La batalla de Peñarroya, la gran desconocida de la Guerra Civil

La provincia de Córdoba fue el escenario de la última gran batalla de la Guerra Civil española, la de Peñarroya. Este enfrentamiento, muchas veces olvidado y en el que se intentó incomunicar Andalucía, supuso uno de los últimos fracasos para el bando republicano antes de la derrota final
Peñarroya, la desconocida batalla de la Guerra Civil

En noviembre de 1938, el destino de la guerra estaba decidido. La debacle republicana por las tierras del Ebro acercó la victoria al Ejército nacional. Con las fuerzas franquistas camino de Barcelona, urgía evitar la caída del parapeto catalán. El general Vicente Rojo, responsable de las tropas vencidas, recuperó un antiguo plan donde la ansiada ruptura del frente extremeño se convirtió en su última esperanza. Fijada como objetivo, y pese al olvido histórico, la batalla de Peñarroya —también bautizada como Valsequillo— certificó la imposibilidad de los soldados gubernamentales para eludir la derrota final.

Republicanos en el frente de Córdoba (agosto de 1936). Foto: Album.

El Plan P: cronología de un fracaso

Durante el primer semestre de 1937, la presión de las tropas sublevadas en el norte peninsular motivó la elaboración de un ataque de distracción en dirección sur. La enquistada ofensiva nacional lanzada sobre Madrid desplazó la atención del general Franco hacia el área cantábrica. Ante el viraje estratégico, el coronel republicano Álvarez Coque, jefe accidental del Estado Mayor del Ejército, propuso dividir la zona enemiga por el debilitado frente extremeño. Bautizado como Plan P, el nuevo proyecto contempló tres líneas básicas: incomunicar Andalucía, contrarrestar los asaltos norteños y romper el cerco instalado alrededor de la capital. Para ello, propuso desarbolar las concentraciones nacionales en Mérida, ocupar la región de Oropesa y actuar en dirección Valdemorillo-Brunete-Villaviciosa de Odón.

La propuesta era ambiciosa pero, a pesar de que se desarrollaron tímidos preparativos, no cristalizó por cuestiones políticas. Por un lado, las desavenencias entre Largo Caballero, presidente del Consejo de Ministros, y sus asesores rusos se tradujeron en un ofrecimiento paupérrimo de material bélico por parte del Kremlin. Sirva como ejemplo la aportación de tan solo 10 aviones para respaldar una ofensiva compuesta por 40.000 soldados. 

Francisco Largo Caballero, presidente del Consejo de Ministros en 1936 y 1937. Foto: ASC.

Por otro, la profunda crisis desatada en el seno del Gobierno, derivada de rencillas ideológicas agravadas por la inquietante situación militar, provocó la salida del máximo mandatario del ejecutivo y condenó al Plan P al ostracismo. En noviembre del mismo año, Azaña rechazó la reactivación propuesta por el general Vicente Rojo. La difícil situación por la que atravesaba el Ejército republicano, limitado y desabastecido, unida a la amenaza cernida sobre Madrid, desaconsejó el planteamiento ofensivo.

Lejos de asumirlo, Vicente Rojo desarrolló uno nuevo basado en el diseño del coronel Álvarez Coque. Como el anterior, centró su estudio en tres fases consecutivas: la ocupación de los pasos del Guadiana desde Medellín hasta la frontera portuguesa, el asalto a la cuenca minera de Peñarroya y un posterior avance en dirección sur. Además, esbozó arremetidas alejadas de dichos objetivos destinadas a «desconcertar al enemigo sobre la verdadera aplicación del esfuerzo principal». En su redactado, Vicente Rojo condicionó el éxito a un uso intensivo de las comunicaciones radiadas y a la mejora de los caminos y vías de comunicación republicanas a fin de facilitar el paso de las columnas motorizadas. En cuanto a Peñarroya, el proyecto especificó conquistar las localidades de Azuaga, Fuenteovejuna, Peñarroya, Pueblo Nuevo y un ataque secundario sobre Bélmez. Ante un fracaso general, la acción sobre la cuenca minera se revelaría como el objetivo principal. Sin embargo, el rediseño, profusamente detallado, sufrió un nuevo paréntesis temporal.

