operación Market Garden, el frente occidental continuaba siendo una amenaza para Alemania, que veía cómo los aliados estaban en disposición de aplastar sus núcleos de resistencia al este y al oeste. Hitler entendía que la única fórmula de supervivencia era atacar por sorpresa ese frente occidental y generar un descalabro que obligase a una negociación beneficiosa para sus intereses.

El punto de mira se puso en las Árdenas, una región compartida por Bélgica y Luxemburgo. El ejército del Führer consideró concentrar por detrás de la línea Sigfrido un total de 45 divisiones, al tiempo que infiltraba varios comandos entre las tropas aliadas. Alrededor de 200.000 soldados, 3.000 aviones y 2.500 tanques iban a ser los encargados de llevar el caos a las fuerzas estadounidenses y británicas y hacerles sufrir una derrota que los llevase a negociar un armisticio. Solo así los nazis podrían concentrar su fuerza en el frente del este contra el ejército soviético.

El sigilo y la sorpresa eran esenciales para el éxito alemán. Los movimientos percibidos por los aliados en los días anteriores fueron valorados como simples acciones dirigidas a prepararse para la defensa de Alemania. Nada más lejos de la realidad. El desconcierto fue máximo cuando, alrededor de las 05:30 h del 16 de diciembre, se produjo el impetuoso ataque del ejército del Tercer Reich en la región boscosa de las Árdenas, en un frente que se prolongaba en un entorno de unos 140 kilómetros. Pero el clima también desempeña un papel crucial en la guerra. Las condiciones meteorológicas adversas impidieron la defensa aérea por parte de los aliados, pero también ralentizaron el avance de los alemanes

Un soldado alemán muerto y cubierto de nieve en el camino hacia la ciudad de La Roche durante la Batalla de las Ardenas. Foto: Getty.

La feroz resistencia estadounidense en Bastoña, ubicada en la actual Bélgica, fue clave para impedir que las fuerzas nazis alcanzaran sus objetivos y las obligaron a frenar su progreso. Otro punto a favor de los aliados fue la mejora del clima, que permitió que los bombardeos aliados mermaran las fuerzas atacantes, al tiempo que proveían de suministros a su ejército de tierra. Las tropas comandadas por el mítico general Patton consiguieron romper el cerco a Bastoña el día 26 de diciembre. Mientras, en los primeros días de la batalla, Bernard Montgomery había conseguido reunir sus tropas en torno a los puentes clave que cruzaban el estratégico río Mosa para evitar su toma por los nazis. Tuvo éxito.

Una vez frenada la ofensiva alemana llegaba el momento de contraatacar. Las fuerzas de Patton, por el sur, y las de Montgomery, por el norte, provocaron el retroceso rápido de los alemanes. Hitler ordenaría la retirada el 7 de enero. Las escaramuzas continuaron, pero el resultado estaba claro: los nazis habían fracasado.

Tradicionalmente, las Árdenas ha sido considerada una victoria estadounidense, si bien, como hemos visto, también participaron fuerzas británicas. Lo cierto es que las fuerzas norteamericanas sufrieron un número de bajas significativamente mayor: más de 80.000 frente a los cerca de 1.400 soldados británicos fallecidos.

El principio del fin

La batalla de las Árdenas supuso un golpe militar y, sobre todo, moral para Hitler. No cabía tomar la iniciativa para recuperar terrenos perdidos. Mientras, en el frente oriental, las fuerzas soviéticas avanzaban con celeridad. Aún quedaban meses de guerra, de enconada resistencia alemana y, por supuesto, de muerte. Pero, tras las Árdenas, la victoria aliada parecía un poco más cerca. Hasta tal punto lo estaba que apenas un mes después, del 4 al 11 de febrero de 1945, se iba a celebrar la Conferencia de Yalta. Stalin, Churchill y Roosevelt se reunieron en esta ciudad de Crimea para valorar cómo iba a quedar el mundo y la influencia de las grandes potencias sobre los países liberados tras la Segunda Guerra Mundial.

De izda. a dcha., Churchill, Roosevelt y Stalin en el antiguo palacio imperial de Livadia durante la Conferencia de Yalta, celebrada entre el 4 y el 11 de febrero de 1945. Foto: ASC.

Aún quedaban unos meses para que concluyera la Segunda Guerra Mundial, pero una cosa estaba ya clara: el sacrificio y entereza de los británicos había tenido mucho que ver en que la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial estuviera tan cerca.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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