¿Qué sucedió en la batalla de Brunete?

La batalla de Brunete, que tuvo lugar durante el mes de julio de 1937, fue la primera gran ofensiva del bando republicano durante la Guerra Civil. A pesar de comenzar con un ataque brillante, la contraofensiva sublevada dejó el resultado en tablas
¿Qué sucedió en la batalla de Brunete?

Algunos oficiales trataban de reorganizar a la tropa en los olivares, pero nos pareció un suicidio. Los pilotos alemanes nos cazaban como si fuéramos patos. Quienes quedaron en los olivares, hombres de la 14 sobre todo, pero también de la 11, fueron despedazados por los trimotores de la Legión Condor. Apenas llegaron supervivientes. Dispuestos a morir allí mismo, la división esperó su final mientras la tarde decaía y toda actividad militar desaparecía. Pero ningún rebelde asomó la cabeza, ningún avión nos bombardeó. Franco se daba por satisfecho». Mike Blacksmith. Sendas de fuego.

El teniente coronel Juan Modesto Guilloto, jefe del V Cuerpo de Ejército, en uno de sus puestos de mando durante la batalla de Brunete. Foto: Album.

Los restos de las fortificaciones defensivas, las fotografías tomadas durante la contienda y los testimonios de los supervivientes dan cuenta de una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil española, que tuvo lugar entre el 6 y el 25 de julio de 1937. A pesar de las dificultades a las que se enfrenta la historiografía a la hora de establecer un recuento preciso de víctimas, entre muertos, heridos y prisioneros, los sublevados, dirigidos por el general José Enrique Varela, perdieron unos 17.000 hombres. Las bajas republicanas alcanzaron la cifra de 23.000 combatientes. En total, las investigaciones estiman que el número de bajas en ambos bandos asciende a 40.000. Algunos batallones como el inglés y el americano Lincoln, pertenecientes a las Brigadas Internacionales, fueron tan duramente castigados que debieron fundirse en uno único.

Un plan audaz

La primera gran ofensiva republicana tuvo lugar en los alrededores de Brunete. Ideada por José Miaja, jefe del Ejército del Centro, y el brillante estratega Vicente Rojo, recién nombrado jefe del Estado Mayor Central, tenía como objetivo distraer la atención de Franco del norte peninsular, obligándole a retirar contingentes, y al mismo tiempo cercar a los franquistas que rodeaban Madrid. La acometida sobre el municipio debía enlazar con un segundo avance que partiría desde Usera y, de haber sido un éxito, la intención de los republicanos era unirse en la zona de Alcorcón para rodear a todas las tropas franquistas que habían logrado entrar en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria. Se trataba de un plan audaz que, de haberse llevado a cabo, podría haber ralentizado e incluso detenido el avance en el norte, cambiando el curso de la guerra.

La ofensiva tuvo lugar en un momento en el que los sublevados habían cambiado de táctica, abandonando la idea de hacerse con Madrid, para ir conquistando España poco a poco. La pérdida de la industria siderometalúrgica y de gran parte de los recursos alimenticios de carne y leche, así como un enorme contingente militar, suponía un duro revés para la República y urgía ralentizar la caída del frente norte. Ya desde mayo de 1937, el informe preliminar de Komarm Grigori Kulik (jefe de los asesores militares rusos) constataba la debilidad de las defensas franquistas en esta zona y recomendaba un ataque sobre el pueblo de Brunete.

El plan de ataque fue aprobado tras semanas de minuciosa preparación y observación de las posiciones enemigas. Como Rojo había planificado, el ataque pilló por sorpresa a las tropas sublevadas pertenecientes a la 71.ª División al mando de Ricardo Serrador Santés, constituida por falangistas y unos 1.000 soldados marroquíes y perteneciente al VII Cuerpo de Ejército del general Varela.

El general de brigada Ricardo Serrador Santés en el desfile de las tropas nacionales por el Paseo de la Castellana, cincuenta días después del final de la Guerra Civil. Foto: Album.

