¿Qué supuso para Mérida su posición estratégica para la guerra?

La posición estratégica de Mérida la convirtió, durante siglos, en un objetivo militar de gran importancia, haciéndola testigo de numerosas guerras que marcaron, tanto su historia como el destino de los numerosos pueblos que la habitaron.
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Unas veces como vanguardia de frontera, otras como retaguardia de la misma, la historia de Mérida ha estado marcada por su posición estratégica en las tierras extremeñas.

Tierras de paso, duras, protegidas por vigilantes fortificaciones con la mirada atenta al otro lado de La Raya, campo de batalla permanente y, durante siglos, tierra de desencuentros, pero también territorio abierto al encuentro y al intercambio de ideas, cultura y gentes.

La posición estratégica de Mérida desde la época romana, como cruce de caminos del occidente con el centro, sur y norte peninsular propició que, incluso en aquellas ocasiones en que la historia la situó en la retaguardia de los conflictos fronterizos, su posición no dejara de ser clave.

Tras un Medievo como vanguardia de frontera, a partir del siglo XVII Mérida pasará a ser el principal núcleo de la «segunda línea» que dará profundidad a la defensa de la corona hispánica en sus conflictos con Portugal, convirtiéndose, con el envío de pertrechos, armas y dinero, en la principal sostenedora de las plazas que en primera línea guarnecían La Raya. No obstante, como vamos a ver a continuación, esta posición marginal durante siglos al principal escenario bélico no librará a Mérida de sufrir asedios y destrucciones.

Puente Romano de Mérida. FOTO: ISTOCK.

En este contexto histórico y geográfico, el puente sobre el Guadiana, levantado al mismo tiempo que la ciudad romana y sobre el que convergía, desde la antigüedad, toda una extensa red de comunicaciones, no solo determinó la configuración urbana de Mérida sino que también será clave para entender el valor militar de la plaza a lo largo de la historia.

No en vano, por él han pasado legiones romanas, tropas visigodas y árabes, mesnadas leonesas, castellanas, portuguesas y ejércitos como el francés o el británico. Ser una pieza tan codiciada ha provocado la destrucción de Mérida en varias ocasiones. Levantada otras tantas, la ciudad guarda en su imagen urbana las cicatrices de quien, durante siglos, vivió en un continuo territorio en disputa.

Repercusión de la crisis del Imperio Romano para Mérida

Tras la crisis que sacude a todo el Imperio romano durante el siglo III y que afectará a la capital de la Lusitania, Mérida recibirá un nuevo impulso urbano en el siglo IV tras su nombramiento como capital de la Diocesis Hispaniorum.

Con la llegada del siglo V, la Mérida romana se impregna del lento letargo en que está sumido el Imperio, algo que tendrá su reflejo en la pérdida de poder político, la ruina de muchos de sus edificios y el expolio de los espacios públicos. Durante este periodo de decadencia las murallas de la ciudad, al igual que el puente, se encuentran en una situación de abandono que hace patente el deterioro de la vida urbana e institucional.

La sombra de estos «tiempos oscuros» en los que se sumirá Occidente, tras el colapso de Roma y las invasiones de los pueblos bárbaros, no va a traer consigo el ocaso de la ciudad. Al contrario de lo que sucederá en otros importantes centros urbanos del Imperio, Mérida logrará mantener vivo el recuerdo glorioso de su reciente pasado y continuará siendo un enclave estratégico de primer orden en las rutas que comunicaban el noroeste y centro peninsular con la Bética.

Los invasores bárbaros no fueron ajenos a esta realidad. Las últimas investigaciones llevadas a cabo lo corroboran, al descartar la destrucción de la ciudad por parte de unos pueblos bárbaros que probablemente se aprovecharon de las antiguas estructuras romanas de Mérida pues su control fue para ellos importante, no solo desde el punto de vista militar, sino también desde el de legitimación política.

