¿Fueron los celtas una sociedad guerrera?

A pesar de la diversidad cultural de los llamados pueblos celtas, los hallazgos arqueológicos y los textos escritos permiten observar algunos rasgos comunes en el empleo de armas y las tácticas de guerra
¿Fueron los celtas una sociedad guerrera?

No todos los investigadores están de acuerdo en la existencia objetiva de una identidad étnica o cultura céltica, compartida en buena parte de Europa durante la Edad del Hierro, entre los siglos VIII y I a. C., con una lengua, cultura material y autopercepción en lo esencial comunes. Pero efectos prácticos asumiremos aquí que dicha entidad existió y no fue solo una denominación genérica y mal informada de autores grecolatinos para el conjunto de la ‘Europa bárbara’. No obstante, incluso así, es imposible aceptar una unidad y homogeneidad culturales para un periodo de siete u ocho siglos, en un espacio que llegaría a abarcar desde Gran Bretaña a Anatolia.

Recreación histórica de guerreros celtas del siglo IV a.C. con escudos, cascos y lanzas a orillas de un río, Friuli-Venezia Giulia, Italia. Foto: Album.

En el campo de la guerra, esto es particularmente evidente por los descubrimientos arqueológicos que muestran cambios importantes en el tiempo y diferencias sustanciales por regiones entre el Hallstatt C-D y el final del periodo de La Tène. Y sin embargo, es innegable que la combinación del estudio de armas, fortificaciones y ritos en tumbas y santuarios, muestra algunos rasgos comunes. Para hablar de guerra, sociedad y cultura, sin embargo, son los textos grecolatinos nuestra mejor baza, pese a que se centran en la interacción con el mundo grecorromano y en época avanzada, sobre todo desde el último tercio del siglo III a. C. y hasta siglo I d. C., con la conquista de las Galias por César y la de Gran Bretaña entre César y Domiciano.

Fuentes arqueológicas y literarias

Durante la Primera Edad del Hierro, hasta c. 500 a. C. los grandes señores enterrados con sus armas tenían una talla de 184 o 187 cm., superior a la de Francia actual. Eran hombres fuertes, bien preparados para el combate singular, que podían permitirse costosas corazas y cascos de bronce repujados, que dirigían séquitos subordinados por relaciones sociales de dependencia, que luego las fuentes llamarán «clientelas» contingentes de seguidores, armados con armas ligeras y hondas. Las bases de estos señores eran grandes recintos bien fortificados, con predominio de terraplenes de tierra y empalizadas de madera en la Europa central, en las que se nota a veces la influencia de la poliorcética griega, con la aparición por ejemplo de torres para fuego de flanqueo y protecciones para las puertas.

Pero es desde el siglo IV a. C. cuando las fuentes literarias nos permiten engrosar las arqueológicas para mostrar un cuadro de ejércitos de tamaño creciente. Un pueblo podía reunir varios miles de hombres; una confederación, decenas de miles.

Ejércitos y tácticas

Las fuentes tienden a describir a los celtas como altos y físicamente superiores a sus enemigos romanos, atemorizadores en su aspecto (la historia del duelo singular entre Viridómaro y Marcelo se lee como la de Goliat contra David). Llaman la atención (Polibio, Diodoro) los gesatos, que combatían desnudos en un frenesí armados con jabalina y espada y solo adornados con sus torques y brazaletes. La música atronadora de gritos, y son de cuernos y trompas metálicas, es citada siempre en las fuentes.

Jefe y guerrero celtas de la primera época de La Tène (finales del siglo V a. C.).

Los celtas eran hombres libres que combatían agrupados por tribus, clanes y familias, lo que daba cohesión a sus unidades, y guiados por sus líderes naturales, aristócratas y jefes. César menciona séquitos de cientos de clientes juramentados para combatir con sus patronos. Combatían en formaciones cerradas aunque no tan disciplinadas y articuladas como las romanas, pero sus ataques de infantería eran muy violentos y terribles en primera opción. Pero mientras que una fuentes les consideran constantes en el combate (Polibio en Telamon), la mayoría apuntan que si su primera e impetuosa carga fracasaba, se desmoralizaban enseguida. Era costumbre (que los romanos de la república también seguían) que guerreros arrojados salieran de la línea y desafiaran a combate singular a los mejores enemigos, cantando e insultando al rival.

