El infernal desembarco canadiense en la playa de Juno

Tras el rotundo desastre en Dieppe en agosto de 1942, las tropas canadienses se tomaron el desembarco en la playa de Juno, objetivo encomendado por el alto mando en el marco del Día D, como una venganza en la que no estaban dispuestos a volver a fallar
El infernal desembarco canadiense en la playa de Juno

El teniente John Russell Madden tuvo que gritar por encima del ruido de los motores del bombardero Albemarle para que sus hombres le escucharan. Tenía solo 20 años de edad, pero estaba al frente de los nueve paracaidistas de la Compañía C del 1er Batallón Canadiense que se preparaban para saltar sobre la playa de Juno, en Normandía. Eran la primera avanzadilla de la invasión y la tensión que se respiraba era insoportable. Apenas podían mantenerse en pie con los más de 45 kilos de equipo que cargaban y tampoco eran capaces de ponerse completamente erguidos, ya que el techo del avión era demasiado bajo para ellos.

Ejército canadiense en la playa de Juno. Foto: Cordon Press.

Sin embargo, nada de aquello importaba ya. Tan solo tenían que esperar unos minutos hasta que el reloj marcara las 0:20, para, cuando se encendiera el piloto verde, lanzarse de cabeza y perderse en la oscuridad de la noche. Madden esperaba el momento arrodillado, con las manos apoyadas a ambos lados de la escotilla del suelo, mientras miraba hacia la bruma que se extendía abajo, sobre la costa. De repente, el Albemarle se precipitó hasta los 500 pies, la altura acordada para el salto. El teniente sería el primero e, inmediatamente después, le seguirían sus hombres con el objetivo de asegurar la zona sobre la que descenderían, 28 minutos después, otros dos batallones de paracaidistas: uno británico y otro canadiense.

Llegada la hora, a Madden le pareció oír a alguien que gritaba detrás de él: “¡Verde encendido!”. El teniente vaciló: “¿Dijiste verde?”, preguntó a gritos por encima del estruendo. “Sí, dije verde”, respondió la voz. Y se zambulló de cabeza sin pensárselo dos veces. Escuchó el fuerte crujido del paracaídas al abrirse y, después, el silencio. Cuando llegó al suelo localizó a cinco de sus soldados. De los otros cuatro, ni rastro. Y cuando miró al cielo en busca de los Douglas C-47 Dakota que iban a traer al resto de paracaidistas... nada.

Aterrorizado, pensó que la operación Overlord se había pospuesto en el último segundo, como ya había ocurrido el día anterior por el mal tiempo. La confusión era tan grande allá arriba que es posible que no hubiera escuchado la orden de dar media vuelta en el instante de saltar. Y tampoco tenía forma de saber si el resto de la compañía había saltado. “Dios mío, han decidido no continuar y hemos comenzado la invasión cinco muchachos y yo”, pensó desconcertado.

Señal de la playa de Juno. Foto: Shutterstock.

Aunque el teniente Madden no lo sabía, no fue el único que se perdió. Según contó décadas después Jan de Vries, paracaidista de otro batallón canadiense, aterrizó a varios kilómetros de la zona prevista. “Me preguntaba dónde diablos estaba. Me pasé toda la noche tratando de encontrar en la oscuridad el punto de encuentro cerca de la costa de Juno, esquivando las patrullas enemigas durante todo el camino”. Pero no estaban solos, la operación Overlord sí que estaba en marcha y las próximas 24 horas iban a ser las más decisivas de toda la Segunda Guerra Mundial.

"Somos los mejores"

Hacía ya un año que la 3ª División de Infantería canadiense había recibido la orden de comenzar los preparativos mediante una carta del teniente general Andrew McNaughton, considerado hoy el “padre” del Ejército canadiense y “el soldado más importante de su país durante el siglo XX”, fechada el 3 de julio de 1943. En ella advertía que “los detalles de la operación no se facilitarán a los soldados durante los próximos meses”. Todo se planificaría en el más absoluto secreto, ya que el factor sorpresa era primordial. Así lo recordaba también Fred Moar, teniente de la unidad de infantería de los North Shore Regiment que desembarcó en Nan, uno de los tres sectores en los que Canadá dividió la playa de Juno para la invasión. “No teníamos ni idea de en qué nos estábamos metiendo, pero estábamos preparados para cualquier cosa. Nos consideramos los mejores”.

