El quehacer diario de una familia ibera estaba marcado principalmente por el trabajo que realizaban en el campo y dentro del hogar. Una sociedad jerarquizada, donde el mayor peso de la economía recae en la agricultura.
El día a día estaba marcado por las labores que había que realizar en el campo, que en función de la época del año requería una serie de quehaceres propios.
La importancia de la agricultura en el mundo ibero se explica por el hecho de pasar de ser un alimento de subsistencia a convertirse en un producto de intercambio -e incluso de prestigio- con una red comercial con múltiples contactos con diferentes pueblos mediterráneos. Este hecho favoreció una serie de cambios técnicos que mejoraron y aumentaron la producción.

Además, el trabajo del campesino no sólo se limita a abastecer de alimento a su núcleo familiar, sino que también debía trabajar para la comunidad destinando parte de su producción a los almacenes comunales. De este modo, la población ibera dedicaba la mayor parte de su rutina diaria a trabajar en el campo.
Al empezar el día, salían de la casa y se dirigían al campo de cultivo, que solía ser zonas llanas, cerca del curso de algún río o arroyo para el riego de los cultivos. Según la época del año en que se encontraran, las tareas del campo variaban.
Con la llegada del calor, en los meses de abril y mayo el trabajo en el campo se intensificaba, marcando el periodo de mayor fertilidad de los cultivos. En verano se realizaría la cosecha de los cereales, la siega del trigo y la cebada, y el final del periodo estival marcaba el momento para el almacenaje de los productos de cara a la llegada del frío. Durante el invierno se producía la siembra del trigo, la cebada y las leguminosas, así como la recolección de la aceituna y la poda del olivo.

Aparte de la agricultura, también se obtenían otros productos a través de la recolección como almendras, nueces, bellotas, granadas, miel y otros productos que formaban parte de la dieta íbera.
La ganadería también suponía una actividad fundamental para la obtención de productos, bien fueran directamente a través de la carne o a través de otros productos como huevos, leche, pieles, etc. e incluso como medio de transporte.
En el interior de las casas ibéricas se recogía al ganado, en una estancia destinada exclusivamente a ello, donde se guardaban cerdos, ovejas, cabras y demás animales. Además, la alimentación era complementada con la caza y pesca.
Junto a estas tareas, encaminadas a la obtención de alimento y otros productos, se desarrollaban otra serie de actividades que permitían la fabricación de utensilios que facilitaban el trabajo, además de ser utilizados en las transacciones comerciales.
El trabajo artesanal diario de los íberos
Otra de las principales tareas que realizaban los iberos hace referencia a la fabricación de objetos cerámicos.
Con la llegada del calor, la alfarería cobraba mayor protagonismo, debido a que las condiciones climáticas eran más apropiadas. Y la introducción del torno provocó una revolución en cuanto al trabajo alfarero, ya que propició una producción en serie de diferentes formas estándares.
Además del torno, se creó el horno de tiro vertical y cámara doble, lo que se tradujo en un mayor control en el proceso de cocción de la cerámica siendo más sencillo obtener los resultados esperados.
Esos avances provocaron que la fabricación de cerámica no fuera una actividad doméstica como ocurría en etapas anteriores, sino que en este momento comienza a desarrollarse una industria alfarera con un cierto grado de especialización en el proceso de búsqueda, decantación y preparación de la arcilla para posteriormente ser modelada en el torno. Tras su fabricación, esta debía perder, de forma gradual, toda la humedad para evitar que se cuarteara.
Una vez seca se procedía a su decoración, que en el mundo ibérico suele estar caracterizada por el uso de tonos rojos obtenidos a través del óxido de hierro. Esta decoración varía en función de las zonas geográficas donde se producían, encontrándose, en la zona de Andalucía oriental, motivos geométricos con círculos concéntricos, bandas paralelas y decoración a base de peines, mientras que en la zona levantina las decoraciones solían ser más figurativas, representándose incluso escenas de combates, desfiles, caza, etc.

