Los santuarios íberos: diosas, héroes y ceremonias de culto

La revitalización de los estudios arqueológicos sobre la religiosidad ibérica trata de reivindicar la relación existente entre las manifestaciones religiosas y la sociedad, aportando nuevas perspectivas y conocimientos sobre esta compleja y fascinante cultura.
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La religiosidad de los íberos siempre ha despertado el interés de los investigadores, como así queda patente en el gran número de libros y artículos publicados sobre el tema.

Los trabajos antiguos solían centrarse, únicamente, en los aspectos artísticos de las esculturas aparecidas en los santuarios, pero en los últimos años se ha producido una revitalización de los estudios que, desde nuevas, perspectivas tratan de poner en valor la relación existente entre las manifestaciones religiosas y la sociedad, partiendo del análisis de la cultura, la política, la economía y el propio territorio en el que se asentaban.

Debido a la ausencia de documentos escritos, el conocimiento que tenemos sobre los santuarios ibéricos procede de los datos aportados por la arqueología, pues los ritos practicados por estos pueblos han dejado huella en el registro arqueológico a través de los restos de edificios, imágenes y objetos de distinta naturaleza, tales como cerámicas, joyas, adornos, exvotos, relieves, esculturas, etc. Es a partir de estos restos como los arqueólogos han llegado a conocer sus aspectos más relevantes, aunque todavía hay algunas cuestiones que son difícilmente interpretables.

La religión ibérica tenía personalidad propia y era muy distinta a la de los pueblos colonizadores con los que estuvieron en contacto, fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Se trata de un fenómeno complejo y diverso que fue evolucionando a lo largo del tiempo y cuyas características varían de unas zonas a otras e incluso de un santuario a otro.

Yacimiento arqueológico del Cerro de Alarcos (Ciudad Real - España), restos del asentamiento íbero (siglos V - III antes de Cristo). FOTO: ASC.

El mundo ibérico constituía una sociedad jerarquizada de tipo regio en el que la religión estaba íntimamente ligada a la evolución política y social.

Los momentos iníciales se corresponden con una monarquía sacra en la que el rey se hallaba vinculado a la divinidad y actuaba como su representante, utilizando el palacio como centro de su poder. Bien es cierto que en estos momentos todavía no se puede hablar de templos propiamente dichos, pues los lugares de culto estaban integrados en el palacio, donde se celebrarían ceremonias religiosas para mantener la protección divina del rey, de su familia y de toda la socieda.

A partir del año 500 a.C., las monarquías sacras evolucionaron a monarquías de tipo heroico, de tal manera que el carácter sacro del rey se sustituye por la figura del guerrero heroico que se vincula al fundador del grupo o la ciudad, al mismo tiempo que encarna la idea de un nuevo régimen político.

Posteriormente, los santuarios pasarán a ser edificios independientes de carácter público donde la divinidad tiene su propia sede. Aparecen así templos como los de La Alcudia, en Elche (Alicante) y Campello (Alicante), relacionados con héroes y con cultos funerarios a antepasados heroicos mitificados.

Este proceso fue diferente en la parte noreste de la península, donde la clase dirigente estaba formada por élites guerreras y los lugares de culto se situaban en el ámbito doméstico de las viviendas de la clase dominante. Sucede, por ejemplo, en El Cerrón de Illescas (Toledo) o Puntal dels Llops, en Olocau (Valencia).

A lo largo del s. IV a.C., las monarquías de tipo heroico fueron sustituidas, en algunas zonas, por monarquías aristocráticas de carácter guerrero, que acabarían dando lugar a la aparición de formas urbanas, características de la última fase de la cultura ibérica, que suponen una nueva concepción del espacio sacro con la presencia de santuarios de carácter público, que pueden ya ser considerados como verdaderos templos.

Tipos de santuarios íberos

Los santuarios de este periodo nada tienen que ver con el concepto de nuestras actuales iglesias, pues en el mundo ibérico no siempre se identifican con un edificio concreto, sino con cualquier lugar sagrado donde se realiza un ritual en el que un oferente entra en contacto con la divinidad, por lo que un santuario puede ser, desde parte de una vivienda, un edificio formado por una o varias estancias, incluso una cueva, un bosque, un cerro… De la misma forma, las ofrendas no eran un tipo de objeto concreto, sino que podía ser utilizado cualquier elemento con valor para un individuo o una comunidad.

La diversidad cultural y social de los pueblos ibéricos se refleja en la gran variedad de lugares de culto existentes. Siguiendo el criterio de localización espacial, los espacios de culto se clasifican en santuarios urbanos, rurales, y naturales (Sacra loca).

Los santuarios urbanos se localizan en el interior de los poblados y podían situarse en una habitación, dentro una vivienda, o ser un edificio público de carácter colectivo que resaltara el poder de la ciudad. No existe un patrón definido y cada santuario es diferente a otro, pudiendo tener distintos tipos de planta y tamaño, por lo que, a veces, únicamente se identifican a partir de la presencia de exvotos. Estos santuarios se han documentado en todo el territorio ibérico, especialmente a partir de los siglos IV-III a.C.