Los alanos, al mando del rey Ataces, conquistarían la ciudad en el año 412 poniendo fin al dominio romano en Mérida. Ataces estableció en ella su corte, durante seis años, hasta que en el año 418 es vencido y muerto a manos del rey visigodo Walia que, como federado de Roma, había sido enviado con sus tropas por el emperador Honorio con el objetivo de expulsar a vándalos y alanos de la península.

A partir de la expulsión de los alanos, Mérida caerá bajo el control del pueblo suevo hasta que otro rey visigodo, esta vez Eurico, los derrote y expulse en el 469. Desde el periodo que media hasta el alumbramiento del reino visigodo de Toledo, Mérida gozará de un alto grado de autonomía, gracias a su condición de sede episcopal, su prestigioso pasado imperial, el poder que aún detentaban las grandes familias nobles hispanorromanas de la ciudad y, una vez restauradas las murallas y el puente, a su renovada posición estratégica como nudo de comunicaciones.

En el siglo IV, Mérida será designada como una de las cuatro sedes metropolitanas o arzobispales hispanas. A partir de este siglo, sin perder su importancia militar, el papel como centro de decisión política y su poder civil, irá perdiendo paulatinamente relevancia, pasando a ser la Iglesia la principal institución que dirija el devenir de la ciudad. Prueba del poder eclesiástico de los obispos emeritenses sobre los asuntos de la ciudad se puede rastrear ya en el siglo V, cuando el obispo Zenón se implica en la restauración del puente y de las murallas.

El siglo VI marcó una etapa de esplendor cultural para Mérida, como centro artístico hispano-visigodo. Este poder de la Iglesia se vio reforzado por la devoción a la mártir santa Eulalia, que convirtió la basílica, donde fueron enterrados sus restos, y por tanto a Mérida en el centro de peregrinación cristiana más importante de la península ibérica hasta su sustitución por Santiago de Compostela.

El protagonismo de Mérida en estos momentos de consolidación de la monarquía visigoda será particularmente destacado, ya que, en el seno de la misma se produjeron varios de los enfrentamientos por el poder.

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El primero de ellos tuvo lugar entre el rey Agila I y el noble Atanagildo. Este conflicto fue aprovechado por el emperador bizantino Justinano I para invadir Hispania, tras la llamada de ayuda militar que Atanagildo realizó al Imperio. En este contexto, el rey Agila I partió desde Mérida hacía el sur, para intentar sofocar la rebelión, siendo derrotado por las tropas imperiales cerca de Sevilla.

Refugiado en Mérida, los bizantinos lanzaron, desde los territorios rebeldes, un ejército que llegó hasta sus puertas. Agila I será asesinado dentro de la ciudad por sus propios seguidores, en el año 555, ascendiendo al trono Atanagildo. El reinado de Atanagildo supuso el establecimiento del poder bizantino en gran parte del sur peninsular.

El segundo de estos hechos estará relacionado con el proceso centralizador iniciado unos años después por Leovigildo. En su lucha para unificar el territorio y expulsar a suevos y bizantinos, el protagonismo de Mérida quedó patente cuando Hermenegildo, gobernador de Sevilla e hijo del rey, se convierte al catolicismo e inicia una revuelta contra su padre. Su rebelión se extenderá hasta Mérida, donde será apoyado por el poderoso arzobispo Masona.

Leovigildo tomará Mérida en el año 582, castigando a la ciudad y destituyendo al arzobispo rebelde. En estas disputas por el poder en el reino visigodo, como retaguardia de la frontera con los territorios que estuvieron bajo control bizantino quedó patente la importancia militar y la posición estratégica que Mérida siguió manteniendo durante los siglos previos al Medievo como llave para el control del suroeste peninsular.

Mérida, enclave fronterizo entre cristianos y musulmanes

La invasión musulmana de la península ibérica en el 711 va a abrir un nuevo periodo para la historia de Mérida. Su importancia como una de las principales ciudades visigodas, centro religioso y posición estratégica en la línea de penetración de las tropas musulmanas hacia el norte, hizo que, tras la toma de Córdoba y Toledo, Muza dirigiera sus contingentes contra la ciudad en el año 712. Lo que hasta ese momento había sido para Muza un paseo militar, se tornó en una fuerte resistencia por parte de los habitantes de Mérida.

