Anthony Blunt, el espía comunista que se ocultó en Buckingham

Perteneciente al conocido como 'Círculo de Cambridge', el inglés Anthony Blunt llevó una doble vida en la que, mientras era asesor personal de Isabel II en cuestiones de arte, realizaba trabajos de espionaje para la Unión Soviética
Anthony Blunt, el espía comunista que se ocultó en Buckingham

Sin duda es uno de los episodios más increíbles, oscuros y desconocidos de su vida. Uno que la familia real y los servicios de inteligencia británicos, con el beneplácito de la mismísima reina Isabel II —que ha conseguido mantener intacto su prestigio hasta su fallecimiento ahora a los 96 años—, ocultaron durante muchos años. Hablamos de la estancia en el palacio de Buckingham de un espía de la Unión Soviética, durante cuatro décadas, con todos los privilegios que ello conllevaba implícito.

El espía comunista Anthony Blunt. Foto: Shutterstock.

Su nombre era Anthony Blunt, profesor de Cambridge, director del Instituto Courtauld e ilustre miembro del establishment británico que, incluso, fue condecorado por Isabel II, en 1956, como caballero de la Orden Victoriana. Un honor recibido por su importante contribución en la ampliación y conservación de la colección de arte de la familia real, una de las más grandes y ricas del mundo. ¿Cómo alguien con tanta dedicación hacia el patrimonio de la reina y de su padre, el rey Jorge VI, pudo traicionar a su país desde una posición tan cercana a la casa real? El viaje hacia el lado oscuro, a decir verdad, fue relativamente rápido.

Blunt nació en Bournemouth, en la costa sur de Gran Bretaña, en 1907. La ciudad había sido fundada un siglo antes en medio de un páramo desierto visitado únicamente por contrabandistas, que creció hasta los 75.000 habitantes en un tiempo muy breve. Su padre, el reverendo Stanley Vaughan Blunt, fue un vicario muy respetado en aquellas tierras que consiguió que su pequeño Anthony fuera admitido en el prestigioso Trinity College, en Cambridge, donde se matriculó inicialmente en la carrera de Matemáticas.

Pronto se dio cuenta de que aquello no era lo suyo y se cambió a Lenguas Modernas al final de su primer año. Se graduó en 1930 y comenzó a trabajar impartiendo clases de francés. En 1932, Blunt fue contratado como profesor de dicha universidad, donde permaneció hasta 1936, al mismo tiempo que se iba haciendo un hueco entre la élite cultural de su país. En gran medida, ello se debió a que, durante aquella década, trabajó también como un afamado crítico de arte en el periódico The Spectator y a que, en 1937, entró a formar parte del Instituto Warburg, un respetado centro especializado en el Renacimiento.

Sir Anthony Blunt, historiador del arte británico e Inspector de los Cuadros de la Reina, junto a la pintura de Velázquez El príncipe Baltasar Carlos, cazador. Foto: Getty.

Asesor personal de Isabel II

Es difícil explicarse cómo llegó a convertirse en un peligroso espía contra su propio país, al que supuestamente tanto amaba. Lo tenía todo, y no le faltaba el dinero. De hecho, fue nombrado conservador jefe de la Colección Real, en 1945, durante el reinado de Jorge VI. Y a la muerte de este, en 1952, se convirtió en asesor personal de Isabel II en cuestiones de arte. Su prestigio era tal que algunas de sus obras sobre historia del arte siguen siendo hoy consideradas una referencia bibliográfica imprescindible en las principales universidades del mundo.

Su vida, sin embargo, se torció mucho antes, aunque nadie tuviera la más mínima sospecha sobre su integridad. En 1934, después de una viaje a la URSS, el bueno de Anthony fue reclutado por la NKVD, la policía política soviética, antecesora de la KGB. Tenía 27 años. Durante cuatro décadas y media la opinión pública inglesa no supo nada de su doble identidad. En concreto, hasta que fue denunciado en el Parlamento por Margaret Thatcher. Lo curioso de esto —o como consecuencia de ello— es que en 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, se alistó también al Ejército británico y, un año después, fue reclutado por el MI5, el servicio de espionaje del Reino Unido. Blunt se convertía en agente doble en una de las épocas más devastadoras del siglo XX.

En 1947, Blunt fue contratado como profesor de Historia del Arte y director del Instituto de Arte Courtauld en la Universidad de Londres, un cargo que mantuvo hasta nada menos que 1974, a pesar de que una década antes ya se habían descubierto sus operaciones como espía al servicio de la URSS. Este cargo era muy importante en el mundo de la cultura inglesa y, entre otros beneficios, incluía el derecho a usar como vivienda un lujoso apartamento del siglo XVIII en el centro de la capital británica. Sin embargo, su papel en la adquisición de las colecciones más importantes del mundo para las galerías de dicha institución y de la Casa Real pesó mucho más.

Isabel II comenta algo a sir Anthony Blunt durante una visita al Courtauld Institute of Art de la Universidad de Londres, en 1959. Foto: Album.

Fue en 1964 cuando, efectivamente, se descubrió que Blunt había realizado diferentes misiones para el servicio de espionaje inglés. Hasta ahí, nada que sus compatriotas pudieran reprocharle, puesto que era un acto de sacrificio por su país en una época tan inquietante e inestable como la Guerra Fría. El problema es que también se supo que, al mismo tiempo, había pasado innumerables documentos secretos al enemigo soviético. Fue tal la sorpresa y el escándalo que se produjo dentro del servicio de inteligencia que ni siquiera se informó de sus actividades al primer ministro de la época, sir Alec Douglas-Home. A la reina, sí, pero esta dio su beneplácito para que siguiera trabajando como encargado de su pinacoteca en Buckingham como si no hubiera pasado nada.

