¿Sabías que estos famosos pensadores clásicos (romanos) eran de origen hispano?

La rápida expansión del latín fructificó en la península ibérica: intelectuales y artistas hispanorromanos –béticos y aragoneses en su mayoría– se convirtieron, en tiempos de Nerón, en la élite erudita del Imperio
Recreación de un orador romano. Foto: Midjorney/J.C. - Recreación de un orador romano

El largo proceso de conquista y asentamiento romano de la península ibérica discurrió en paralelo a la implantación de un nuevo sistema jurídico y administrativo cuyo instrumento fundamental fue la lengua latina. Esta lengua fue asimismo el vehículo de transmisión de los conceptos del Derecho, la gran aportación de Roma al mundo occidental. En latín se desarrollaron, además, la educación y la cultura escrita de las élites, encargadas de garantizar el buen funcionamiento de las nuevas instituciones.

La difusión del latín como lengua de cultura y la enseñanza de disciplinas puramente romanas –como la retórica o la gramática– tuvo pronto sus frutos, especialmente en las zonas de Hispania que entraron en un contacto más profundo con el mundo romano, como la provincia Bética.

A partir del siglo I a.C., ciertas ciudades romanas de la península ibérica vieron nacer a personajes que, de un modo u otro, estaban destinados a desempeñar un papel fundamental en la cultura y la vida latinas. Como muestra, aunque alejado de otros autores más conocidos, valga de ejemplo el liberto de origen hispano Iulio Higinio, que llegó a ser bibliotecario del Palatino, la residencia imperial de Augusto.

Algunos de estos personajes se formaron en escuelas locales, pero los más brillantes o los que tuvieron más posibilidades, por provenir de familias nobles o adineradas, viajaron a Roma, el gran centro neurálgico de la vida del Imperio. Allí, en la gran ciudad, completaron su formación como hombres de leyes o de letras. Entre estos, muchos llegaron a ser influyentes oradores y retores, es decir, hombres dedicados a las causas legales, una actividad en la que destacaron especialmente los hispanos.

Marco Fabio Quintiliano
Oriundo de Calagurris (Calahorra), Marco Fabio Quintiliano alcanzó la fama como el mejor profesor de retórica del mundo antiguo junto con Isócrates. Prueba de ello es que se le otorgó la primera cátedra oficial en esta materia. Foto: Álbum.

La reputación de algunos de estos retores llegó a alcanzar tales cotas que les fue otorgada incluso la distinción de profesores y educadores de los miembros de la familia imperial en Roma. Por ejemplo, Marco Fabio Quintiliano (35-95), originario de Calagurris (Calahorra), alcanzó la gloria por ser el mejor profesor de retórica del mundo antiguo junto con Isócrates, otorgándosele la primera cátedra oficial.

El emperador Domiciano le encargó también la educación de sus sobrinos, destinados –según unos planes después truncados– a ocupar el trono imperial. Esta vocación de instruir, ateniéndose a la famosa máxima que regía la actividad del intelectual romano, docere et delectare (enseñar y deleitar), fue un rasgo compartido por muchos de estos hombres de letras procedentes de Hispania.

Domiciano
El emperador Domiciano (busto en la imagen) protegió al sabio calagurritano Quintiliano. Foto: ASC.

Hispanos y romanos

Es importante señalar que, a pesar de que muchos de ellos mantuvieron a lo largo de los años una estrecha relación con su patria, por encima de cualquier filiación nacional, se trataba de personas que vivían, sentían y pensaban como romanos, sin que existieran en este período grandes particularidades culturales de índole provincial. Un buen ejemplo de la frenética actividad intelectual y política desarrollada por los hispanos emigrados a Roma lo constituyó el poderoso clan de los Anneos. Se trataba en origen de una importante familia cordobesa de rango ecuestre, muchos de cuyos miembros vivieron durante el siglo I en Roma y estuvieron muy vinculados a la vida política del Imperio, así como a los vaivenes de la historia de la despótica dinastía Julio Claudia.