Guarnecidos tras sus murallas, los emeritenses frenaron la primera embestida de Muza, lo que provocó un asedio que se prolongaría durante seis meses y que supuso la destrucción de parte de la ciudad. Finalmente, Mérida capitulará ante los musulmanes el 30 de junio de 713.

Las capitulaciones recogían que las posesiones de la Iglesia serían entregadas a los conquistadores, así como las propiedades de los muertos durante el asedio y de los huidos. Estos términos provocaron que los musulmanes se hicieran con una gran cantidad de riqueza mueble e inmueble, al mismo tiempo que privaba a la Iglesia de su poder económico, algo que terminó por debilitar su influencia en la sociedad.

Durante la primera etapa de la conquista musulmana, en la ciudad de Mérida convivieron diferentes grupos étnicos y religiosos. Por un lado, los nuevos gobernantes musulmanes, con una minoría árabe al frente y con una fuerte presencia de bereberes y sirios, los llamados baladíes, «los antiguos», por ser los primeros que llegaron a la ciudad con Muza. Por otro lado, muladíes, cristianos convertidos al Islam y mozárabes, cristianos descendientes de la población hispano-romana y visigoda.

A pesar de que las crónicas relatan la huida, tras la conquista, de muchos cristianos hacia el norte y saqueos y expolio de los más importantes edificios, para trasladar a Córdoba sus riquezas, la ciudad de Mérida continuará conservando su importante posición estratégica y una gran actividad. Esta continuidad quedará patente en la reorganización territorial y administrativa de Al-Andalus, iniciada con Abderraman I.

Esta reorganización estableció tres marcas fronterizas de carácter administrativo y militar. Mérida será designada como capital de la Marca o Frontera Inferior, un enorme territorio situado al oeste de la península entre el Guadiana y el Duero. La capitalidad de un territorio de marcado carácter militar, debido a su naturaleza fronteriza y la cercanía a los territorios cristianos, por tanto expuesta a incursiones del norte, no impidió que Mérida recuperara un fuerte impulso como centro económico, religioso, administrativo y cultural.

Los conflictos de la Mérida islámica

A partir del siglo IX, Mérida, asfixiada por la presión fiscal y por el esfuerzo de guerra al que era sometida la población, se levantó en diferentes ocasiones contra el gobierno de Córdoba.

Alrededor del 830 una gran revuelta, protagonizada por muladíes y bereberes, obliga a Abderraman II a atacar la ciudad. Tras infructuosos intentos de asalto y tras duros asedios, en el año 835 Mérida se rendirá a las tropas emirales. Para evitar futuras rebeliones, se ordena construir una gran alcazaba en el corazón de la ciudad para controlar militarmente a la población y el acceso al puente.

Muralla de la Alcazaba de Mérida hacia el río Guadiana. FOTO: ASC.

Esto no impedirá que en el 868 los emeritenses se levanten de nuevo y tomen la alcazaba. Pero, en esta ocasión, el nuevo emir Muhammad I tuvo claro que una vez aplastada la insurrección había que dar un escarmiento a la ciudad. Ese mismo año atacó Mérida, cortó el puente, asoló los campos y, tras lograr la rendición de sus habitantes, ordenó destruir las murallas y gran parte de su tejido urbano.

Mérida se abandona, pierde a la mayoría de su población y se abre a una nueva etapa donde dejará de tener la preeminencia que hasta entonces había conservado, pasando a depender de otros núcleos urbanos como Badajoz.

A partir de esta época caerá presa de una enorme crisis urbana e institucional, con el abandono de los edificios administrativos y religiosos, que sufrirán continuados expolios, y con la ruralización de su población. Solo la Alcazaba mantendrá parte de su aspecto original hasta época almohade, cuando será objeto de reformas levantándose varias torres albarranas y excavándose un nuevo foso.