General Andrew George Latta McNaughton. Foto: Album.

Este y los demás supervivientes canadienses han podido comprobar cómo, a lo largo de su vida, su participación en el Día D ha pasado desapercibida en comparación con la de los Ejércitos británico y estadounidense. Su sacrificio, sin embargo, no solo fue importante, sino imprescindible para el éxito final de la operación. Ellos eran los únicos soldados con experiencia directa a la hora de atacar el Muro Atlántico de los nazis, aunque el precio que pagaron por ello fuera muy alto: novecientos muertos y mil novecientos capturados que fueron enviados a campos de concentración, en agosto de 1942, como consecuencia de otro desembarco, el de Dieppe. Una pesadilla que todavía hoy es considerada uno de los mayores desastres de la historia del país.

El trauma fue tal que los 15.000 canadienses que desembarcaron en Normandía lo hicieron llenos de odio y ansias de venganza. Así lo reflejó en su discurso el general Harry Crerar, máximo responsable del Ejército en el Día D: “Los planes, los preparativos, los métodos y las técnicas que emplearemos se basan en el conocimiento y la experiencia adquiridos y pagados en Dieppe. La contribución de esa peligrosa operación no puede ser infravalorada. Demostraremos que fue el preludio esencial de nuestro próximo y definitivo éxito”. 

Después, ofreció a sus oficiales banderas de Canadá para exhibirlas en las sedes de sus brigadas por primera vez en la historia, un gesto osado si tenemos en cuenta que todavía dependían y tenían la obligación de luchar bajo la enseña británica. Y aunque no se parecían a las actuales, el general quería dejar constancia en aquella gesta de que el suyo era ya un país que comenzaba a volar solo, alejado a nivel político de los ingleses.

General Harry Crerar. Foto: Wikicommons.

Pero no iba a ser tan fácil como insinuaba. Los ocho kilómetros de playa que formaban Juno, entre las poblaciones de La Rivière y Saint-Aubin-sur-Mer, eran un hueso muy difícil de roer. Se trataba de un asalto especialmente peligroso, puesto que los pueblos se encontraban muy cerca de la costa y las casas se convertían en el refugio perfecto para los francotiradores alemanes, que podían acribillar con facilidad a todo aquel que asomara la cabeza por el agua. Y, además, por si esto fuera poco, el terreno estaba rodeado de dunas que complicaban el movimiento de las tropas y los tanques.

Los otros dos sectores en que quedó dividida la playa, además de Nan, fueron Mike y Love, aunque en este último no se produjo ningún desembarco. El primero debía ser conquistado por efectivos de la 7ª Brigada de Infantería, formada por los regimientos Royal Winnipeg Rifles y Scottish Canadian Rifles. Y Nan, por la 8ª Brigada de Infantería formada por las unidades The Queen’s Own Rifles of Canada y los mencionados North Shore Regiment, a los que seguirían otras tropas canadienses y británicas.

Soldados canadienses de la unidad Queen’s Own Rifles en una señal de Caen. Foto: Getty.

El soldado Leonard W. Brockingham, que iba a bordo del destructor canadiense HMCS Sioux, contó años después que, durante la travesía, escuchó a un oficial británico sentado junto a él calificar la invasión como “lo que Felipe de España intentó y falló, lo que Napoleón quiso y no pudo y lo que Hitler nunca tuvo el coraje de intentar”. “Entramos en esta fase decisiva de la lucha con plena fe en nuestra causa —añadió Crerar—, con una confianza serena en nuestras habilidades y con la determinación necesaria para terminar de manera rápida e inequívoca este trabajo que hemos venido a hacer en el extranjero”.

Primeros bombardeos

Mientras, el joven teniente Russell y sus hombres seguían perdidos en la espesura de la noche cuando escucharon al Albemarle que los había transportado lanzar las primeras bombas. Se aliviaron al saber que no estaban solos. Le siguió un grupo de bombarderos Lancaster, que dejaron caer otras cinco mil toneladas de explosivos más hasta poco después de las 5 de la madrugada. El objetivo de este primer movimiento era destrozar las defensas costeras alemanas y sembrar el caos entre los nazis, mientras los pilotos de combate canadienses recorrían los cielos, por encima de ellos, en busca de los cazas de la Luftwaffe.