La superioridad armamentística y el factor sorpresa concedió una ventaja inicial a los republicanos que, como relata en sus memorias Testimonio de dos guerras el comunista Manuel Tagueña, contaban con armamento de mejor calidad: «En total el ejército republicano disponía en el sector de ataque de más de veinte brigadas, lo que ya representaba una considerable masa de ataque. Estaban apoyados por una masa de artillería relativamente potente, sacada de otros frentes y por aviones rusos ‘chatos’, ‘moscas’ de caza y ‘katiuskas’ y ‘natachas’ de bombardeo».

Además, la regularización del Ejército Popular de la República (EPR), y la creación del Ejército de Maniobra, encargado de llevar a cabo las ofensivas planeadas por el Estado Mayor Central, suponían una enorme mejora en comparación con las milicias populares que intervinieron durante los primeros meses de guerra. Sin embargo, la preparación de las tropas leales al gobierno, compuestas mayoritariamente por ex milicianos y levas forzosas, no era comparable a las brigadas navarras, enviadas por Franco para impedir el avance republicano, y a las tropas profesionales del Ejército de África con sus legionarios y tabores de regulares marroquíes

Tampoco el terreno era el más adecuado; el arqueólogo Alfredo González-Ruibal, que ha excavado y recuperado el entorno del fortín y los búnkeres, afirma que la llanura por la que avanzaron las tropas leales a la República las convirtió en dianas fáciles para las ametralladoras. Expuestos y a la intemperie, debían avanzar reptando. Además, los soldados de ambos bandos se vieron obligados a combatir bajo temperaturas asfixiantes entre los 38 y los 42 ºC.

Restos de búnkeres construidos en Brunete por el ejército nacional. Foto: Shutterstock.

Una cruenta batalla

Durante esta ofensiva tuvo lugar una de las actuaciones más audaces del Ejército Popular de la República: la infiltración de los diez mil soldados de la 11.ª División del V Cuerpo de Ejército al comienzo de la batalla de Brunete. En vez de lanzar un asalto clásico contra las posiciones franquistas, las tropas gubernamentales aprovecharon la dispersión de las posiciones del general Varela para infiltrarse durante la noche del cinco al seis de julio y avanzar hacia el sur. La maniobra se llevó a cabo con tal perfección que pasó inadvertida. La 34.ª División del XVIII cuerpo del Ejército se desplazó hacia Villanueva de la Cañada, asegurando el flanco izquierdo del despliegue. La 46.ª División, comandada por el antiguo miliciano Valentín González, el Campesino, debía tomar Quijorna, pero fracasó y quedó a las puertas. La 11.ª División, dirigida por Enrique Líster, como el anterior, otro líder miliciano, consiguió tomar Brunete.

El brigadista Mike Blacksmith narra en sus memorias la toma del pueblo y el estupor de los falangistas que lo defendían: «El griterío alertó a la guarnición. Pero todo fue inútil. Compañía tras compañía, el Batallón de vanguardia desalojó a los estupefactos falangistas que trataban de organizar la resistencia. El puesto de mando rebelde y algunos edificios resistieron aún unas horas, pero el fuego cruzado de las ametralladoras del batallón y el bien dirigido tiro de fusilería acompañado de rápidos asaltos terminó con las últimas resistencias. Los prisioneros fueron enviados a retaguardia, mientras en hileras, tirando de los mulos de aprovisionamiento, el resto de la Brigada dispuso una primera cobertura del perímetro. Los soldados registraron las casas del pueblo buscando botín de guerra, pero también otras cosas, tabaco, coñac, ¡lo que cayera!». 

Infografía de la batalla de Brunete.

A la toma de Brunete le siguió el entusiasmo republicano, y el corresponsal soviético Mijaíl Koltsov escribió lo siguiente para el diario Pravda en Moscú: «Mediada la sesión, ha entrado en súbito en la sala una delegación de las trincheras con la noticia de la toma de Brunete y con una bandera recién capturada a los fascistas. El entusiasmo ha sido indescriptible».