Desde la caída del califato, cuando la ciudad vivió una corta etapa de prosperidad, hasta los últimos años de la presencia almohade, en el siglo XIII, será la Alcazaba casi en exclusiva, como núcleo fortificado de defensa ante las acometidas cristianas, el elemento que mantenga el pulso de la madina.

A principios del siglo XIII el rey leonés Alfonso IX atacó, en su avance hacia el sur, las ciudades de Cáceres, Mérida y Alcántara, tomando está última en 1213. En 1230 Alfonso pone sitio a la ciudad de Mérida que, tras su negativa a rendirse, es tomada al asalto con las huestes zamoranas y las de la Orden de Calatrava.

La reconquista de Mérida permitía el restablecimiento de la silla metropolitana y del poder episcopal, que tanto prestigio había dado a la ciudad en época romana y visigoda. Así estaba previsto que sucedería cuando Santiago de Compostela consiguió, en la primera mitad del siglo XII, hacerse con la dignidad episcopal de Mérida. Sin embargo, este traslado de la sede arzobispal de una ciudad a otra nunca se produjo.

Mérida fue entregada, para su defensa, a la Orden de Santiago y dará comienzo una etapa caracterizada, de nuevo, por su condición fronteriza y por la consolidación de una frontera con el reino de Portugal que, en sus disputas con el reino de León, conseguirá delimitar y consolidar su territorio por la fuerza de las armas. Esta nueva frontera quedaría fijada, a finales del siglo XIII, por el tratado de Alcañices.

A pesar de su importancia para la Orden de Santiago, que asentó la sede de su encomienda en la antigua alcazaba musulmana, durante el siglo XIV Mérida se encuentra casi en estado de abandono y no logra atraer nuevo poblamiento. La peste, las guerras civiles de Castilla entre Pedro I y su hermano Enrique y las correrías de las tropas portuguesas tras la batalla de Aljubarrota, impiden su despegue.

La situación no va a mejorar en el siglo XV, cuando la condición de Mérida como plaza fuerte en la frontera la va a llevar a verse envuelta en una nueva guerra civil por la sucesión castellana, entre los partidarios de Isabel I y de Juana «La Beltraneja», casada en 1475 con el rey Alfonso V de Portugal.

Tras la derrota de los partidarios de Juana, en la batalla de Toro, los portugueses iniciaron sus correrías militares por la zona de Extremadura, donde se habían hecho con dos plazas para su causa: Mérida y Medellín. Mérida fue tomada por doña Beatriz Pacheco, condesa de Medellín, que defendiendo el bando de Juana logró hacerse con ella tras varias escaramuzas. La ciudad estuvo en manos portuguesas, que acudieron en socorro de la rebelde Pacheco, hasta que los partidarios de Isabel vencen a las tropas de Alfonso V en la batalla de la Albuera, ocurrida a escasos 5 kilómetros de Mérida.

Con las fuerzas portuguesas refugiadas en la ciudad, Mérida sufrió un sitio de cinco meses hasta que se firmó la paz entre los contendientes gracias al tratado de Alcáçovas, en septiembre de 1479.

Tras la guerra y el asedio, la ciudad presenta un estado ruinoso y una escasa población. Los Reyes Católicos dan orden de iniciar la reparación de la muralla, la antigua alcazaba y el puente, que habían quedado seriamente dañados durante la guerra.

El inicio de la Edad Moderna supuso para Mérida, tras siglos de crisis y abandono, un periodo de desarrollo económico y de expansión social y urbanística que se reflejó en la construcción de nuevos barrios y edificios civiles y religiosos.

Sin embargo, los efectos de las guerras con Portugal, de Sucesión y de Independencia, durante los siglos XVII al XIX, trajeron consigo una nueva etapa de recesión que dejó exhausta no solo a la ciudad de Mérida sino a toda su comarca. Los continuos esfuerzos a los que fue sometida para aprovisionar, alojar y dar sostenimiento a las tropas situadas en la vanguardia fronteriza con el país vecino, y la rapiña de los soldados de los bandos en conflicto, postraron a la ciudad en una grave crisis de población, endeudamiento y penuria económica.