La primera de las figuras relevantes de esta gens en Roma fue la del orador Marco Anneo Séneca (54 a.C.-39), también conocido como Séneca el Viejo. Este cordobés viajó en su juventud a la urbs para formarse en la escuela del famoso profesor Márulo, donde se convirtió en uno de los más importantes oradores, ducho en las artes del debate y la retórica.

Séneca el Joven

Sabemos que fue gracias a la insistencia de sus hijos que, ya en su vejez, se dedicó a recopilar sus conocimientos sobre retórica en diez libros bajo el título común de Controversiae. En ellos exponía distintos supuestos legales y cómo abordarlos desde diferentes puntos de vista.

Pero el poder de la familia se asentó realmente en la siguiente generación, la de los hijos de Séneca el Viejo. Entre ellos destacó Lucio Anneo Séneca, o Séneca el Joven (5 a.C.-65), que aunque había nacido en Córdoba pasó la mayor parte de su vida fuera de la capital bética. Su juventud transcurrió entre Alejandría, Atenas y Roma formándose como su padre en el arte de la retórica y la oratoria, y también de la filosofía.

Lucio Anneo Séneca
Retrato de Lucio Anneo Séneca. Foto: ASC.

En su actividad política no tuvo parangón como orador y, gracias a sus intervenciones en el Senado romano, acaparó poder e influencias. Sin embargo, se enfrentó sucesivamente a los emperadores Calígula y Claudio. El primero le acusó de ser amante de Julia Livila, su hermana, y con motivo de ello fue desterrado durante ocho largos años a Córcega. Finalmente, optó por solicitar el perdón y volvió a Roma.

Pero su prestigio era tal que, en el año 54 y por mediación de Agripina –esposa de Claudio y madre de Nerón–, Séneca fue nombrado tutor del joven emperador y, desde este cargo, ejerció una enorme influencia tanto sobre Nerón como sobre el gobierno del Imperio. Precisamente, al joven pupilo iban dirigidas algunas de sus obras, como De Clementia, en las que le instruía en los valores de la humanidad y la templanza. No llegó a ostentar ningún cargo concreto, pero los destinos del Imperio estuvieron en sus manos y en las de su colega el militar Burro durante más de diez años.

Nerón en el circo romano
Después de haber sido su tutor y consejero de Estado, Séneca cayó en desgracia ante el despótico emperador (arriba, en un cuadro que lo representa en el circo romano) y fue obligado por este a suicidarse. Foto: Álbum.

Sus riquezas y su poder llegaron a ser enormes, lo que unido a la suspicacia de Nerón probablemente fue determinante para poner al cordobés en el punto de mira de su antiguo discípulo. Así, el emperador comenzó una devastadora campaña de difamación en la que se le acusaba de tener hábitos escandalosos y de criticar al régimen imperial.

Finalmente, el filósofo fue acusado de participar en la llamada Conspiración de Pisón, un intento de golpe de mano que trató de acabar con el terror impuesto por el despótico gobierno de Nerón. Esta acusación le costaría la vida. Séneca, que tan brillantemente había llevado las riendas del Estado, fue obligado por Nerón a suicidarse. Su dificultosa muerte ha pasado a la historia: primero, intentó suicidarse cortándose las venas; como este método no dio resultado con la suficiente rapidez, probó con un veneno, y en vista de que tampoco surtió efecto inmediato, calentó el agua del baño hasta que los vapores acabaron por matarlo a causa de su asma.

Suicidio de Séneca
El suicidio de Séneca, óleo academicista de Manuel Domínguez Sánchez (1871). Foto: Álbum.

Séneca ejerció, como se ha visto, una poderosa influencia sobre sus contemporáneos, pero además ha pasado a la posteridad como ningún otro autor hispanorromano, probablemente por dos razones. En primer lugar, por la fuerza de sus escritos morales, vinculados al estoicismo, una filosofía orientada hacia la interioridad del individuo que trata de lograr la serenidad de espíritu en circunstancias propicias y adversas.