La caballería gala, numerosa y bien armada, figura prominentemente en las narraciones de César, y desde antes parece haber sido un componente importante de los ejércitos celtas, muy superior en número al de aristócratas. Estrabón (4,4,2) y Plutarco (Marc. 6) escribieron que los celtas estaban enamorados de la guerra, y que, por su naturaleza agresiva, eran mejores como jinetes que infantes. Pausanias menciona, sobre los celtas en su invasión de Grecia (10,19), la práctica (trimarcisia) según la que cada jinete iba acompañado por tres caballos y dos pajes, que le proporcionaban caballos de refresco si era necesario, o le sustituían si caía. A menudo los jinetes celtas podían desmontar y luchar a pie si el caso lo requería, como en Cannas, abandonando la ventaja de la movilidad.

Las armas de los celtas

Entre el siglo III a. C. y el I d. C. varios autores griegos y romanos describen aspectos militares del ámbito celta: Polibio, Diodoro, Estrabón, César, Livio y Tácito son los más importantes. Sus descripciones de la panoplia celta, eficaz, coinciden con la arqueología: espadas rectas tajantes, escudos ovales planos más pequeños y menos eficaces que los curvos en forma de teja de los romanos, cascos de hierro o bronce, a veces a con decoraciones aterradoras. El arma más característica de los celtas en toda Europa, de Portugal a Hungría, fue la espada recta de hoja larga y filos paralelos, que fue creciendo en longitud, desde los 60 cm. de hoja hasta más de un metro en época de César, enfatizando su función cortante frente a la punzante. Se portaban en vainas de chapa metálica, colgadas verticalmente a lo largo de la pierna y pendientes de un cinturón con un sistema de suspensión pensado para que no molestara ni se enredara al moverse o correr. 

Casco de tipo Montefortino empleado tanto por celtas como por los ejércitos romanos, hallado en Caldelas de Tuy (Pontevedra). Probablemente siglo II a. C. Foto: Album.

El sistema es opuesto al usual en el Mediterráneo, donde las espadas, mucho más cortas, se suspendían en posición oblicua al costado, pendientes de un tahalí o correa cruzada sobre el pecho y pendiente del hombro. Polibio menciona que en combate las espadas celtas a veces se doblaban y era necesario enderezarlas con la fuerza de las pierna; los análisis metalográficos de R. Pleiner y otros han demostrado que metalúrgicamente muchas espadas eran de hierro dulce y por tanto propensas a deformación. Otras sin embargo, estaban aceradas, quizá intencionalmente en algún caso.

Pero el mundo céltico desarrolló otras armas de extraordinaria calidad e impacto. La más famosa es la cota de malla de miles anillos de hierro engarzados y remachados, flexible y cómoda, que Roma adoptaría. Las primeras cotas conocidas son celtas y datan de muy principios del siglo III a. C. Las más antiguas conservadas proceden de tumbas en Horny Jatov (Eslovaquia) y Ciumesti (Rumanía), y enseguida de todo el ámbito celta como Kikburn (Gran Bretaña) o Fluitenberg (Holanda).

Guerrero celta de la época de César (siglo I a. C.).

En el ámbito de caballería los celtas hicieron también aportaciones clave; la fundamental, la primera silla de montar eficaz. El mundo clásico empleaba unas mantas acolchadas (ephipion), y fueron los escitas de las estepas quienes desarrollaron en el siglo V a. C. un primer modelo de silla semirígida que aseguraba sujeción al jinete. Los celtas, al menos desde el siglo II a. C., crearon una silla con armazón y cuatro ‘cuernos’ o pomos en las esquinas que resultaba muy eficaz y que fue adoptada por los romanos en el siglo I a. C. Pero las armas más importantes en batalla eran las lanzas y jabalinas y, entre los menos pudientes que actuaban como apoyo ligero, las hondas e incluso el arco y las flechas, poco o nada prestigiosas en la guerra.