El resto de las tropas canadienses llevaban varias horas de travesía por el mar. El proceso de carga había durado cinco días en los que se habían calculado minuciosamente los vehículos y el número de soldados que debía transportar cada una de sus 110 embarcaciones, todos con sus mochilas de 27 kilogramos y sus fusiles Lee-Enfield. A muchos de aquellos jóvenes se les quedó grabada la imagen “de miles y miles de barcos de todas clases extendiéndose por el horizonte” cuando estaban reunidos en la conocida Área Cebra —llamada coloquialmente “Picadilly Circus”—, en medio del canal de la Mancha.

Tom Gunning, un marinero canadiense de 18 años que navegó en la fragata HMCS Cape Breton, manifestó años después que le resultaba “imposible describir el asombroso poder que tenía aquella imagen”. El mayor Lockhart Ross Fulton, por su parte, sabía que miles de barcos rodeaban a su HMS Canterbury en la impenetrable oscuridad de la noche y, sin embargo, los únicos sonidos que percibía eran el suave murmullo del mar, el latido de los motores y la conversación ocasional en voz baja entre los miembros de la Royal Winnipeg Rifles, “los pequeños diablos negros”, que iban a encabezar el extremo más difícil de la invasión.

Soldados de la Royal Winnipeg Rifles. Foto: Cordon Press.

A mitad de travesía, Fulton abrió un saco cerrado con candado y vació sobre el suelo una pila de mapas muy detallados sobre el punto exacto del desembarco. Después, les dio una breve sesión informativa y les aconsejó que “intentaran dormir un poco”. Fue imposible, puesto que el viaje había sido una prueba de resistencia infernal por las fuertes sacudidas del mar. Algunos de los muchachos vomitaron por la borda y otros directamente sobre sus botas. Todo apestaba a una perniciosa mezcla de vapores de gasoil y devuelto, cuando, con los primeros rayos de sol, divisaron la costa y se dirigieron a toda velocidad hacia la orilla. 

Mientras se acercaban vieron cómo los bombarderos seguían arrasando el litoral desde el cielo y los buques, desde el agua, sobre todo a la peligrosa batería nazi de Bény-sur-Mer de cuatro cañones de 100 mm. Los soldados canadienses daban gracias a Dios por no ser el blanco de semejante furia, mientras Fulton trataba de borrarse la idea de que iba a entrar en combate con una compañía de hombres medio mareados que debían haber pisado Juno a las 7:30, una hora más tarde que los estadounidenses Omaha y Utah, pero que lo hicieron a las 7:49. 

Fue entonces cuando los soldados de la Royal Winnipeg Rifles comprobaron que el impacto del ataque aéreo había sido menor del esperado y que aquello iba a ser un infierno. Y así fue, porque tuvieron que defenderse como leones durante tres horas, debido a que los acorazados no hicieron acto de presencia hasta las 11. Entre estos primeros soldados se encontraba Ted Gregoire, un granjero canadiense de 24 años. “Estaba tan mareado y asustado que habría pagado a alguien para que me pegara un tiro allí mismo. Tuve que saltar por encima de los cadáveres de mis compañeros en la lancha y, también, en la arena”, rememoraba hace no mucho. 

Poco después desembarcó allí mismo la unidad del actor que, años después, daría vida a Scotty en la famosa serie Star Trek, James Doohan, que tenía 19 primaveras y consiguió abatir, nada más pisar tierra, a dos francotiradores germanos y llevar a sus hombres hasta un terreno más alto, tras atravesar un campo sembrado de minas antitanque sin que nadie sufriera daños. Pero poco después tuvo la mala suerte de que un compañero lo confundiera con un soldado nazi y le disparara seis balazos. El del pecho impactó contra su pitillera de plata y salvó la vida, pero otro de ellos le hizo perder un dedo. Una lesión que tuvo que ocultar durante el resto de su larga carrera cinematográfica hasta que falleció en en año 2005.

James Doohan con el uniforme de Star Trek. Foto: Getty.