La intención distractora de la campaña logró su cometido y Franco decidió suspender la ofensiva proyectada sobre Cantabria y desviar tropas hacia la zona. Lejos de organizar una retirada estratégica, el plan era resistir a toda costa y no ceder ni un solo metro. La llegada de refuerzos, el despliegue de fuerzas aéreas franquistas y, especialmente, la entrada en acción de la escuadrilla de la Legión Condor, pusieron en dificultades a las tropas gubernamentales. El 14 de julio, Franco firmó una directiva que ordenaba emprender una enérgica contraofensiva sobre las tropas concentradas en Brunete y sus alrededores. El avance de los sublevados se topó con una resistencia férrea. Los republicanos cavaban trincheras para mantener sus posiciones y, en algunos momentos, se llegó al combate cuerpo a cuerpo. La división de Barrón terminó sometiendo la población e hizo que las vanguardias de Líster se retirasen, pero la entrada en acción de los tanques rusos expulsó de nuevo a los sublevados.

Tropas republicanas en las trincheras del sector de Las Rozas, hacia 1937. Foto: Album.

Las duras disputas sobre Brunete, que Franco pretendía recuperar a toda costa con fines propagandísticos y no estratégicos, ya que el pueblo estaba en ruinas, hizo que la localidad cambiase tres veces de manos. Tras un parón, el 17 de julio, aniversario del alzamiento, se reanudaron los combates, seguidos de cruentos contraataques. En Loma Fortificada, una posición estratégica de altura ganada por las tropas republicanas tras tomar Villanueva del Pardillo, tuvieron lugar sangrientos combates. Pese a la férrea resistencia republicana, los planes iniciales fueron imposibles de llevar a cabo y el Ejército Popular se vio en una situación crítica. La mañana del día 24, la localidad fue sometida a fuego artillero y aéreo y los nacionales iniciaron la toma del pueblo, que se alargó durante un día entero, hasta que los hombres de Cipriano Mera y Líster fueron definitivamente expulsados. Como sucedió también en el Jarama, el agotamiento de ambos contendientes estabilizó de nuevo el frente y la batalla quedó en tablas.

Desde el punto de vista estratégico, ninguno de los bandos logró un avance significativo y los frentes se estabilizaron de nuevo. La toma de escasos metros de terreno a costa de enormes pérdidas humanas ha hecho que la batalla de Brunete haya sido comparada con las de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, ambos bandos vendieron el resultado como una victoria: los sublevados celebraron la toma de la localidad, mientras que la República defendió que, gracias a esta ofensiva, se logró retrasar la caída de Asturias durante un mes. A pesar de que el Ejército Popular fue incapaz de mantener sus posiciones, se trató de uno de los ataques más brillantes, aspecto reconocido por los análisis de los militares franquistas.

Fotoperiodismo en primera línea

La famosa reportera gráfica Gerda Taro, que, junto a su pareja Endre Ernö Friedmann, trabajó bajo el alias de Robert Capa, falleció durante la batalla de Brunete. Taro fue una pionera en su campo y es considerada la primera mujer fotoperiodista que cubrió un frente de guerra. Las imágenes de las últimas películas de Gerda Taro muestran la dureza de los combates. Las imágenes, realizadas a escasos metros de la línea de fuego, muestran la zona defensiva de las trincheras y escenas de evacuación de heridos, que se contabilizaron a diario por miles en ambos bandos. Mientras abandonaba Brunete, bajo ataques aéreos y de ametralladora, el vehículo en el que iba Gerda Taro junto con las tropas republicanas fue arrollado accidentalmente por un tanque fuera de control. Gerda falleció en el hospital de campaña inglés de El Goloso, en el Escorial.

La fotoperiodista Gerda Taro en París (1936). Foto: Credito.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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