Situación de Mérida durante las guerras con Portugal y la guerra civil

Este duro período para la historia de Mérida se abre a partir del primer cuarto del siglo XVII, cuando la Monarquía Hispánica ha de enfrentarse a una serie de numerosas y violentas protestas en Portugal, unida a la corona desde 1580, debido a las reformas fiscales y administrativas puestas en marcha por el conde-duque de Olivares.

La, cada vez mayor, inestabilidad en Portugal hará que Mérida se comience a preparar para la inminente guerra. El 1 de diciembre de 1640, la proclamación como rey de Portugal del duque de Braganza, con el nombre de Juan IV, dará inicio a la contienda.

La debilidad de las partes enfrentadas provocará que el conflicto se extienda durante 28 largos años durante los que se producirá una intensa fortificación de la frontera a uno y otro lado, al desarrollarse una guerra de posiciones sin apenas grandes movimientos ni combates.

Grabado de las tropas borbónicas en la campaña de Portugal durante la Guerra de Sucesión. FOTO: ASC.

La situación hace que en Mérida se realicen obras en puertas y murallas, en un intento de mejorar sus defensas. Asimismo, la ciudad no dejará de enviar pertrechos de guerra en socorro de Badajoz. Las levas, la cada vez mayor necesidad de recursos y la pesada carga que suponía el dar alojamiento, por parte de los vecinos, a las tropas que se acantonan en el caserío, provocarán un gran empobrecimiento económico y humano en Mérida.

La finalización de la guerra en 1668, que supuso la efectiva independencia de Portugal, apenas dio un respiro de paz a la ciudad.

En 1701, tras la muerte sin descendencia de Carlos II, se iniciará una nueva guerra, esta vez por la sucesión de la corona española, donde Extremadura se situará del lado de Felipe V de Borbón. El apoyo al pretendiente austracista, archiduque Carlos, por parte de Portugal, hará que, de nuevo, Mérida entre de lleno en un conflicto donde su posición es clave para el avance de los austracistas hacia Madrid y como base logística para el sostenimiento de las tropas borbónicas.

Se volverán a realizar nuevas levas, se llevarán a cabo requisas de caballos y la falta de cuarteles volverá a provocar que la población tenga que soportar el alojamiento de las tropas de paso hacia la frontera, a veces de hasta cuatro soldados en una casa. Durante todo el conflicto se sucedieron los memoriales de queja a la corte por esta situación de ruina y el Ayuntamiento suplicó que se le fuera condonada la deuda al finalizar la guerra.

La guerra acabó en 1715 con la firma de la paz entre España y Portugal dejando de nuevo a Mérida económicamente arruinada.

Poco duró la paz. En 1762 estalla un nuevo conflicto entre España y Portugal, la conocida como Guerra Fantástica que se incardina en el contexto de la Guerra de los Siete Años que enfrentaba a las potencias europeas de la época.

En este nuevo escenario bélico, España invadió Portugal con tres ejércitos desde tres frentes diferentes. Uno de ellos partió desde Badajoz, penetrando en el Alentejo. Mérida volverá a sufrir la carga que supuso el paso y acantonamiento de muchas de las unidades que llegaron para sumarse a la invasión. La guerra finaliza en 1763.

En un continuo campo de batalla, y sin dar respiro alguno para la recuperación, el XIX volvió a abrirse con otra contienda armada: la Guerra de la Independencia. Que supondría tal desgarro en Extremadura, y conflictos bélicos tan importantes como el sitio de Badajoz o la batalla de la Albuera, que ha oscurecido el papel de Mérida durante el conflicto. Durante el mismo, aparte de prolongarse la sangría financiera de la ciudad, se produjeron dos episodios bélicos que provocaron la destrucción urbana de gran parte de la ciudad de Mérida por parte del ejército francés y del propio ejército español.