Un poco más fácil lo tuvieron los miembros del Scottish Canadian Rifles, ya que, en su zona, más al este, los bombarderos sí acabaron con la mayoría de las defensas, incluido un cañón de 75 milímetros con el que los nazis pensaban arrasar con todo. A las 8:30 ya habían eliminado los focos de resistencia y comenzaron a limpiar los campos de minas y de enemigos los dos caminos por los que debían transitar las siguientes oleadas. Todo ello, a la máxima velocidad posible.

La llegada de los tanques

El sector de Nan, por su parte, se convirtió en una odisea para los hombres del Regina Rifle Regiment desde el mismo instante en que pisaron la playa. Fueron recibidos desde varias defensas cercanas por tres cañones de 75 y 88 milímetros y un sinfín de ametralladoras y morteros. Las tropas germanas convirtieron los doscientos metros de playa en una pesadilla para los canadienses, puesto que dispararon sin descanso contra ellos durante toda la mañana. Sufrieron numerosas bajas y no pudieron avanzar hasta la llegada de los tanques Duplex Drive. Uno de ellos llegó a acercarse hasta el interior de un búnker para disparar a quemarropa y dar un respiro a sus hombres.

Búnker de Cosy en la playa de Juno. Foto: Shutterstock.

Allí combatió Ernie Defoe, un trabajador ferroviario de Nelson que aterrizó en este sector de Juno en la segunda ola canadiense. A punto estuvo de saltar por los aires cuando una mina explotó muy cerca de la orilla al acercarse su lancha. Vio cómo dos de sus compañeros “volaban en pedazos” con la explosión. Para no correr el mismo destino, otro soldado y él se cortaron el equipo mutuamente para poder saltar por la borda sin hundirse y, después, esquivar el fuego enemigo para llegar a la orilla. Él lo consiguió, pero su amigo no. “Se llamaba Harry Dreider, nunca lo olvidaré. Vi cómo le abatían de un disparo en aquel momento. Era un buen tipo”, recordaba después. Sin embargo, la unidad de la que formaban parte ambos logró su objetivo, que era conquistar un puente y protegerlo hasta que llegaran los refuerzos. Hace poco, la esposa de Dafoe confesó en un encuentro de veteranos que “tuvieron que pasar muchos años después de su boda para que Ernie le contara algo de lo que había vivido en la invasión”. “No me quiero ni imaginar lo que fue para él”, apostilló.

En Nan, los soldados del The Queen’s Own Rifles of Canada y del ya mencionado North Shore Regiment tuvieron que esquivar como pudieron el fuego de los francotiradores apostados a lo largo de un kilómetro de playa, escondidos en las casas de Berniéressur-Mer que había junto al mar. La única cobertura con la que contaban era el dique rompeolas y parecía prácticamente imposible llegar hasta el muro. Frederick Perkins reveló una imagen realmente terrorífica: la de una joven que hizo fuego varias veces desde una iglesia hasta que lograron derribarla con un cañón Bofors: “Después dijeron que era la novia francesa de un soldado alemán a la que había dejado allí con su propio uniforme y su rifle”.

Cañón Bofors 40 mm. Foto: Shutterstock.

Durante aquella larga jornada, la enfermera canadiense Ruth Muggeridge estuvo trabajando en una sala de quemados en Farnborough, muy cerca de los puertos al sur de Inglaterra de donde habían partido los barcos de sus compatriotas. “Recuerdo que, pocas horas después del inicio de la invasión, llegó un tren y, alrededor de las tres, otro. En cada uno de ellos había alrededor de trescientos heridos o más”.

Finalmente, los diferentes sectores de la playa de Juno fueron conquistados, siendo considerada hoy, junto a Utah, la playa donde la operación Overlord tuvo más éxito aquel fatídico 6 de junio de 1944. La previsión de los mandos canadienses era de dos mil bajas, pero al final sufrieron mil, de las cuales cuatrocientos fueron muertos. Sin embargo, la imagen de la arena sembrada de cadáveres fue difícil de olvidar para los que sobrevivieron. Cuando se hizo el silencio, empezaron a enterrarlos rápidamente para evitar que sus propios blindados aplastaran los cuerpos de sus compañeros al pasar hacia el interior de Normandía. No había tiempo que perder.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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