Cuando fue derrotado por su caballo (se cayó de él y las heridas le causaron la muerte en 1227), ya había levantado un imperio mayor que el que cualquiera de sus pares, jinetes nómadas de la estepa, hubiera podido soñar. El temible guerrero había triunfado doblemente: al unir a las usualmente desperdigadas tribus mongolas y al llevarlas, a continuación, en pos de una ambiciosa serie de conquistas que pusieron en sus manos gran parte del Asia Central y de China.