Por otra parte, su fama también procede del respeto que la tradición cristiana mostró hacia su figura. Su humanidad, que se hace patente por ejemplo en la consideración de la condición de los esclavos, lo hizo respetable en un tiempo en el que muchos otros autores griegos y latinos eran rechazados. Sus obras más importantes son las distintas Consolationes y los Diálogos. Como dramaturgo escribió también varias tragedias –seguramente destinadas solo a la recitación–, de una retórica y un patetismo exuberantes.

Lucano y el clan de los cordobeses

Idéntica suerte a la de Séneca corrió su sobrino, el poeta Marco Anneo Lucano, más conocido simplemente por este último nombre, Lucano (39- 65). También él había formado parte del núcleo más cercano a Nerón y había disfrutado de numerosos cargos políticos y privilegios otorgados por el mismo monarca. Pero, además, su capacidad oratoria y declamatoria era muy brillante, lo que llevó al envidioso dirigente a prohibirle recitar en público.

Perseguido también, como otros miembros de su familia, participó en la Conjura de Pisón contra el emperador, por lo que fue apresado. Probablemente delató a algunos de sus cómplices y fue después forzado a darse muerte tras un banquete. Sus últimas palabras fueron versos de la única de sus obras que ha llegado hasta nosotros, la Pharsalia, poema épico en el que se narran las guerras civiles acaecidas durante los últimos años de la República romana, que tuvieron como protagonistas a César y Pompeyo. A pesar de este triste fin, hay que destacar la influencia que el clan cordobés llegó a ostentar en Roma antes de su caída en desgracia.

Estudio para el cuadro La muerte de Lucano
Un estudio para el cuadro La muerte de Lucano, de José Garnelo y Alda (1866-1944). Foto: ASC.

Una de las manifestaciones de este poder fue la labor de protección y de mecenazgo de otros autores e intelectuales hispanos que llegaron a la urbs. Cabe imaginar sus residencias como centros de encuentro de los hispanos que llegaban a Roma, llenas de vibrantes banquetes en los que literatura y política se hallaban profundamente imbricadas. Gracias a la influencia de los Anneos pudo abrirse paso en la ciudad de Roma, por ejemplo, el poeta Marcial, otro hispano, oriundo de Bilbilis (Calatayud).

Este provenía de una familia muy humilde de la provincia Tarraconense y llegó a Roma en el año 64 para alcanzar las mieles de la gloria literaria. Pero, justamente un año después de su llegada, el fracaso de la Conjura de Pisón acabó con el suicidio de las principales figuras de la familia de los Anneos. Sin protectores, agobiado por una constante penuria, comenzó su periplo por una Roma en la que la pobreza y la desigualdad convivían con la gran riqueza que algunos exhibían.

Marcial retrató esta sociedad de manera realista en sus Epigramas, con cierta amargura pero siempre llena de vida y humor. “Tais tiene los dientes negros, Lecania blancos como la nieve, ¿y eso por qué? Porque esta los ha comprado. Los de aquella son suyos”, dejaría escrito, por ejemplo.

Epigramas de Marcial
Sobre estas líneas, un ejemplar de 1490 de los Epigramas de Marcial. Foto: ASC.

La de Marcial es la historia del intelectual carente de medios económicos, que depende en gran parte del favor que otros más poderosos puedan dispensarle. Tras el infortunio de los cordobeses, Marcial se ganó la protección de la dinastía Flavia gracias a los encendidos elogios que destinó a los brillantes festivales que organizaron Tito y Domiciano y que recoge su obra Liber Spectaculorum. Gracias a ellos pudo, durante unos años, obtener ciertas compensaciones económicas y políticas que le llevaron incluso a ingresar en el orden ecuestre.

Sin embargo, su suerte cambió en el año 98 cuando subió al poder el emperador Trajano, que inauguraba una nueva dinastía. Aunque enormemente querido por sus amigos, entre los que se contaban políticos y literatos como Plinio el Joven, Juvenal y Quintiliano, en ese momento, sin hallar su lugar en la nueva Roma de los Antoninos, decidió volver a su Bilbilis natal. Sin apenas dinero –fue el propio Plinio el Joven quien costeó su viaje de vuelta– regresó a Hispania, donde pasó sus últimos años acogido por una generosa dama de nombre Marcela.