Estación de tren de Peñarroya (imagen sin fechar). Foto: ASC.

Tras la conquista de Asturias, Franco planeó atacar Guadalajara, la antesala al asalto madrileño. Muy a su pesar, Vicente Rojo, consciente de la debilidad nacional en el frente aragonés, ideó la toma de Teruel sin renunciar a su apuesta extremeña. No obstante, en febrero de 1938, tras cosechar un prometedor inicio, el contundente contraataque sublevado recuperó la capital turolense y dinamizó el frente aragonés, lo que paralizó el Plan P de nuevo. A partir de este instante, la situación de las tropas gubernamentales empeoró por momentos y, en abril de 1938, los soldados rebeldes alcanzaron la costa en Vinaroz partiendo en dos la zona republicana. Meses más tarde, en el sur peninsular, concluyó con éxito el cierre nacional de la bolsa de Mérida. Gracias a esta ofensiva, el general Queipo de Llano alejó la línea del frente de la frontera portuguesa en una maniobra que dificultaría futuras tentativas que pretendieran dividir la zona franquista.

El principio del fin

La victoria nacional en la batalla del Ebro abrió las puertas de Madrid y Barcelona al general Franco. Pese al exitoso comienzo republicano, el contraataque rebelde del 30 de octubre fulminó el flanco sur y provocó el cruce desesperado, por parte de los supervivientes, del cauce fluvial. Para el 10 de noviembre, el Ejército gubernamental tan solo disponía de seis baterías al oeste del río y sus efectivos abandonaron las últimas posiciones. La retirada dejó el conflicto visto para sentencia.

A primeros de diciembre, Vicente Rojo propuso una revisión a Juan Negrín, presidente del Gobierno. La ofensiva, prevista en tres fases, contempló Extremadura como objetivo principal y diseñó golpes secundarios contra las líneas nacionales en Madrid y Andalucía: de entrada, un desembarco nocturno en Motril precedería a un ataque sobre Málaga y actuaría como cebo para las tropas comandadas por Queipo de Llano. Seis jornadas más tarde, un asalto sobre Peñarroya rompería el frente nacional y abriría el paso hacia Sevilla. Por último, al decimotercer día, la arremetida del Grupo de Ejércitos de la Región Central cortaría las comunicaciones del frente madrileño con Extremadura e impediría la llegada de refuerzos nacionales.

Con el plan aprobado, y pese a cancelarse el desembarco, Vicente Rojo dictó instrucciones al GERC y, el 6 de diciembre, el general Manuel Matallana ordenó iniciar los preparativos para la ofensiva extremeña.

Restos de un búnker en Peñarroya, en la cima del Peñón, que aprovecha un pasillo natural entre dos rocas sobre las cuales se levanta una pared de hormigón. Foto: ASC.

Objetivo: Peñarroya

Queipo de Llano reaccionó con rapidez a los movimientos republicanos. Pese a desplazarse de noche, o bien a pie o en camiones con las luces apagadas, y pernoctar en bosques o zonas alejadas de las poblaciones, los informes de la inteligencia nacional sobre las concentraciones enemigas en Alcaudete, Almadén, Granada, Jaén y Puertollano, alertaron al militar sublevado. Otros indicios, como el aumento de tráfico radiado, los reconocimientos aéreos y las filtraciones guerrilleras en sectores situados en Córdoba y Granada, terminaron por convencerle sobre la inminente ofensiva gubernamental.