Tras dibujar la decoración, el recipiente se introducía dentro del horno para su cocción, dándole el aspecto definitivo a la pieza y la consistencia necesaria para su uso diario.
El horno se componía de una cámara de combustión, donde se introducía el material que se quemaba para alcanzar altas temperaturas. Sobre la cámara de combustión se situaba la parrilla, que permitía la salida del humo y gases a través de una serie de agujeros. Sobre la parrilla se situaban los recipientes cerámicos que, al no estar en contacto directo con el fuego, permitían un mayor control de la cocción y acabados homogéneos.
Debido a la infraestructura que requería este proceso, los talleres alfareros comenzaron a ubicarse fuera del oppidum, ya que ocupaban un gran espacio, además de necesitar la cercanía de agua, canteras de arcilla y material para el combustible. De este modo, también se evitaba parte del peligro que supondría la presencia de estos grandes hornos dentro del poblado, molestias por la presencia del humo e incluso el peligro de grandes incendios.
Por otro lado, no debemos olvidar la importancia que adquirió la metalurgia en esta época. En culturas anteriores el trabajo de los metales era destinado, casi en exclusividad, a elementos de prestigio o adorno, pero la introducción del uso del hierro (que se encontraba con bastante abundancia en la naturaleza) provocó que la metalurgia no sólo fuera dedicada a la fabricación de objetos personales o de riqueza, sino que facilitó la creación de utensilios cotidianos como armas, clavos, útiles para la agricultura e incluso llaves para las puertas, entre otros muchos elementos. Junto al trabajo del hierro, se seguiría utilizando otros metales como el bronce, cobre, plata y oro, aunque con otros usos.
Las viviendas íberas, un símbolo de la unidad familiar
El mundo ibérico supuso un cambio en el tipo de organización social. La unidad familiar se redujo y bajo el mismo techo solo vivía la pareja y su descendencia, salvo excepciones.
Si bien, en los palacios podíamos encontrarnos viviendo en el mismo conjunto a varias generaciones de la misma familia, como forma de preservar el linaje. La vivienda tradicional íbera albergaba, como ya se ha mencionado, una unidad familiar mucho más reducida, lo que se traduce en construcciones más pequeñas y modestas.
Solían estar compuestas por dos espacios claramente diferenciados. Por un lado nos encontramos con una zona de almacenaje de los productos y estabulado del ganado mientras que, por otra parte tendríamos las estancias domésticas, como serían los dormitorios, zona de cocina, descanso y de relación.

El hecho de que se haya encontrado en algunos yacimientos llaves metálicas indica que el acceso al interior de las viviendas era algo privado, no estando permitido a todos los habitantes del oppidum. Por tanto, nos encontramos con un espacio íntimo, familiar, donde los que conviven en una misma casa comparten los alimentos, pero también el esfuerzo y trabajo que supone conseguirlos y una misma educación en su vida comunitaria.
Toda casa íbera se articulaba en torno a un patio, que a veces se situaba en la zona delantera mientras que otras se encontraban en la zona trasera. En este patio se desarrollaría la mayoría de las actividades.
Estos patios tendrían, en muchos casos, un gran banco corrido de piedra que sería utilizado, tanto para sentarse como para colocar objetos sobre él. En algún lateral de este espacio se situarían también algunas tinajas y ánforas, que contendrían alimentos o líquidos para el consumo diario. En ocasiones, el patio tenía uno de sus laterales con una techumbre, lo que permitía desarrollar ciertas actividades en el mismo, aunque hiciera mal tiempo.
Además del patio, había una estancia principal donde se ubicaría el hogar o cocina, que era el espacio principal de la vivienda y en cuyo interior se realizarían la mayor parte de las actividades. De hecho, incluso aquí se dormiría en los meses de mayor frío, al abrigo del fuego, mientras que en los meses más calurosos dormirían en otras estancias destinadas a ello, en los espacios de almacenaje o en el propio patio.

