Metrodora, la primera mujer que escribió un tratado médico… y de la que no sabemos casi nada

Circula por internet un retrato de una mujer con mirada severa y túnica antigua, repetido en biografías y blogs como si fuera suyo, pero no lo es. No conocemos el rostro de Metrodora, ni siquiera estamos seguros de su verdadero nombre. Lo que sí tenemos es algo aún más valioso: un manuscrito medieval que recoge sus recetas médicas, cosméticas y ginecológicas. Es el testimonio más antiguo que se conserva de una mujer que escribió —con autoridad y conocimiento— sobre el cuerpo femenino.
No conocemos el rostro de Metrodora. Fuente: ChatGPT / E. F.

En la historia de la medicina antigua, pocas figuras son tan enigmáticas y fascinantes como Metrodora. Autora de un tratado centrado en las enfermedades de las mujeres, su existencia se mueve entre la historia, el anonimato y la tradición oral. Su nombre aparece en un único manuscrito bizantino, pero ese testimonio basta para considerarla, hasta donde sabemos, la primera mujer que escribió un tratado médico completo.

A diferencia de los nombres que suelen llenar los libros de historia, Metrodora no aparece en estatuas ni en monedas, pero dejó algo más valioso: palabras. Sus recetas, observaciones y consejos muestran a una autora práctica, enfocada en la salud femenina en un momento en que las mujeres apenas podían formarse como médicas. Lo que escribió, y el hecho mismo de que escribiera, es una rareza histórica que merece ser contada.

¿Quién fue Metrodora?

Metrodora es un nombre que aparece como autora en un manuscrito griego conservado en la Biblioteca Laurenciana de Florencia. Allí se encuentra el tratado Sobre las enfermedades de las mujeres y sus curas, un compendio médico escrito en griego que habla de úteros, partos, cosméticos y afrodisíacos. No hay ninguna otra referencia biográfica confiable sobre ella.

No sabemos si fue médica, partera, recopiladora o autora original, pero su voz —y su nombre— cruzaron más de mil años hasta llegar a nosotros. Los estudiosos no se ponen de acuerdo: algunos piensan que vivió entre los siglos I y VI d.C.; otros creen que ni siquiera existió, y que su nombre fue una confusión derivada del título del libro, ya que “metra” significa “útero” en griego antiguo.

Y sin embargo, el hecho de que su nombre esté escrito como femenino, que el tratado use participios gramaticales femeninos y que su estilo sea directo y técnico, hace muy plausible que detrás estuviera una mujer real. Una que supo, de algún modo, hacerse oír en un mundo que no acostumbraba escuchar a las mujeres.

El retrato que no es Metrodora

Este fresco hallado en Pompeya representa a una joven con un punzón de escritura (stylus) y una tablilla encerada. Su gesto pensativo y su atuendo refinado la convirtieron en un icono de la mujer culta del mundo romano. La imagen, sin embargo, no tiene nombre: no hay ninguna inscripción ni evidencia que identifique a la retratada. Aun así, a lo largo del tiempo se le han atribuido identidades ficticias, siendo las más comunes la poetisa Safo y, más recientemente, la médica Metrodora.

La asociación con Metrodora, una destacada autora de un tratado médico en la Antigüedad tardía, es completamente errónea. Metrodora vivió al menos cuatro siglos después de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya, y no se conserva ningún retrato suyo. Vincular esta imagen con ella responde al deseo moderno de visibilizar a mujeres sabias del pasado, pero desde el punto de vista histórico y arqueológico, no tiene fundamento.

Usar este retrato para ilustrar a Metrodora es comprensible en contextos simbólicos, pero conviene aclarar que se trata de una representación anónima. Si alguna vez ves esta imagen identificada como Metrodora, ya sabes: es un error repetido… y fascinante.

Retrato de una joven mujer, conocida como “Safo”. Fresco romano hallado en Pompeya (siglo I d.C.) y conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Aunque a menudo se utiliza erróneamente para representar a Metrodora, la médica griega del siglo V, no existe ninguna relación entre esta imagen y ella. La figura retratada es anónima, y el nombre de “Safo” es una atribución simbólica, inspirada en los objetos que porta: una tablilla encerada y un punzón de escritura. Fuente: Wikipedia

El manuscrito que la rescató del olvido

El texto atribuido a Metrodora está incluido en un códice bizantino (Laur. Plut. 75.3) que data del siglo X o XI, y fue copiado en el sur de Italia. Es una miscelánea médica escrita por varias manos y dirigida, probablemente, a un entorno práctico: hospitales, monasterios o comunidades de curación.