Color local

Una de las preguntas que cabe plantearse es si existen recuerdos del pasado hispano en las obras de estos autores. Aunque no son evidentes en todos los intelectuales, sí pueden encontrarse, por ejemplo, en parte de la obra de Marcial, y también quedan patentes en escritos de un tratadista de origen gaditano que también vivió en Roma: Lucius Iunius Moderatus Columella (4-70).

Lucius Junius Moderatus Columella
Retrato de Lucius Junius Moderatus Columella de Jean de Tournes. Foto: Wikimedia Commons.

Se trata de un agrónomo que se ocupó en sus obras De re rustica y Liber de arboribus de la agricultura y la cría de animales, así como de la elaboración de diversos productos, como la miel o las conservas. A través de su lectura, es evidente que Columella acumuló parte de su experiencia como observador de la naturaleza y de sus procesos en la provincia que le vio nacer, por lo que sus escritos constituyen una fuente de información para conocer, por ejemplo, cómo se desarrollaban industrias tan típicamente gaditanas como la piscicultura o la elaboración del garum, cuyo funcionamiento describe con detalle.

Otros autores hispanos, como el geógrafo algecireño Pomponio Mela, vivieron en la metrópoli esta época de efervescencia cultural que se ha dado en llamar Edad de Plata de la literatura romana. Procedían de Hispania –que, a diferencia de las provincias orientales, carecía de una tradición literaria escrita–, pero llegaron sin embargo a codearse con personajes de la altura de Tácito o Juvenal, con los que compartieron tiempo, preocupaciones y tertulias.

Mapa de Pomponio Mela
El geógrafo algecireño Pomponio Mela vivió en Roma durante la llamada Edad de Plata de la literatura romana. Sobre estas líneas, un mapa de su autoría. Foto: ASC.

Tras este período de esplendor, habrá que esperar varios siglos para encontrar una presencia tan importante de hispanos en la vida cultural romana. Será ya en los siglos IV y V cuando aparecerán figuras tan relevantes como las de Paulo Orosio o Hidacio, autores cristianos que, en un período de herejías y luchas religiosas, contribuyeron al asentamiento de la ortodoxia y de la concepción cristiana de la historia.

La vida cultural en Hispania

Así pues, todos estos autores vivieron y se desarrollaron como hombres públicos en Roma. La pregunta es, naturalmente, ¿qué sucedía en las propias provincias hispanas? ¿Cuál era el panorama cultural que se vivía en grandes ciudades como Emerita Augusta, Italica, Tarraco o Colonia Patricia Corduba?

Poco es, en realidad, lo que sabemos del desarrollo de la vida intelectual en ellas. Es evidente que, en paralelo al desarrollo político y urbanístico, las ciudades de las provincias vivieron también épocas de florecimiento cultural. Buenos testimonios son la creación de distintas escuelas de gramática y retórica, sin las cuales no cabe concebir la existencia de algunos de los personajes mencionados anteriormente, pero también la aparición de espectáculos teatrales o de certámenes poéticos.

Cabe suponer que las ciudades tendrían sus propios referentes intelectuales, poseedores de grandes bibliotecas y vasta cultura, eruditos locales, con más o menos relaciones con la urbs, y de los que sin embargo no han llegado hasta nosotros noticias extensas. Conocemos esencialmente algunos nombres que no se asocian a obras conservadas. Por ejemplo, sabemos que hubo oradores como Clodio Turrino y Gavio Silón, al que Augusto escuchó en los años que residió en la ciudad de Tarraco.

De Córdoba se recuerda al poeta Sextilio Ena, del cual conocemos que celebró la muerte de Cicerón, y M. Porcio Latrón, que fue amigo de Lucio Anneo Séneca... Sin embargo, los intelectuales hispanorromanos más trascendentes lo fueron gracias a sus aportaciones a la cultura latina. Por ello, desarrollaron su labor esencialmente en la urbs y para el consumo del núcleo cultural que era Roma.

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