En las intervenciones arqueológicas se han localizado, en la zona de almacenaje o en el patio, molinos que serían utilizados para la molienda del cereal, convirtiéndolo en harina. En la cultura ibérica existían dos tipos de molinos: uno que ya era usado desde el Neolítico, conocido como molino de vaivén o barquiforme, consistente en una parte fija de piedra sobre la que se depositaba el cereal y otra parte móvil, también de piedra pero más pequeña, que era desplazada con la mano encima del grano y en sentido longitudinal a la parte fija consiguiendo, de este modo, machacar el cereal. Este tipo de molinos de vaivén eran los más utilizados en las viviendas. Los molinos rotatorios, introducidos a partir del siglo V a.C., también compuestos por una pieza fija y otra móvil, siendo de mayor tamaño y más eficaz ya que se ha calculado que se podría moler un kilo de trigo en un minuto (mientras que en los molinos barquiformes se necesitarían diez minutos para obtener esta cantidad). Con el tiempo, el molino rotatorio iría sustituyendo al molino de vaivén, dado a que requería menor esfuerzo y ofrecía mayor producción.
Una de las actividades que se realizaban en el interior de cada vivienda era el confeccionar sus vestidos y ropas a través de fibras, generalmente vegetales y animales.
Además de la vestimenta, también realizaban otros utensilios como cestos, serones y espuertas realizados en esparto. En cuanto a los tejidos, quizás los más frecuentes eran el lino y la lana, que requerían de una preparación previa laboriosa.
Para la preparación de los hilos, se entrelazaban las fibras colocando en el extremo una fusayola, que consistía en una pequeña pieza cerámica que por su propio peso permitía el estiramiento de las fibras y actuando como tope del hilo, que se iba enrollando en una especie de rueca. Estas fusayolas solían ser esféricas, cilíndricas o troncocónicas con un orificio central por donde pasaría el hilo.
Una vez obtenidos los hilos se realizaba el tejido utilizando, para ello, telares de madera con dos travesaños verticales y varios listones horizontales. De estos telares colgaban los hilos, en cuyo extremo inferior se colocaban pesas de telar realizadas, principalmente, en cerámica y que servían para tensar los tejidos. Con los hilos verticales tensados, se entrecruzaban de forma horizontal otros hilos para formar los tejidos.
La importancia de la cocina en la cultura íbera
El hogar, haciendo referencia al fuego o cocina donde se preparaban y transformaban los alimentos para su consumo, se situaba en el interior de una estancia. Aunque, en algunos casos podíamos encontrarlo en el patio de la vivienda, bajo una zona porticada.
A veces se trataba únicamente de una hoguera realizada sobre el mismo pavimento, mientras que en otros casos se trataba de una estructura realizada con piedra, grava, fragmentos de cerámica y arcilla. Con todo ello se formaba una pequeña plataforma, que delimitaba el fuego y ayudaba a conservar el calor.

En cuanto a los alimentos que se preparaban en el hogar, estos se cocinaban mediante el asado, la cocción y la fritura con grasa animal o vegetal.
En algunas viviendas se han documentado hornos domésticos en el patio, aunque algunos investigadores consideran que, en estos casos, su uso no estaría circunscrito únicamente a sus habitantes, sino que tendrían un carácter comunitario y servirían para dar servicio a las casas más cercanas.
Pero, el hogar no sólo se limitaba a ser el lugar donde se cocinaban los alimentos, sino que su función se extendía mucho más allá. En torno a él, al calor del fuego, se comía, se reunía la familia, incluso con los vecinos. Era el centro de la vida en el interior de la casa, de ahí que se situara en una habitación amplia y espaciosa, realizándose en torno al fuego algunos ritos destinados a alcanzar la prosperidad y seguridad del grupo humano. Es muy probable que, bajo el calor del fuego, se narraran, a los más pequeños, las hazañas de sus antepasados, convertidos en muchos casos en héroes.