Resuelto a contrarrestarla, activó tres divisiones de reserva y solicitó refuerzos al general Franco. La respuesta no se hizo esperar y el líder rebelde envió a la 11.ª División del general Bartomeu a la zona de Navalmoral, elevando su número de efectivos hasta los 75.000 hombres. En total, las fuerzas sublevadas, divididas en dos concentraciones principales, aglutinaron 13 divisiones de infantería y una de caballería. Así pues, mientras la Agrupación A, formada por las divisiones 10.ª, 40.ª, 74.ª y 81.ª, se situó al norte del área republicana, la Agrupación B tomó posiciones en dirección contraria y dedicó las divisiones 60.ª, 112.ª y 122.ª a la defensa de Peñarroya.

Posición de ametralladoras del bando nacional cerca de Córdoba, hacia el 15 de septiembre de 1936. Foto: Getty.

En el otro bando, el general Antonio Escobar comandó la ofensiva roja con un total de 90.000 hombres distribuidos entre 13 divisiones. El XXII Cuerpo del Ejército, formado por las divisiones 47.ª, 10.ª y 70.ª, sumaría esfuerzos a la bautizada Agrupación Toral, compuesta por las divisiones 6.ª, 28.ª y 52.ª. Además de estas fuerzas, cuatro brigadas mixtas de infantería, otra de caballería y la Columna F, un regimiento de esta última arma, apoyarían el asalto.

Franco, contra las cuerdas

Antes del amanecer del 5 de enero de 1939, las dos concentraciones republicanas partieron con sigilo hacia las posiciones enemigas situadas en una vaguada al norte de la Sierra Patuda. Hacia las 07:00, ocho agrupaciones artilleras del XXII Cuerpo del Ejército y cinco pertenecientes a la Agrupación Toral extendieron una intensa cortina de fuego apoyadas por su aviación. El castigo adquirió especial intensidad en la cota 620 y permitió, una hora más tarde, la ruptura del frente. Precedidas por cuarenta tanques, las divisiones 47.ª y 6.ª asaltaron las posiciones enemigas con firmeza. La primera de ellas progresó a través de las posiciones bombardeadas y, tras superar el Peñón de Montenegro, dividió su marcha en dos direcciones: por un lado, Gamonal-Nueva España y, por otro, San Cayetano-Valsequillo. La segunda, pese a ser contenida hasta las 12:00, tomó El Contrabandista y ocupó posiciones en las estribaciones orientales de la Sierra Trapera.

La robustez del avance tomó por sorpresa a los hombres de Queipo de Llano y unidades como las baterías del Grupo 105, situadas en Los Inglesitos, sucumbieron arrolladas pese a los desesperados intentos de su comandante, Eugenio Carrillo, por inutilizarlas. El empuje fue tal que las tropas rebeldes iniciaron su repliegue mientras el mando del Ejército Sur, en un intento por auxiliarlas, envió a las divisiones 60.ª y 122.ª al epicentro de los combates. Pese a ello, los republicanos tomaron Sierra Noria y sitiaron Sierra Trapera. Sin tiempo que perder, la Agrupación Toral atacó la loma del Castillo de los Blázquez, amenazando las comunicaciones franquistas con el centro peninsular.

Puente destruido durante la Guerra Civil en Palma del Río (Córdoba). Foto: Album.

Durante la noche, mientras el general Bartomeu desplegaba a sus hombres en Monterrubio, el general Escobar afianzó posiciones y ordenó al XXII Cuerpo de Ejército proseguir su avance al alba. Al finalizar la jornada, las tropas republicanas controlaban las sierras Barrero, Tejonera y de los Santos, además del Cerro Mulva. En total, unos 600 kilómetros cuadrados de territorio tomados a una velocidad vertiginosa.

Los ataques y contraataques prosiguieron a lo largo de dos jornadas y el día 8, Franco ordenó a la 11.ª División resistir a toda costa en el sector Trapera, Mesegara-Torozo y operar con las divisiones 11.ª, 40.ª, 74, 81.ª, junto a una agrupación de la 71.ª. Esta maniobra, que estaba destinada a reforzar el flanco de la 11, marcó como objetivos la ocupación de los puertos de Monterrubio y Calabar. Al día siguiente, comenzaron a llegar los refuerzos nacionales a Mérida: diez batallones sueltos, nueve batallones del Cuerpo de Ejército de Aragón y nueve del Cuerpo de Ejército Marroquí con la misión de completar las bajas y cubrir los puntos más sensibles del frente.