La Casa Real no podía permitirse semejante humillación nacional e internacional. No quería que se supiera que tanto ella como su padre habían otorgado toda su confianza al conocido como «cuarto hombre» del Círculo de Cambridge, un grupo de intelectuales británicos que fueron reclutados como espías en el Trinity College, en la década de 1930, por la Unión Soviética. Los otros tres miembros eran Guy Burgess, conocido con el nombre en clave de «Hicks»; Donald Maclean, con el de «Homer», y el famoso Kim Philby, con el de «Stanley». Este último actuó como corresponsal para el periódico The Times durante la Guerra Civil española, donde se convirtió también en el responsable de vigilar, para el Kremlin, a los corresponsales que informaban desde allí del conflicto.

De arriba abajo y de izda a dcha., Anthony Blunt, Donald Duart Maclean, Kim Philby y Guy Burgess. Foto: Getty.

En 1951, Burgess y Maclean huyeron a la Unión Soviética. Blunt también estuvo tentado de marcharse, pero decidió quedarse. Consiguió que los servicios secretos no le vincularan con esta red, a pesar de que el año anterior alguien le había denunciado como miembro del Partido Comunista. Durante mucho tiempo, se buscó a un quinto espía del Círculo. Se acusó a otros intelectuales como el periodista Roger Hollis o el filósofo Ludwig Wittgenstein, pero al fin se averiguó que fue John Cairncross, apodado «Liszt», un alto funcionario del Ministerio de Exteriores que nunca reconoció haber participado en esta conspiración. De todos ellos, Anthony Blunt fue el único al que dejaron disfrutar en secreto, durante 15 años más, de su privilegiada vida dentro de Buckingham a pesar de haber sido cazado.

Ludwig Wittgenstein (1889-1951) —al que se acusó de espía, aunque se demostró su inocencia— en 1950. Foto: ASC.

La denuncia de Thatcher

El 15 de noviembre de 1979, pocos meses después de que se publicara un libro sobre su caso en el que no se desvelaba su nombre, la recién elegida primera ministra, Margaret Thatcher, desveló que el cuarto hombre del círculo de Cambridge era, efectivamente, él. Lo hizo tras una petición parlamentaria de dos diputados laboristas. Menos de una semana después de que se destapara el escándalo, este compareció ante los medios de comunicación para reconocer públicamente que sí había sido un agente al servicio de Stalin. «Puse mi conciencia por encima de la lealtad a mi país», afirmó con arrogancia y sin pedir perdón por sus actos.

Blunt hablaba con la seguridad del que sabía que el Gobierno y la monarquía también habían actuado erráticamente al ocultar sus delitos. También sabía que poco podían hacerle con 72 años, salvo expulsarlo de la Casa Real, después de casi cuatro décadas de servicio. De hecho, fue juzgado ese mismo año y condenado por alta traición, pero no ingresó en la cárcel por su avanzada edad y porque negoció con los servicios secretos que colaboraría con ellos a cambio de inmunidad. Cuando el magistrado le preguntó: «¿Es usted consciente del daño que ha hecho?». Su lacónica respuesta fue: «Me temo que sí». Y nada más.

Poco después se refugió en la redacción de sus memorias, que no se publicaron hasta 2009. En 1984, un año después de su muerte, fueron enviadas de forma anónima a la Biblioteca Británica con la condición de que no salieran a la luz hasta 25 años después. En ellas justificaba su traición por el ambiente que existía en Cambridge en su época de estudiante: «Había un clima tan intenso, un entusiasmo tan grande por cualquier actividad antifascista, que cometí el mayor error de mi vida».

Su difusión provocó una curiosa reacción de patriótica indignación en el Reino Unido. No tanto porque el libro hubiera desvelado horrendos secretos sobre sus actividades como espía, sino porque el arrepentimiento que destilaban sus palabras parecía lamentar mucho más el daño que se hizo a sí mismo que el que causó a su país. Y eso que este último fue realmente devastador. En concreto, porque llegó a delatar a decenas de agentes británicos que trabajaban en el extranjero, los cuales fueron capturados por los soviéticos y, en muchos casos, ejecutados.

«Quedé desilusionado con el marxismo, así como de Rusia. Mi esperanza era no oír hablar más de mis amigos rusos y volver a mi normal vida académica», declaró el antiguo espía. En sus memorias, comentó también que en aquellos días amargos contempló «muy seriamente» el suicidio. «Mucha gente dirá que hubiera sido lo más honorable, pero yo llegué a la conclusión de que, al contrario, hubiera sido una solución cobarde», escribía. A cambio, perdió su título de sir y tuvo que soportar el abucheo de sus vecinos cuando le reconocían en algún lugar público durante sus últimos cuatro años de vida.

La serie The Crown retrató parcialmente este episodio en su tercera temporada, estrenada en noviembre de 2019. Su director, Peter Morgan, advirtió que se tomaría algunas «licencias artísticas», pero la Casa Real ya se puso a la defensiva mucho tiempo antes, asegurando que no comentaría absolutamente nada «sobre la fidelidad de los hechos presentados». Ya sabemos que la realidad, en muchas ocasiones, supera a la ficción.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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