Solían emplazarse en puntos dotados de una especial simbología, tales como el lugar más alto de la ciudad (Cigarralejo, Mula, Murcia) o junto a la puerta de entrada al poblado como en Puente Tablas (Jaén) o en el Cerro de las Cabezas, (Valdepeñas, Ciudad Real).

En los asentamientos también aparecen espacios de culto, situados en el interior de las viviendas que se reducen al entorno de una familia o linaje y se asocian a cultos y ritos de veneración de los antepasados, practicados, exclusivamente, en el ámbito doméstico. Se trataría de puntos simbólicos, que señalaban la localización de las familias poderosas dentro de la ciudad.

Los cultos en el interior de las casas, son también una muestra de cómo la ritualidad se interconecta entre lo doméstico y cotidiano, es decir nos muestra cómo las sociedades iberas, con relativa frecuencia, asocian los fundamentos de lo ritual y lo doméstico.

Los lugares de culto rurales se instalan fuera de los poblados y están relacionados con la organización del territorio. Los hay que se sitúan en vías de comunicación importantes, algunas de las cuales aparecen jalonadas de santuarios, otros se emplazan en zonas fronterizas, marcando los límites de territorios diferentes, mientras que otros se encuentran en zonas de tránsito.

Cueva de la Lobera, núcleo central del Santuario de La Lobera construido por los íberos sobre una cornisa rocosa, aprovechando tres cuevas naturales con hornacinas entre ellas. FOTO: ASC.

Los santuarios naturales conocidos como “sacra loca” se emplazan en espacios naturales de especial magnetismo, tales como cuevas, montes, bosques….Los más abundantes y mejor conocidos son las cuevas santuario, que se localizan prácticamente por todo el territorio ibérico donde se dan este tipo de formaciones, siendo especialmente abundantes en las provincias de Valencia, Murcia, en el área catalana y en algunas zonas (partes) de Andalucía, donde se encuentran algunas de las más conocidas, como la Cueva de la Lobera en Castellar de Santiesteban (Jaén).

Estas cuevas solían emplazarse en lugares escarpados de difícil acceso, pero su ubicación no fue casual ya que está comprobado que en los lugares donde abundan este tipo de formaciones, se eligieron especialmente aquellas que reunían ciertas peculiaridades, siendo uno de los factores determinantes el de su orientación astronómica, pues algunas de estas cuevas están relacionadas con los solsticios o los equinoccios, como así queda constatado, por ejemplo, en las cuevas de la Lobera (Jaén) o en de la Nariz (Murcia).

Otra de las peculiaridades de estos santuarios naturales es su situación en las proximidades de caminos y zonas de paso, pero sobre todo en puntos fronterizos y limítrofes entre territorios diferentes, por lo que se cree que serían enclaves neutrales compartidos por personas o grupos provenientes de diversos asentamientos.

Por lo que respecta a la tipología, presentan características muy diferentes en cuanto a forma y tamaño. En general carecen de las condiciones necesarias para su habitabilidad, pero en unos casos se trata de espacios pequeños y oscuros, a los que sólo podría acceder un reducido número de personas, por lo que se cree estaría limitado a las clases altas y dirigentes como sucede en la Cueva de La Nariz (Murcia). En otros, son grutas más amplias en donde la luz penetra hasta el interior y a las que acudiría un nutrido grupo de oferentes, como en La Lobera (Despeñaperros).

En muchas ocasiones, estas cuevas están asociadas al agua, llegando a documentarse, en algunas de ellas, piletas construidas intencionadamente por el hombre para su recogida.

Lo que diferencia a las cuevas santuario del resto de grutas es la presencia de objetos de uso ritual, que serían utilizados en los ceremoniales religiosos. Estos objetos varían de unos lugares a otros e incluso de una cueva a otra.

Exvoto, en piedra arenisca, de un caballo enjaezado, hallado en el Santuario del Cigarralejo (Murcia). FOTO: ALBUM.

Así, mientras que en las jiennenses predominan los exvotos de bronce, en las murcianas abundan las fusayolas y los pebeteros en forma de cabeza femenina (pequeños recipientes cerámicos que por su forma de cáliz se denominan vasos caliciformes, en los que se ofrecerían esencias y vino), junto a los que también aparecen platos, ollas o grandes recipientes relacionados con la celebración de banquetes rituales.

Estos objetos, todos ellos de la vida cotidiana, al ser depositados en el interior de estos espacios, se ritualizaban. Algunos santuarios especialmente los situados, en lugares estratégicos entre la costa y el interior, tenían una gran importancia económica al practicarse en ellos ceremonias religiosas para toda clase de intercambios. Por lo que es frecuente encontrar muestras de escritura grecoibérica en santuarios como El Cigarralejo, en Mula (Murcia), Coimbra del Barranco Ancho, en Jumilla (Murcia) o Campello, en Campello (Alicante), que constituyen un circuito comercial organizado.