La sección que se le atribuye trata principalmente sobre enfermedades del útero, pero no se limita a eso: también habla del parto, anticonceptivos, tratamientos para la piel, remedios afrodisíacos y fórmulas cosméticas.La medicina y el cuidado del cuerpo no estaban tan separados como hoy: curar y embellecer formaban parte del mismo universo de saber.

Metrodora organiza su obra como un recetario. Cada fórmula incluye ingredientes, cantidades y modo de preparación. No hay largas explicaciones teóricas, sino instrucciones concretas. Esto sugiere que su texto no era solo para leer, sino para usar.

¿Una autora… o una recopiladora?

Aquí comienza uno de los debates más interesantes. ¿Fue Metrodora la autora de todo el tratado o solo de una parte? Según la investigadora Gemma Storti, solo los primeros 31 capítulos del manuscrito serían de su autoría. El resto sería una recopilación de otros autores médicos, como Alejandro de Tralles o Aecio de Amida.

Esto no le quita valor. Más bien lo multiplica: si Metrodora no solo escribió, sino que también eligió, ordenó y adaptó conocimientos médicos, su papel fue el de una auténtica editora y transmisora de saber. En tiempos donde la mayoría de las mujeres eran excluidas del acceso formal a la ciencia, ella habría construido un legado desde los márgenes, con voz y criterio propio.

Además, su obra demuestra que la medicina femenina existía como categoría propia. No era solo un apéndice de la medicina general, sino un campo específico, con dolencias, tratamientos y saberes diferenciados. Y fue una mujer quien lo sistematizó por primera vez.

Recopilación de la obra de Metrodora, por Aristóteles Kousis (1945).

¿Cleopatra o Metrodora?

Durante siglos, el tratado fue atribuido erróneamente a Cleopatra la médica. No a la reina famosa por su historia con Julio César, sino a otra figura también mítica: una médica o alquimista del mundo antiguo que apareció mencionada en una de las recetas del texto.

Este detalle bastó para que el manuscrito, al ser traducido al latín en época medieval, circulara bajo el nombre de “Cleopatra”. La confusión se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, cuando los filólogos comenzaron a identificar que ese texto no pertenecía a la Cleopatra alquimista, sino a alguien más: a Metrodora.

Así, el nombre de la verdadera autora fue borrado por siglos. Y, curiosamente, eso también forma parte de su historia: como tantas mujeres en la historia de la ciencia, su legado fue atribuido a otro nombre más “aceptable”. Más prestigioso. Más masculino, incluso si se trataba de una reina mítica.

Un legado que resurge

Hoy, el nombre de Metrodora vuelve a sonar. Su figura ha sido incluida en el proyecto artístico The Dinner Party de Judy Chicago, donde comparte espacio con Hypatia y otras mujeres pioneras. También da nombre a una clínica de salud femenina y a una empresa de capital de riesgo fundada por Chelsea Clinton.

Además, su imagen aparece en un mural en la fachada del Hospital Universitario Vall d’Hebron, en Barcelona, dedicado a mujeres científicas. Es una forma de devolverla al lugar del que fue borrada: el espacio público, el imaginario colectivo.

Y aunque no tengamos retratos, ni estatuas, ni diarios personales, tenemos lo más importante: su palabra. Metrodora escribió. Y escribir, para una mujer de su tiempo, fue casi un acto de resistencia.

El manuscrito Laurentiano en el que se conserva la obra de Metrodora. Fuente: Wikipedia

Una científica antigua con mirada actual

Hay algo profundamente actual en la obra de Metrodora. Su enfoque centrado en el cuerpo femenino, su atención a los cuidados, su mezcla de ciencia y saber cotidiano, nos recuerda que la medicina no siempre fue una disciplina fría y técnica.

Su tratado nos habla de otra manera de mirar la salud: más integral, más práctica, más cercana a la experiencia directa de las mujeres. Incluso sus recetas cosméticas, que podrían parecer superficiales, revelan una comprensión de la autoestima, el bienestar y el deseo que sigue siendo relevante hoy.

Y, sobre todo, su historia nos recuerda cuántas mujeres han quedado fuera de los relatos oficiales, incluso cuando dejaron su rastro por escrito. Leer a Metrodora no es solo un acto de recuperación histórica. Es también una forma de preguntarnos cuántas voces más están esperando ser leídas.

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