El 10 de enero, la 60.ª División franquista desbarató la ofensiva enemiga en el flanco sur de Peñarroya-Pueblonuevo. A la férrea defensa nacional se sumaron las fuertes lluvias que convirtieron el terreno en un cenagal. No obstante, la diosa fortuna comenzó a sonreír al bando sublevado tres días más tarde cuando la información obtenida por su espionaje desbarató el avance republicano en dirección a Brunete y a la carretera Madrid-Badajoz. La artillería rebelde machacó a las tropas del general Escobar y facilitó la defensa del sector Peñarroya-Pueblonuevo.

Queipo de Llano recupera la iniciativa

Este momento marcó el inicio de la contraofensiva nacional. El plan, dividido en cuatro líneas maestras, desarrolló sus operaciones bajo pésimas condiciones climáticas. El cuarteto de divisiones antes citadas, 11.ª, 40.ª, 74.ª y 81.ª, avanzaron en dirección al río Zújar y recuperaron posiciones en Cadena-Morrillo del Cuervo, Sierra Traviesa y el norte del Puerto de Monterrubio. A partir del día 21, el empuje sublevado rebasó el Zújar y alcanzó los puertos de Urraco y Calabar. Por otro lado, una agrupación nacional formada por la división 60.ª, un regimiento de la división 112.ª y la Brigada de Caballería de Peñarroya, reforzadas por un escuadrón de autos y una compañía de carros, tomaron la Sierra de los Santos. Este éxito continuó con la recuperación de Cerro del Castaño y el asalto a posiciones enemigas desplegadas en Cerro Mulva.

El general Escobar, a su vez, intentó contener la embestida nacional sin demasiado éxito. Sus arremetidas, rechazadas una y otra vez, provocaron graves pérdidas al Ejército gubernamental. El día 20, un radiograma anunció al general Vicente Rojo los fracasados ataques sobre los montes Torozo y el sector Moritos Mataborracha. Veinticuatro horas más tarde, el Comisariado emitió una instrucción especial donde reconoció la gravedad de la situación: «Ni se mantienen las posiciones cuya defensa a toda costa ha sido encomendada, ni se conquistan aquellas otras vitales para el resultado de nuestra lucha». Ante este lúgubre panorama, la suerte estaba echada.

Soldados de Ejército nacional caminan sobre un puente improvisado cerca de Córdoba, en 1936. Foto: Getty.

La derrota republicana era cuestión de días. El 25 de enero, la 74.ª División nacional arrolló a las divisiones 52.ª y 61.ª en su camino hacia Valsequillo. Por su parte, la 40.ª División se apoderó de Los Blázquez y, horas más tarde, las tropas rebeldes ocuparon Fuenteovejuna, abandonada por los hombres de Escobar. A finales de mes, las fuerzas gubernamentales se organizaron en torno a las Sierras Trapera y Patuda y la Cota 620, escenarios de sus primeras victorias. Tras veinte días de un constante tira y afloja, los combates regresaron a las primeras posiciones de contacto.

El 1 de febrero, los hombres de la 11.ª División nacional tomaron El Contrabandista, La Patuela, El Peñón de Montenegro, El Gamonal y El Médico. Tres jornadas más tarde, Franco recuperó las sierras Trapera y Patuda, concluyéndose la última gran batalla de la Guerra Civil española. El balance no pudo ser más desolador y, mientras el general Vicente Rojo perdió a 6.000 hombres, entre muertos y heridos, y otros 6.500 fueron hechos prisioneros, el bando nacional registró 2.000 muertos y 5.500 heridos.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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