Desde el punto de vista arquitectónico, los santuarios del interior estaban formados por varias estancias, en las que se acumulan exvotos, mientras que los situados en la costa, como el de Campello, presentan espacios para el sacrificio y el almacenaje.

En cada uno de ellos, las ofrendas varían. Así, en Coimbra del Barranco Ancho se depositaron pebeteros y máscaras con forma de cabeza de Démeter, en El Cigarralejo figuras de caballitos y en La Serreta pequeñas terracotas que representan tanto a la divinidad como a los donantes.

Ofrendas íberas: divinidades, héroes y mitos

El panteón ibérico es, quizás, uno de los aspectos menos conocidos de la religiosidad ibérica debido, en parte, a la ausencia de textos escritos, por lo que apenas conocemos los nombres de algunas de las divinidades, como la Betatum recogida en una inscripción del santuario de las Atalayuelas, en Jaén.

Entre sus divinidades, destaca una diosa asociada a la agricultura, la fertilidad o la protección, que aparece representada en casi todo el territorio ibérico en distintos soportes (esculturas en piedra, figuras de terracota, representaciones pintadas y soportes en cerámica…) y en actitudes diversas, unas veces mostrándonos niños, otras amamantando, rodeada de animales, sentada, portando granadas, flores o palomas en las manos, por lo que debió ser una de las más importantes, si no la principal.

Pebetero ibérico de los siglos IV a III a.C. con forma de cabeza femenina, del conjunto arqueológico del Verdolay, en Santo Ángel (Murcia). FOTO: MAN.

Algunos autores la relacionan con otras deidades mediterráneas, como la fenicia Astarté, la griega Démeter, la cartaginesa Tanit o la Dea Caelestis romana, todas ellas relacionadas con la naturaleza y la fecundidad de la tierra.

Junto a la divinidad femenina aparece también un personaje masculino, habitualmente representado en lucha contra los animales salvajes y míticos, que pudo recibir distintos nombres y que ha sido asociado a la figura de Melkark-Heracles-Hércules. Uno de los mitos más documentado en todo el territorio ibérico es el de el héroe que se enfrenta a los animales salvajes o míticos (lobos, jabalíes, aves rapaces, monstruos marinos, etc.) y que representa a los antepasados.

Lo encontramos en el santuario de frontera de El Pajarillo, en Jaén, fechado a principios del s. IV a.C., donde las esculturas relatan la hazaña de un héroe, un antepasado, que se enfrenta a un enorme lobo que ha raptado a un niño. El mito contribuye a construir un mensaje político de legitimidad para el control de un territorio.

Estatua de un jinete atravesando con su lanza al enemigo caído, conjunto escultórico hallado en la necrópolis de Cerrillo Blanco, Museo de Jaén. FOTO: ASC/MUSEO DE JAÉN.

A través de las imágenes plasmadas en cerámicas y objetos de prestigio conocemos la visión que los iberos tenían del mundo. Un ejemplo lo encontramos en la fíbula de Braganza, en la que aparecen reflejados tres planos diferentes donde un héroe civilizador lucha y vence a varios monstruos: la tierra, representada mediante el enfrentamiento con un lobo de doble cabeza, indica la acción civilizadora del héroe frente a lo salvaje, el ámbito marino se simboliza con un espacio enfurecido y salvaje poblado de monstruos y el mundo subterráneo o inframundo, es encarnado por un jabalí. Estos tres ámbitos definen un espacio y tiempo mítico que refleja valores ideológicos.

Este mito aparece también en cerámicas pintadas de época tardía, donde se trasmite la exaltación de los antepasados heroizados a través de actos de superación; generalmente el enfrentamiento con seres míticos o fantásticos como el carnassier (mezcla de lobo y león), esfinges (rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave) o monstruos marinos. Así lo vemos también en la cerámica Vaso del Héroe de La Alcudia de Elche, donde se narra la acción heroica de un joven que se enfrenta a un lobo y a un ave rapaz con las alas abiertas, en una acción heroica y/o iniciática (hacia el estatus de guerrero) de someter las fuerzas terrestres, aéreas y vegetales de la naturaleza.

Con el paso del tiempo, estas imágenes, que en principio eran exclusivas de la aristocracia ibera, se van convirtiendo en un símbolo de identidad para la comunidad.

Las prácticas rituales íberas

El culto ibero está formado por un conjunto de ceremonias y rituales a través de los cuales los oferentes realizan peticiones a la divinidad, generalmente relacionadas con su propia supervivencia o la del grupo, tales como la fertilidad, la sanación o el paso a la edad adulta, entre otras.

En los ritos relacionados con la fecundidad, las peticiones van asociadas a exvotos de hombres y mujeres, generalmente desnudos, que resaltan sus atributos sexuales. Los vinculados a la curación o protección se relacionan con el miedo a la enfermedad o a la muerte. En estos casos, los exvotos son de tipo anatómico y representan las partes del cuerpo que se quieren sanar: piernas, brazos, cabezas, ojos, dentaduras, pechos, etc. Por otra parte, los ritos de paso de edad simbolizaban el tránsito de los jóvenes a la edad adulta.

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