Ante el levantamiento contra la ocupación francesa, iniciado el 2 de mayo de 1808, Mérida atenderá la llamada de la Junta Suprema de Extremadura para reclutar un ejército, formando un Batallón de alrededor de 1200 hombres: los «Honrados Voluntarios de Mérida». Aparte de este contingente humano, Mérida también será requerida para aportar dinero y suministros a pesar de que sus arcas estaban sumidas en la miseria.

Mariscal Claude-Victor Perrin (1807-1812), por Antoine-Jean Gros. FOTO: ASC. - mariscal-claude-victor-perrin

El ejército de Extremadura fue derrotado en Medellín, en 1809, por el mariscal Claude-Victor Perrin, que estableció su cuartel general en Mérida. La plaza era de suma importancia para mantener las comunicaciones del ejército francés con Madrid. Sin embargo, ante la imposibilidad de defenderla y el peligro de verse copado por las fuerzas aliadas españolas y anglo-portuguesas, Victor abandona Mérida, con el grueso de su ejército, el 13 mayo de 1809, dejando a cargo de su defensa a una minúscula guarnición de 323 soldados al mando del coronel holandés Storm de Grave. Sus órdenes: resistir el mayor tiempo posible a los ataques de las fuerzas aliadas, para permitir el movimiento del grueso de las tropas francesas.

Advertidos los españoles del abandono de Mérida estos se prestan a dirigirse hasta sus puertas, forzando a las tropas napoleónicas a replegarse en el Conventual Santiaguista, en la antigua alcazaba árabe, para preparar su defensa. Con la ciudad ya en manos españolas, y tras negarse los defensores a rendirse, se inicia un intenso sitio con fuertes ataques artilleros e intentos infructuosos de asalto que se prolongarán durante un mes. Finalmente, las tropas de Storm evacuan Mérida la noche del 13 de junio de 1809, dejando atrás una ciudad llena de daños.

En marzo de 1811 Mérida sufre otro ataque, esta vez por parte del ejército francés del general Soult que, desde Andalucía, se dirige hacia la frontera. Antes de la llegada de las tropas napoleónicas, la ciudad se prepararía para la defensa volando los arcos 21 y 22 del puente romano, con el objetivo de dificultar el paso al enemigo, y colocando artillería en el Conventual. Como respuesta, la artillería francesa inició un bombardeo sobre la ciudad, provocando la destrucción de un cuarto del caserío y la huida de la población. Tras estos dos hechos de armas, que dejaron la ciudad llena de profundas heridas en su urbanismo, la Guerra de la Independencia continuó hasta el verano de 1812 con las idas y venidas de los ejércitos contendientes por el teatro de operaciones extremeño y con una agotada Mérida contribuyendo económicamente a los esfuerzos de guerra que le son requeridos hasta el final de la contienda.

A pesar de que las continuas guerras de los siglos anteriores impidieron el tímido despegue de la ciudad de Mérida hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, por fin las fronteras con Portugal se encontraban en paz y todo parecía presagiar que los tiempos en los que Mérida había sido una pieza codiciada por tantos ejércitos habían pasado.

Sin embargo, el siglo XX volvió a situar a la ciudad de Mérida en medio de otro conflicto de frontera, esta vez ideológica, que enfrentó a españoles contra españoles y donde Mérida volvió a escuchar el ruido de los cañones: la guerra civil.

La ciudad se convirtió en escenario de otra batalla, una de las primeras de la guerra, de nuevo por su importante posición estratégica como nudo de comunicaciones, esta vez para el avance de los sublevados del ejército de África hacia el norte, en su intento de unir las dos zonas levantadas contra la República, y hacia Madrid.

El ataque contra Mérida, defendida por milicias republicanas y guardias de asalto, se inició el 10 de agosto de 1936 tras un bombardeo artillero. Las tropas franquistas lograron cruzar el puente romano, penetrar en la ciudad de Mérida y hacerse con ella, frustrando los posteriores intentos de recuperarla de las fuerzas republicanas. La batalla supuso que los franquistas pudieran unir las zonas bajo su control.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

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