Carros de guerra celtas

En las tumbas principescas del periodo Hallstatt tardío aparecen vehículos ceremoniales de cuatro ruedas, a veces muy decorados, y asociados a un complejo ritual funerario. No tienen nada que ver con los carros de dos ruedas de radios que aparecen durante el periodo de La Tène, desde el siglo V a. C. Se trata de vehículos livianos, tirados por dos caballos de pequeña alzada, con una pequeña plataforma abierta por detrás en la que iban de pie un auriga y un combatiente, usados en la guerra en buen número para acercar a los guerreros nobles a la línea de batalla y para hostigar al enemigo con jabalinas. Diodoro decía que «los britones usan los carros en la guerra igual que se dice lo hacían los antiguos héroes griegos en la guerra de Troya» (5,21,5). 

Se han encontrado más de doscientas ‘tumbas de carro de guerra’ entre los siglos V y I a.C. en Gran Bretaña y Francia sobre todo, que permiten reconstruir bien su estructura. Esas mismas tumbas contienen panoplias, incluyendo a veces cotas de malla enteras. Los carros de guerra de este tipo, famosos desde el 150 a. C. en el Egipto faraónico, Grecia micénica, y luego en Asiria y Persia, habían dejado de emplearse para la guerra en el Mediterráneo casi por completo, pero en la céltica su uso perduró hasta el siglo I d. C. Dice Diodoro (5,29): «cuando se encuentran en la batalla con la caballería enemiga, primero lanzan las jabalinas contra el adversario y luego descienden de los carros y combaten con la espada». Informa también de que en la Galia el auriga era un sirviente, y el combatiente noble; en cambio Tácito especifica (Agr. 12) justo al revés: que en Britania el auriga era el noble, y el combatiente un cliente de rango inferior. Distintas fuentes mencionan ejércitos con hasta mil y dos mil carros en batalla, lo que parece muy exagerado.

Representación del enterramiento de carro de La Gorge-Meillet (Somme-Tourbe, Marne). Foto: ASC.

Los romanos se enfrentaron a los carros celtas en Sentino (295 a. C.), que derrotaron inicialmente la línea de caballería romana y parte de las legiones (Livio 10.28-30); Polibio menciona (2.28) que en Telamon (225 a. C.) los celtas tenían carros, aunque no explica cómo o si se usaron. Aunque hacia el 50 a. C. parecen ya haber caído en desuso en la Galia en favor de la caballería, Julio César se los encontró, con asombro, en sus famosas incursión del 55-54 a. C. en la conservadora Gran Bretaña: «así juntan [los carros] la ligereza de la caballería con la consistencia de la infantería… es tanta su destreza que acostumbran a galopar sus caballos por cuestas empinadas sin caer, y frenarlos y hacerlos girar en poco espacio; corren por el timón, se tienen en pie sobre el yugo y con un salto dan la vuelta a la caja» (Bell. Gal. 4.33). Incluso el general Agrícola se enfrentó con carros caledonios en Escocia nada menos que en el año 83 d. C. (Tácito, Agr. 35.3).

No hay prueba alguna de que, pese a la imagen de la famosa estatua decimonónica de la reina Boadicea en carro que se levanta junto al Big Ben en Londres, los carros celtas llevaran hoces al modo de los persas.

Ritos de armas y muerte

En el mundo celta la inhumación de armas en tumbas masculinas de adultos, y ocasionalmente en sepulturas infantiles o femeninas, formando parte del ajuar y a menudo —pero no siempre— depositando panoplias funcionales completas es una fuente de información relevante sobre tanto ritos como armas y su empleo.

Espadas dobladas y ofrecidas a los dioses (¿siglo III a.C.?). Encontradas en el sitio ritual de Gournay-sur-Aronde, Francia.

Como en cualquier pueblo antiguo, los rituales relacionados con la guerra eran importantes. La costumbre de cortar la cabeza de los rivales, colgarla del cuello de sus caballos y luego llevarlas a sus ciudades, y la de depositar armas en santuarios está bien documentada por los textos y la arqueología. Santuarios como Gournay están llenos de armas en depósitos de ofrendas, originalmente fijados a la empalizada perimetral; mientras que en Ribemont un terrible monumento con armazones de madera sostenía más de cien esqueletos decapitados y descompuestos de enemigos, con sus escudos y lanzas. Puede que se trate de un monumento de victoria, al tiempo que otros recintos del santuario contienen huesos y armas de los vencedores.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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